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Pedro Sánchez recibe el abrazo del exsecretario general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, tras ganar en 2014 las primarias a las que se presentó, como gran desconocido, con un perfil más socioliberal frente al socialdemócrata ortodoxo de Eduardo Madina y el más escorado a la izquierda de José Antonio Pérez Tapias. El apoyo de la entonces presidenta andaluza, Susana Díaz, que esperaba mejor momento para liderar el partido fue crucial en esa contienda Javier Barbancho
El último giro del presidente o la épica del Peugeot 407

El último giro del presidente o la épica del Peugeot 407

Aferrado al 'optimismo de la voluntad', Sánchez vuelve a agitar la bandera de la izquierda tras otros ensayos en sus varias vidas políticas

Domingo, 17 de julio 2022, 00:14

«¿Dónde se ganan las elecciones?». Era julio de 2015, discurría la primera vida política de Pedro Sánchez como secretario general del PSOE y Pablo Iglesias, en la cabalgadura de aquel Podemos inaugural de alto voltaje, acababa de escribir un provocador artículo en el que ... se condolía del fracaso de la izquierda para convertirse en hegemónica y urgía a superar los nichos ideológicos si el objetivo era vencer en las urnas. Aquel verano de hace siete turbulentos años, Sánchez escuchó la pregunta periodística y respondió sin titubear: las elecciones –al menos entonces– había que ganarlas «desde la izquierda, sin ningún complejo» y sin coqueteos con ese espacio siempre difícil de perfilar que es el centrismo. Para entonces, el líder socialista había dado ya de qué hablar al envolverse, desprejuiciado, en la bandera de España en su candidatura iniciática a la Moncloa.

Las crónicas de esta semana, las del recalentado debate de la nación, dejan constancia de que el hoy presidente se abraza de nuevo a la retórica «contra los poderosos» para batirse en duelo, en realidad, contra otro rival: la inflación. Sánchez se reinventa, aunque los suyos vienen a interpretarlo como el acusado instinto del líder para saber resituarse en una «centralidad» cambiante.

La prueba del artículo 135

No fue la definición ideológica nítida, sino más bien la atonía que no despertaba entusiasmo pero tampoco aristas, lo que distinguió el triunfo de Sánchez en las primarias de 2014, en las que el poder orgánico de Susana Díaz le aupó a la secretaría general por encima de la agenda socialdemócrata de Eduardo Madina y la militancia roja de José Antonio Pérez Tapias. Entonces, el diputado madrileño curtido en Bruselas era una incógnita al que no se le atribuía un izquierdismo acendrado, aunque su primera decisión fue intentar revertir el artículo 135 de la Constitución pactado por José Luis Rodríguez Zapatero con Mariano Rajoy –«un error» que él, admitió, votó en el Congreso– para responder a las exigencias europeas de control de gasto.

Bajo ese paso baldío –el 135 ahí sigue– y que incomodó por su afán revisionista a parte del PSOE latían la agenda social y la defensa del Estado de Bienestar que Sánchez siempre ha enarbolado. Pero lo que evidenciaba, sobre todo, era la osadía que iba a alimentar la voluntad de poder y la capacidad de resistencia que el presidente ha convertido en marca de la casa. Y que, ahora, despliega frente al enemigo inflacionista que hostiga la Moncloa.

En coche contra los poderes

Dos años, dos frustrantes elecciones generales, un inamovible «no es no» a la reelección de Rajoy y una cainita defenestración en el PSOE después, Sánchez decidió que las cenizas eran para otros y que él iba a plantarle cara a su prematuro entierro político. Cogerse un coche para persuadir a los militantes, pueblo a pueblo, de que te voten en las primarias de la revancha y la redención no es, en principio, patrimonio ni manual de ninguna ideología. Pero para entonces, en un recordado desahogo televisivo, Sánchez ya se había presentado como víctima de los intereses de las grandes compañías del Ibex y había apelado al PSOE a reconocer a Podemos tratándole «de tú a tú».

El 'candidato de la resiliencia' logró erigirse en símbolo de la pureza socialista frente a la todavía poderosa Susana Díaz y a las luminarias que lo habían sido todo en la izquierda aglutinada en torno al PSOE. Remedando a Antonio Gramsci, ideólogo de referencia de aquel Podemos de Iglesias y Errejón, Sánchez opuso al 'pesimismo de la inteligencia' el 'optimismo de la voluntad'. Y ahí persevera en sus convulsos e impredecibles cuatro años en la Presidencia del Gobierno, reajustado ahora en ese «Vamos a por todas» –contra la inflación, pero también para retener la Moncloa– que quedará como el clavo en la pared discursivo de este último debate sobre la nación. De la épica del solitario Peugeot 407 al pragmatismo implacable de las potencialidades del BOE «contra los poderosos», identificados en este trance como las energéticas y la banca.

El rojo, para lo identitario

El Sánchez presidente incluyó a Nadia Calviño en su Gobierno como responsable de la economía española en un mensaje inequívoco por la ortodoxia europeísta y anclado en la socialdemocracia. El izquierdismo se volcó en lo identitario: las campañas para las generales del 28 de abril y del 10 de noviembre de 2019, planteadas como un choque entre su liderazgo y la ultraderecha de Vox. En medio de una y otra, el presidente protagonizó una decisión para los almanaques históricos –la exhumación de los restos de Franco del Valle de los Caídos, preñada de simbolismo para la izquierda heredera de los estragos de la dictadura–; y una sentencia para las hemerotecas políticas y periodísticas: que le «quitaría el sueño» gobernar con Iglesias.

Es una incógnita cuántas noches de insomnio acumula Sánchez por encamarse en el Consejo de Ministros con Unidas Podemos, que ha recibido como agua de verano incendiado las nuevas medidas anticrisis tras polemizar, y duramente, por otros dos movimientos –el pacto con Marruecos y el cierre de filas con la OTAN– cuajados de espinas para la izquierda. Hace un año, el presidente remodeló su Gabinete, en lo que se evaluó como el fin del ciclo de las ocurrencias tras la debacle electoral en Madrid y para afrontar las mieles de la recuperación postpandemia, y compuso después, en el congreso federal del PSOE, la imagen del reencuentro familiar con Felipe González, José Luis Rodríguez Zapatero y Joaquín Almunia. La Ley de Memoria Democrática ha reabierto heridas. Pero esa es la historia de otro giro.

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