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Boquitas pintadas

Boquitas pintadas

A la última ·

Domingo, 31 de mayo 2020, 00:12

Después de atusarme el pelo, pintarme los labios era el último gesto de coquetería que hacía antes de salir de casa. Escogía el color primorosamente (los matices del rojo son infinitos para el ojo avezado) y me dibujaba la boca con precisión quirúrgica. Ahora, en ... lugar de eso, me pongo una mascarilla. Y las mascarillas son incompatibles con los pintalabios, que servidora es muy del aprendizaje experiencial y ya lo ha sufrido en boca propia: el primer día me pinté con un rojo vibrante y, al desenmascarillarme, parecía que Poli Díaz me hubiera partido el morro en un intercambio de opiniones. Después de aquello, abandoné por KO. Y guardé las barras de labios en un cajón.

En boca tapada no entran moscas. Ni virus. Tampoco pintalabios. La crisis post Covid-19 va a ser la primera que contradiga la teoría del 'efecto lipstick', aquella que sostiene que aumentan las ventas de barras de labios en tiempos de recesión económica porque levantan la moral. Por el mismo motivo Churchill, que paralizó la fabricación de cosméticos en la II Guerra Mundial, hizo una excepción con el lápiz de labios, al que consideraba producto de primera necesidad. Ahora, la excepción la haría con las pestañas postizas, que buena falta nos van a hacer. Con media cara tapada, ya sólo nos queda imitar las chiribitas locas de Marujita Díaz, la caída de ojos de Bette Davis o la mirada pícara que Phoebe Waller-Bridge lanza directamente a cámara. La mirada retadora de María Félix, arqueo de ceja incluido, la vamos a dejar para cuando tengamos que echar un ojo a la Comisión de Reconstrucción. Qué espectáculo. A estos, en vez de mascarillas hay que ponerles un bozal. Que se pinten la boquita o no ya es lo de menos.

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