El Congreso parecía el del 23-F pero sin guardias civiles. Y sin tabaco. Con solo unos cuantos señores sentados. Entonces, Suárez, Carrillo… Pero ayer los otros no estaban agachados sino en sus casas, como el resto de los españoles. Aunque hoy todo el mundo ... habla de Valentina (al diablo la originalidad). Valentina fue ayer la imagen pública de estos tiempos. De la pandemia. De lo normal que es lo que hace unas semanas nos parecería raro. El Jack Nicholson de 'Mejor imposible' somos todos. Da igual si pisamos las líneas en las losas de nuestras casas.

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Valentina recibió a las 10:24 horas el aplauso de los cuatro gatos que había en el Congreso de los Diputados. Fue justo después de que Pablo Casado interviniera y diera su apoyo a la aprobación del real decreto de medidas urgentes (y dijera que le parecía indecorosa la reclamación de Iglesias de entrar en el CNI). Ni siquiera ayer Pedro Sánchez tuvo a bien dirigir la mirada a Casado. Pero la protagonista (hasta que llegó el Rey con su discurso) era la que limpiaba y desinfectaba la tribuna de oradores después de cada uso. Con mascarilla, con guantes, con su bayeta. Remangada. Era la imagen de la España remangada. Nuestra Rosie la remachadora. Valentina la remangada.

Había empezado desinfectando después de que hablara Pedro Sánchez («con lo que sabemos hoy, no habríamos actuado igual ayer»), pero debió de pillar desprevenidas a las pocas personas que había en el hemiciclo. Ciudadanos ni fue. Entre Pablo Casado y Cayetana Álvarez de Toledo había dos escaños vacíos de separación. Rufián no dejó pasar la oportunidad de hacer con las manos el gesto de las comillas y de decir «'sápatras' saudís» (sic). Luego Valentina desinfectó bien.

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