Las diez noticias imprescindibles de Burgos este domingo 2 de febrero

Ayer Rosa Palo, en este mismo espacio, confesaba que en su felpudo se puede leer, como en Gran Hermano (VIP), una amable nominación a abandonar la casa dirigida a todas las visitas que osen meter las narices en su intimidad. En el mío, tan estrecho ... que casi desaparece en el pasillo de la corrala, pone 'Bienvenidos' en inglés, como en el de cualquier hijo de vecino. En otras épocas mejores, en este piso teníamos que desplegar casi a diario un pequeño arsenal de taburetes y sillas en el salón; en la cama supletoria, que en un gesto de rendición ante nuestra naturaleza gregaria convertimos en doble, teníamos okupas un día de cada dos; y las vecinas todavía hoy desafían el confinamiento para traernos torrijas y para preguntarnos si estamos bien. Me gustaría pensar que no es por el felpudo -ni siquiera lo escogimos nosotros-, y que algo habremos hecho para que nuestros amigos consideren un lugar seguro este sofá desde el que les escribo, pero oigan: todo ayuda.

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El felpudo de Rosa, que detiene a los forasteros como Gandalf al Balrog, y el mío, al que sólo le falta un manojo de llaves debajo y un cartel de 'Refugees welcome' pegado sobre la mirilla, tienen desde hace un mes algo en común: que nadie se para a leerlos. Sólo pasan sobre ellos los zapatos de quienes están tan acostumbrados a entrar que ni siquiera se detienen a interpretar el mensaje que los recibe a diario. A quienes vivimos de puertas para dentro nos pasa lo mismo: cada vez son menos quienes nos intentan descifrar desde fuera, y aquellos con quienes compartimos esta vida confinada están tan habituados a nuestra compañía que a veces nos miran sin vernos. Así que ya saben: lean sus felpudos. Ellos se lo agradecerán.

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