Las diez noticias imprescindibles de Burgos este sábado 1 de febrero

Mi sección favorita del periódico son las esquelas. Todos los días me quedo un buen rato leyendo los nombres, las edades, los apodos y esas sentencias breves, fulminantes como epigramas, que piden a gritos el mármol. Debemos reconocerlo con humildad: hay más verdad en una ... esquela bien puesta que en cualquier otro rincón del periódico. Algunas son profundamente enigmáticas. Hace poco murió un tipo que se llamaba José María, pero al que extrañamente todo el mundo llamaba José Luis. Para que la gente del pueblo se enterase de quién era de verdad el muerto, el «José Luis» aparecía debajo, en letra negrita y entre comillas.

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Es este un género adusto y esquemático, salvo cuando uno se encuentra con esas asombrosas esquelas del 'Abc' en las que los apellidos compuestos se retuercen con una exuberancia barroca de guiones, preposiciones y conjunciones copulativas para luego descargar sobre el lector, probablemente un simple García o un Martínez cualquiera, un formidable chaparrón de ducados y de condados, de órdenes militares, de grandes cruces de santos, de distintivos de todos los colores.

En las esquelas más humildes, esas que están al alcance de todo el mundo, puede comprobarse la degeneración onomástica de la especie. Ahí está esperando una tesis doctoral, se lo advierto a los jóvenes filólogos. Se muere a los 90 años el abuelo, con uno de esos nombres venerables que saben a pueblo y a huerta, y ruegan por su alma unos bisnietos que se llaman Sheila, Izan o Arya. Podemos entonces imaginar el sufrimiento de don Nicomedes, viudo de doña Gertrudis, atormentado en sus últimos días por la imposibilidad casi fisiológica de pronunciar correctamente el nombre de su nieta Chloé.

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