CRISTIAN REINO
Barcelona
Sábado, 26 de octubre 2019, 12:00
Ni la Cataluña actual es la de 2017 ni la situación política es la misma, después del fracaso del 'procés'. Pero Quim Torra trató este sábado de regresar, al menos en los simbólico, al escenario de hace dos años e insistió en la ... política de órdagos, con la amenaza al Gobierno central de volver a ejercer la autodeterminación.
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Torra recibió en el Palau de la Generalitat a cerca de 700 alcaldes (en Cataluña hay 947) con los que se conjuró para no «desfallecer» y «seguir adelante» para «acabar» el trabajo iniciado hace dos años, con el referéndum ilegal del 1-O y la declaración unilateral del 27-O, de la que este domingo se cumplen justo dos años y construir una república. «La autodeterminación no tiene camino de retorno», avisó, a pesar de que desde el Gobierno le recuerdan todos los días que la autodeterminación no existe y que ningún Ejecutivo negociará un referéndum sobre la independencia.
Dos años después de los hechos de octubre, con nueve dirigentes secesionistas en prisión y la frustración de miles de independentistas que se sienten engañados por sus líderes, la dirigencia nacionalista es incapaz de pasar página. Así, el presidente de la Generalitat buscó toda la carga simbólica de los 700 alcaldes, con sus 700 varas, en la escalinata gótica de la entrada del Palau de la Generalitat, gritando «libertad» e «independencia». La misma escenografía que empleó su antecesor, Carles Puigdemont, cuando se dio un baño de masas en vísperas del 1-O y recabó el apoyo del mundo municipal con el referéndum ilegal. Igual que Artur Mas, un mes antes de la consulta del 9-N de 2014.
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Hace una semana, en el Parlament, Torra propuso volver a celebrar un referéndum y puso como fecha máxima para su convocatoria finales de 2021. Se quedó solo, porque ni ERC ni la CUP le apoyaron. Los republicanos le espetaron que no es el momento de ponerse fechas. Recientemente, Carme Forcadell defendió que ese fue justo uno de los grandes errores del 'procés'. El jefe del Ejecutivo catalán evitó este sábado entrar en detalles sobre cuáles son sus planes pero sí reiteró que el independentismo «volverá» a ejercer la autodeterminación. «Volveremos a hacerlo», aseguró. «Nada nos parará, ni la represión, ni el 155, ni los requerimientos del Tribunal Constitucional», adujo.
No fue tanto qué dijo sino cómo lo expresó y el escenario elegido, que anticipa una voluntad de explorar la vía unilateral, como lo hicieron sus dos antecesores, sobre todo Puigdemont. El vicepresidente catalán y hombre fuerte de Esquerra, Pere Aragonès, en cambio, defendió el jueves en Madrid la autodeterminación, pero apostó por trabajar en un referéndum «reconocido», que es tanto como uno acordado con el Estado, lo que le aparta de la intención de Torra de repetir una consulta unilateral.
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En esta ocasión, la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, no recibió a los alcaldes en el Ayuntamiento, situado a escasos metros de la sede de la Generalitat. Hace dos años, les hizo una recepción pero luego no les acompañó a la sede del Gobierno catalán. Esta vez ni lo uno ni lo otro, en lo que supone un desmarque de los comunes respecto a la estrategia de los independentistas, ya que tampoco estuvieron en la manifestación de la ANC y Ómnium. En el acto de Torra con los alcaldes que manifestaron su rechazo a la sentencia y reclamaron la «libertad inmediata» de los presos, faltaron además los de las ciudades más pobladas como Barcelona, L'Hospitalet, Badalona, Cornellà, o Santa Coloma de Gramanet.
Pese a toda la parafernalia de la que se rodeó este sábado, Torra es consciente de que las circunstancias son hoy muy distintas a las de 2017. Entonces había una hoja de ruta en marcha. Existía un objetivo concreto: la independencia para unos y forzar una negociación con el Gobierno para otros. Ahora, el presidente de la Generalitat va casi por libre y la estrategia común en el secesionismo brilla por su ausencia. Puigdemont y Torra insisten en el conflicto, la confrontación y la desobediencia civil, pero no cuentan con el respaldo cerrado ni siquiera de todo su partido. Mientras, sus socios de ERC están a la espera de encontrar el momento adecuado para dejar caer al presidente de la Generalitat y forzar en el plazo de unos meses elecciones autonómicas.
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La división hoy en el independentismo es mayor que nunca. La pugna entre el espacio posconvergente y ERC en 2017 era considerable. Ahora es asfixiante. Hay desconfianza entre ERC y JxCat, ruptura en el seno del Govern, fractura entre la sociedad civil y el independentismo institucional y división en la calle: unos piden seguir la vía de Hong Kong y otros insistir en las manifestaciones como hasta ahora. Ya nadie se escapa al apelativo de 'botifler' (traidor).
En las protestas de hace dos años, precisamente, nunca hubo violencia. Ahora sí y de gran intensidad, algo que perjudica al movimiento. Precisamente por ello, se ha abierto una brecha entre presidente de la Generalitat y los Mossos d'Esquadra que son quienes cargan contra los radicales, lo que también supone una novedad.
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Diálogo, si pero no del derecho a la autodeterminación. El Gobierno cerró este sábado todas las puertas a negociar la celebración de un referéndum sobre la independencia, después de que tanto Quim Torra como Pere Aragonès hayan apostado en los últimos días por sentarse a hablar con el Ejecutivo central para buscar una salida al conflicto catalán. El secesionismo aboga por abrir una mesa de diálogo sin condiciones en la que la parte catalana pueda defender la autodeterminación. Pero la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, quiso dejar claro en Barcelona que el Ejecutivo nunca se sentará a hablar con el presidente de la Generalitat sobre un referéndum.
Básicamente, según expresó Calvo, porque el derecho a la autodeterminación «no existe». «En ninguna democracia existe la posibilidad de romper las reglas del juego unilateralmente», avisó al jefe del Ejecutivo central. El Gobierno no puede hablar con Torra si su «empeño» es romper España, remató.
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