Las diez noticias imprescindibles de Burgos este martes 21 de enero

Ha muerto Billy el Niño. Ha muerto Billy el Niño. Ha muerto Billy el Niño. Como cuando de cría invocaba a Verónica, aquella niña terrorífica que vivía detrás del espejo, he tenido que repetir el conjuro tres veces, la última de ellas en voz alta, ... para que la información se consolide, cristalice, se convierta en verdad. Ha muerto Juan Antonio González Pacheco, de oficio torturador y asesino, a los setenta y tres años. El virus le ha regalado una muerte en libertad, con todas sus medallas puestas y cobrando una pensión vitalicia que ya quisieran para sí muchos jubilados trabajadores de nuestro país. Los medios insisten en que esta pandemia es democrática, pero no es verdad: como mucho es aleatoria, y ni siquiera eso se cumple. Si lo que mediase en ella fuese la democracia y no el azar, en su propagación existiría un cierto sentido de la justicia, y Billy el Niño habría muerto el primero, antes que José María Calleja, que Lucía Bosé, que Luis Sepúlveda; antes que los sanitarios, los ancianos y las personas vulnerables.

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Lo grave no es que una pandemia no sea democrática, lo terrible es que no lo sean las instituciones humanas. Es imperdonable que los días de Billy el Niño no terminasen en la cárcel. No es venganza: es reconocimiento, es justicia, es memoria. El dolor no es aséptico, y todas las víctimas que deja merecían otro final. Queda el consuelo de que haya muerto en un país triste, confinado, como el que él contribuyó a levantar; de que haya podido ver una patria que ya no es capaz de reconocer, y una sociedad que ya no le reconocía a él más que como a un miserable, pese a todos los galardones y al dinero público. Ojalá que al final, por una vez, fuese él quien sintiese miedo.

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