Escucho a Boris Johnson asegurar que el Reino Unido, con la victoria conservadora y la inminencia del 'brexit', se ha embarcado en una «maravillosa aventura», y lo primero que se me viene a la cabeza es aquel temazo de la Orquesta Mondragón: «Viaje con nosotros / ... si quiere gozar. / Viaje con nosotros / a mil y un lugar / (.) y disfrute / de las hermosas historias / que les vamos a contar. / (.) Todos juntos / iremos allá, / todos juntos. / Quien compra nuestro billete / compra la felicidad». La premisa nacionalista según la cual el bienestar y la dicha se esconden en algún rincón de la patria de turno y se acumulan bajo los pliegues de según qué banderas es, desde luego, mucho más ingenua que los cuentos de sirenas y dragones de Gurruchaga. Debajo de una bandera casi siempre hay un idiota y, teniendo en cuenta el cacao textil de los últimos años, nunca está de más recordar que un país, por definición, es una ficción institucionalizada, y que no tiene sentido entender el orgullo como una cuestión fronteriza.

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Ya que la Orquesta Mondragón nos ha instalado en un estado de ánimo proclive a la música ochentera, voy a sortear la cita obligada de Borges, Unamuno o cualquier otro intelectual de renombre y me voy a decantar por Evaristo Páramos, vocalista de La Polla Records: «Veo casas, / veo piedras, / veo árboles, / veo policía. / En fin, veo el paisaje, / pero por mucho que miro / no veo crecer países / por ninguna parte». Johnson se ha valido de un espejismo para no hablar de las cosas que de verdad son motivo de orgullo o vergüenza: educación, sanidad, pobreza, desempleo, inmigración. Desde luego, la jugada le ha salido redonda. Puede que Boris, con su maniobra de escapismo, en realidad estuviese bailando al ritmo de otra canción de Gurruchaga: «Hola mi amor, / yo soy el lobo: / quiero tenerte cerca para verte mejor».

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