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Juan Núñez, secretario provincial de CC OO

Las calles puestas

«No es por ser agorero, pero el cortoplacismo está condenado a ser sorprendido en el primer recodo del camino, tengamos visión de futuro más allá del nuestro como individuos»

Juan Núñez

Viernes, 31 de diciembre 2021, 08:25

El anhelo de una vida mejor ya era parte del imaginario de los hombres y de las mujeres en las sociedades preindustriales, una aspiración legítima que pretendían para cada uno de ellos y de sus familias. La posterior aparición de las fábricas y de modelos ... productivos que maximizaban los beneficios de los inversores a costa de las condiciones de los trabajadores, ya fueran hombres, mujeres, niños o niñas, hizo perentoria la necesidad de organizarse también para la nueva «clase social» que se alumbraba vinculada y dependiente del trabajo, de las condiciones que le eran impuestas, y en las que ni tomaba parte ni había capacidad de intervenir a pesar de que marcarían sus vidas en el presente y lo harían también en el futuro, aunque la longevidad no caracterizaba precisamente a este grupo social.

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Hoy estamos llegando a la última «pantalla» del 2021, y es momento de realizar un examen apresurado de nuestro estado y condición, sin entretenernos demasiado, no vaya a ser que nos arrumben los acontecimientos y terminemos en el «punto limpio», rabiando por la eliminación del juego. Es por ello conveniente detenerse brevemente, hacer inventario de los daños, de lo que está pendiente, de las nuevas necesidades que puede que sean las viejas insatisfechas o incumplidas, y retomar la marcha tomando ventaja para anticiparnos a la próxima jugada… Incluso la más imprevisible, por ejemplo: una nueva pandemia o la misma no superada, en todo caso un nuevo desastre… No es por ser agorero, pero el cortoplacismo está condenado a ser sorprendido en el primer recodo del camino, tengamos visión de futuro más allá del nuestro como individuos.

Nos asomamos al recibidor del 2021, con una manga recogida que mostraba el brazo en el que administrar la vacuna que pusiera fin a la pesadilla, entramos y salimos desde nuestra restringida movilidad, en distintos estados y modos de relacionarnos con los que hemos convivido irremediablemente hasta naturalizarlos, guardando la cuenta de los abrazos que debemos y los que deseamos, para otro momento.

Mientras reservábamos para mejor ocasión nuestras expectativas de mejora, nos conformamos con un mantenimiento vital de nuestras necesidades (trabajo, ingresos, alimentación, sanidad, enseñanza,…) y con la consustancial atención que merecemos de nuestras administraciones por el «contrato social» que entre ambas partes suscribimos y que nos convierte en sus legítimos y vitalicios acreedores de pleno derecho.

El único elemento disruptivo que podía activarse en este caldo de cultivo, no desaprovechó la ocasión para subirse a la grupa del virus y mientras éste actuaba de forma descarnada todavía en los grupos de la población de riesgo, especialmente entre nuestros mayores; la oposición política, reverdeciendo «sinrazones» de otra época, desde su máxima «cuanto peor mejor» hizo su cainita entrada en escena para intentar desgastar al actual gobierno progresista, y tratar de socavar el esfuerzo de todos, administrado desde lo público a través del consenso en el Diálogo Social entre el Gobierno y agentes sociales.

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Hemos asistido con estoicismo a las provocaciones de la derecha trocada en extrema derecha en su pugna por los espacios que disputa con los fascismos de nuevo cuño que hacen ostentación obscena e insultante de su desprecio por la democracia que sus antecesores nos arrebataron, provocando conscientemente un retraso de cuarenta años en el desarrollo del país en todos sus ordenes. Solamente la madurez de nuestra sociedad, y el retroceso al que se han visto abocadas las políticas neoliberales, junto con la llegada del mayor desembolso conocido de fondos públicos europeos, nos mantienen en la templanza que necesitamos para recorrer la senda que se presenta ante todos nosotros y que debe llevarnos necesariamente a una transformación de la sociedad y del país.

En los próximos meses las decisiones que se tomen, en todos y cada uno de los ámbitos, ya sea el estatal, autonómico, provincial, o el local, no pueden ni deben obviar el marco y el espíritu de respeto que se debe a las partes y que hace del Diálogo Social el paradigma de la concertación, como tampoco en el sector privado puede pretenderse la reactivación de la actividad con criterios estrictamente economicistas menospreciando a la parte social en consonancia con la esencia ideológica de la reforma laboral del 2012 impuesta por el Partido Popular.

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El apresurado y por todos celebrado acuerdo al que se llegó con relación a la aplicación de los Ertes en el momento álgido de la pandemia y su posterior prórroga, por un momento se diría que solo haya salvado empleos, en un beneficio estricto para los trabajdores/as, ya que no se repara y poco se dice como se debiera, de su contribución al mantenimiento de innumerables empresas que se vieron afectadas por el frenazo en seco de la mayor parte de la actividad económica del país.

Si bien es cierto que la reanudación ahora de sus actividades no parece a priori que vaya a situarse en índices de prepandemia, existen herramientas que se pueden implementar a través de la negociación colectiva, que no tienen por qué ser las relacionadas en la ultrajante reforma laboral del 2012, y porque de otra parte es de esperar que en la futura que se acuerde o en la que legisle el gobierno se arbitrarán procedimientos que permitan el mantenimiento del empleo y/o la reorientación de trabajadores/as y de empresas hacia actividades y actualizaciones de procesos de mayor proyección y porque no, de mayor valor añadido, de tal forma que se abandone el viejo modelo productivo que ante caídas de la demanda apuesta historicamente por mayor temporalidad, precariedad, y despidos.

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Sería interesante, y es de esperar que así sea, que algunos sectores a los que pertenecen empresas de referencia asentadas desde hace décadas en nuestra provincia, apuesten por la recuperación o el acercamiento de producciones que no dudaron en externalizar allende los mares, y cuyo suministro se ve ahora afectado por un enorme colapso logístico de magnitud global. Lo que antes denostaron por su poco valor añadido, ahora lastra cuando no detiene su actividad por el incremento de los costes del transporte y por el retraso en el aprovisionamiento.

Esa misma línea de recuperación debería extrapolarse y exigirse al sector público. La ciudadanía no puede ni debe resignarse a que se apliquen criterios de gestión privada y rentista en servicios y prestaciones que han devenido, desde hace tiempo, en vitales para un número insoportable de personas. Reforzar y garantizar los servicios públicos requiere de una indiscutible reformulación de la actual política fiscal y descargarla de su ideología neoliberal que ha favorecido la descapitalización de lo público, para que recaude con claros e ineludibles criterios de redistribución de la riqueza, para que resulte insoslayable para quienes pretendan desatender sus responsabilidades, y para que entre sus principios se persiga la recuperación de lo evadido, y se sancione como corresponde, aunque se trate de testas tan coronadas como campechanas.

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Los próximos meses nos definirán como sociedad, y desde la autocomplacencia de unos o la inapetencia por la participación de otros, también como individuos, podremos decidir, seremos responsables desde cualquier opción, y nuestras acciones y compromiso social determinará si al salir a la calle nos encontraremos en un espacio de supervivencia y sálvese quien pueda o si por el contrario haremos cuanto está a nuestro alcance por consolidar la actual apuesta política o reforzarla, por tener la seguridad de encontrarnos cada mañana «las calles puestas», las infraestructuras que nos deben, y la posibilidad de una expectativa de vida digna y porque no, también mejorable para quien legitimamente opte a ello.

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