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El juicio del procés entró este martes en el plano personal. Sin ambages. Con crudeza. «Lo que podemos hacer es que usted testifique. Compórtese usted como un letrado serio», le dijo a mitad de la tarde de ayer el presidente de la sala, Manuel ... Marchena, a Jordi Pina, abogado de Jordi Sánchez, ex líder de la ANC, tras presionar el letrado al enésimo testigo-guardia. Poco antes Marchena se había empleado a fondo con otro de los letrados de la defensa más beligerantes, Andreu Van den Eynde, abogado del exvicepresidente Oriol Junqueras. «¡Señor letrado! ¡No hace falta que le levante la voz al testigo!», le espetó en tono elevado al abogado cuando éste se enfrentó a otro testigo.
Para entonces, el Supremo, a pesar de los intentos de Marchena por imponer la calma, se había convertido en un callejón oscuro en el que los abogados de los procesados y los 27 guardias civiles-testigos-víctimas del 1-O llamados a declarar ayer se daban cita en los rincones oscuros del tribunal, dándose puñaladas dialécticas y tendiéndose celadas muy poco jurídicas.
Los abogados de las defensas más mediáticas se esmeraron a conciencia en sus preguntas durante la mañana y la tarde. El particular cara a cara entre los letrados de los acusados y los guardias civiles se desencadenó a la primera oportunidad, cuando comenzó la ronda de preguntas de los primeros guardias civiles-víctimas del 1-O, en este caso de los agentes que intervinieron en un colegio del pueblo de Dosrius, en Barcelona. Que si los congregaron lanzaban claveles, que si los guardias civiles pegaron a personas con muletas, que si había niños, que si los concentrados gritaban «somos pacíficos», que si los manifestantes estaban con las manos levantadas... Pina, el abogado de Sánchez, llegó a recordar a uno testigos que estaba bajo juramento para intentar arrancar una confesión de que hubo algun golpe fuera de tono… pero nada.
La actuación de los antidisturbios de la Guardia Civil y de la Policía Nacional el 1-O no es objeto del juicio que se ventila en el Supremo, pero el tribunal dio barra libre y también los funcionarios del instituto armado se aprovecharon para dar cera. Eso sí, de forma recurrente, casi aburrida. «Gritaban que eran gente de paz y nos pegaban. Me intentaron arrebatar el arma»… «Me dieron un puñetazo en la boca. Me empezaron a dar patadas, empujones y pisotones»... «Nos gritaron y nos insultaron en todo momento. Nada más llegar»… «Se mostraron violentos y alterados. Había insultos, gritos y todo tipo de amenazas»… así hasta superar la veintena de testimonios.
Al final, fueron horas de relato y contra relato, que poco aportaron para esclarecer si en el procés se cometió un delito rebelión, que es lo que trata de esclarecer el Supremo.
Entre tanta escaramuza hubo una victoria pírrica, la de los abogados contra uno de los mandos de la Guardia Civil que intervino en un colegio de Sant Martí de Sesgueioles, en Barcelona. Le forzaron a reconocer que sí, que era él el agente que dijo minutos después de la actuación que había «metido porra como si no hubiera mañana»; que llamó «hijos de puta» a los congregados; y que dijo que si no le había partido una costilla a alguno de los manifestantes había sido por poco
Y poco más dio de sí un día de interrogatorios en el Supremo.
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