Ocurrió durante una cena celebrada en Bruselas en el marco de las negociaciones del fondo de recuperación para atajar los estragos de la pandemia en Europa, y a punto estuvo de hacer saltar la Cumbre por los aires. El encontronazo se produjo durante el turno ... de Pedro Sánchez, ceñido al guión que han mantenido Italia y la propia España, los países más castigados por la propagación del virus: reclamar un mayor volumen de ayudas a fondo perdido, y reducir el monto sujeto a préstamos y las condiciones para tener acceso a esas medidas extraordinarias.
El reproche de Sánchez a los países 'frugales', como se denomina a los que más empeño han puesto en contener las ayudas directas -Dinamarca, Austria, Suecia y Holanda-, provocó la reacción airada de Sanna Marin, hasta hace un año una absoluta desconocida para cualquiera que no viva en Finlandia, pero dueña de una biografía a tener en cuenta. La intervención de Marin, la primera ministra más joven del mundo, puso de manifiesto dos cosas: uno, que pese a su edad -34 años- carece de miedo escénico; y dos, que los países 'pequeños y ricos' no están solos en su empeño por contener las ayudas directas. «Tenemos líderes al rededor de esta mesa que han pasado de 0 a 350.000 millones de euros. ¿Qué hay de vosotros? -espetó a Sánchez-. Nosotros hemos hecho concesiones, ahora es vuestro turno».
La contundente réplica de Marin, que ya capitalizó en marzo la oposición a los 'eurobonos' propuestos por España, a punto estuvo de hacer zozobrar unas conversaciones que llevaban días encalladas. También revelaron las hondas diferencias que separan a la socialdemocracia nórdica de la mediterránea: austeridad, trabajo duro, ahorro e inversión. Principios, todos ellos, que empapan el modo de hacer política en Finlandia, donde la deuda pública está firmemente embridada.
El gesto de Sanna Marin evidenció el peso cada vez mayor que tienen en la UE quienes alegan que mutualizar una deuda cuando no hay una Hacienda común no es falta de solidaridad, sino sentido común. De nuevo tuvo que ser la canciller alemana Merkel quien recondujera la situación a cambio, eso sí, de mejorar las condiciones de los países que más contribuyen y de reforzar los controles sobre ese estímulo económico finalmente acordado. Tanto para Marin.
«La más pobre de mi clase»
No es la primera vez que la 'premier' finlandesa marca distancias. Su gestión de la pandemia ha merecido el aplauso unánime -329 fallecidos frente a los casi 28.500 registrados en España-, como ha ocurrido con la sueca Erna Solberg, la taiwanesa Tsai Ing-wen o la australiana Jacinda Ardern, abonando la tesis de quienes sostienen la mejor preparación de las mujeres para hacer frente a la Covid-19. Entre los aciertos de Marin está haber encargado a 900 'influencers' la difusión de la información sobre la pandemia, contrastada y basada en datos estadísticos, sabedora de que hay gente que no sigue las comunicaciones oficiales.
Marin es hija de su tiempo: encarna a la líder 'millennial' y se mueve por las redes sociales como pez en el agua. Nació en 1985, con Reagan iniciando su segundo mandato y el mundo entero cantando a voz en cuello 'We are the world'. No lo tuvo fácil, la suya es una historia de superación. Su madre, criada en un orfanato, quedó embarazada a los 23 años de un hombre con problemas de alcoholismo que no tardaría en abandonarla a ella y a su hija, y al cabo de un tiempo conoció a otra mujer con la que inició una relación sentimental.
Sanna, para quien ser «hija de una familia arcoíris» es como una bandera, creció en un hogar con escasos recursos, lo que le enseñó a enfrentar las dificultades desde muy temprano y forjó su carácter. «Todas las personas son iguales y eso no es una opinión, es la base de todo», sostiene con firmeza. Estudió Ciencias de la Administración en la Universidad de Tampere, donde ahora vive -fue la primera de su familia en cursar estudios superiores- y para no endeudarse comenzó a trabajar a los 15 años en una panadería, repartiendo periódicos y como cajera de un supermercado. «No pedí un préstamo de estudios porque no estaba segura de poder devolverlo. Era la más pobre de mi clase», reconocía en su blog. Tardó diez años en completar sus estudios.
Aunque de adolescente se mostraba escéptica, sus primeros escarceos con la política no tardaron en llegar. «Con 20 años me di cuenta de que las cosas no mejorarían por sí solas. Y no has nacido líder, pero creces». En la universidad se afilió a las juventudes del SDP y a partir de ese momento protagonizó una carrera relámpago que la llevó primero a ser concejala de su ciudad, luego alcaldesa y a lograr con 30 años escaño en el Parlamento y a ser nombrada ministra de Transportes. La dimisión de Antti Rinne le abrió definitivamente la puertas de la presidencia del partido y de su gobierno, que amarró en coalición con otras cuatro formaciones, todas salvo una lideradas por mujeres en la treintena.
Alineada con los postulados ecologistas y preocupada por el ascenso de los movimientos populistas, Sanna Marin tiene también fuertes convicciones feministas. «Soy una mujer moderna y no dejaré ni mi trabajo ni la política», dijo cuando se quedó embarazada, para poco después dar una lección de coherencia al repartirse con su marido, Markus Raikkonen, los permisos para cuidar de la pequeña Emma, ahora de 2 años. «Los techos de cristal no se rompen si las mujeres se rinden», explicaba. Quienes la conocen aseguran que en casa hay dos normas inquebrantables: el ordenador no se enciende hasta que la niña se ha acuesta y los domingos son para disfrutarlos.
«Estoy muy orgullosa de mi país. Aquí el hijo de una familia pobre puede educarse y alcanzar sus objetivos en la vida, y una cajera de supermercado llegar a primera ministra». Sin duda habla por experiencia y quienes la escuchan deberían tomar buena nota.
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