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Casi sin darnos cuenta nos hemos vuelto a plantar, como cada año, en otro catorce de febrero; y, con él, ha regresado también la ya tradicional sarta de reflexiones taciturnas y alegatos irracionales -y viceversa- acerca del amor. Nunca es plato de gusto terminar una ... relación larga que, por unas cosas o por otras, ya está muerta; y, desde luego, hacerlo con elegancia es todo un arte. Por eso, el modo en que Pablo Iglesias y Teresa Rodríguez han hecho pública su ruptura política debería estudiarse en todos los manuales de seducción del mundo. Sus modales exquisitos, su abrazo de despedida y esa manera premeditada de dejarse la puerta abierta son perfectamente aplicables a la vida amorosa de cualquier hijo de vecino. La única diferencia es que el clásico «no eres tú, soy yo» se presenta, en su caso, bajo la forma de diferencias estratégicas en la dirección del partido.
Y quien hoy no está para esas minucias de tortolitos es Joaquín Sabina, que el miércoles -la misma jornada en que cumplía 71 años- se cayó al pozo desde el escenario durante el concierto que estaba dando en Madrid junto a Joan Manuel Serrat; y ha tenido que ser operado de un hematoma intracraneal. Por suerte para todos los soñadores, la intervención ha sido un éxito: no sé qué será de nosotros cuando no podamos recurrir a Sabina por San Valentín. El de Úbeda pasará este día de los enamorados en el hospital, recuperándose y seguramente acompañado de la mujer a la que hace poco le pidió matrimonio. Ojo: después de más de 20 años juntos. Para que luego nos cante aquello de «yo no quiero catorce de febrero, ni cumpleaños feliz». A otro perro con ese hueso, maestro, que a esta romántica ya no se la cuelas.
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