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A Pedro Sánchez le queda algo más de un año para ejercer como presidente de turno de la UE, una responsabilidad que coincidirá con los últimos meses de una legislatura que está dispuesto a apurar hasta el final. Pero este fin de semana ya se ... ha metido de lleno en su futuro papel. El jefe del Ejecutivo inició el viernes en Belgrado una gira que le llevará a visitar los cinco países de los Balcanes Occidentales que aún aspiran a integrarse en el club comunitario –Serbia, Bosnia y Herzegovina, Montenegro, Macedonia del Norte y Albania–, con el anhelo de que, al menos alguno de ellos, pueda lograrlo durante el mandato español. Un objetivo, en realidad, poco verosímil.
Los países de la región que se encuentran en una posición más aventajada son Serbia y Montenegro, pero aun así también ellos están lejos de cumplir los estándares europeos tanto en materia económica como de principios democráticos. Los presidentes Milo Dujkanobic y Aleksandar Vucic, con quien el presidente del Gobierno se reunió hace dos días, tienen tendencias claramente iliberales. A los Veintisiete, sin embargo, les interesa mantener viva la perspectiva de su próxima integración en la UE, en la esperanza de que pueda servir de incentivo para acometer reformas. Porque, veinte años después de la devastadora guerra que provocó la desintegración de la antigua Yugoslavia, esta sigue siendo una zona de altísima inestabilidad política y de alguna manera, un foco de preocupación añadido al de la guerra en Ucrania.
En su periplo, que concluye este domingo en Tirana, la capital de Albania, Sánchez busca precisamente avivar la llama europea en un momento en el que han empezado a hacerse evidentes los signos de escepticismo sobre la posibilidad de ver cumplido el sueño de pertenencia a la UE, que hasta ahora solo han logrado Croacia y Eslovenia. Le mueve esa necesidad de preparar el terreno para el momento en el que le corresponda asumir la presidencia de la UE, pero también su voluntad de construir un perfil internacional con el que se siente cómodo; y con el que aspira a elevarse, como ya hizo en la cumbre de la OTAN en Madrid, por encima de los problemas domésticos y mitigar así su propio desgaste en un final de legislatura complejo.
Este sábado tuvo en Bosnia y Herzegovina una jornada especialmente relevante tanto por los vínculos emocionales del país con España, que llegó a enviar a 46.000 militares desde 1992 en misiones de la OTAN, la ONU y la UE, como por la trayectoria personal de Sánchez, que con 26 años años ejerció como jefe de gabinete del Alto Representante de las Naciones Unidas en Bosnia, Carlos Westendorp. Por eso, volver a poner un pie en lugares como Sarajevo o Mostar le hacía, según confesó especial «ilusión». En los otros cuatro países será, en cambio, el primer presidente español en hacerlo.
Bosnia y Herzegovina, un estado compuesto por dos entidades con elevada capacidad de autogobierno dominados por la etnia serbia, en un caso, y por los bosniacos, en el otro, no ha adquirido aún siquiera la condición de candidato a la UE y su situación es especialmente conflictiva. Aunque fuentes diplomáticas insisten en que no hay riesgo de explosión bélica –entre otras cosas, por la importante presencia de la Eufor, reforzada en febrero–, la tensión política es extrema. Las últimas elecciones se celebraron en 2018 y en cuatro años no ha sido posible constituir un nuevo Gobierno en una de las dos entidades. A los comicios de octubre se llegará con un Ejecutivo en funciones. Y el líder serbio, Milorad Dodik, amenaza con retirarse de las instituciones compartidas entre exigencias de mayor autonomía que alimentan un escenario de ruptura.
«El horizonte europeo es el mejor estímulo para la unión y es algo que se detecta mucho entre los jóvenes», insistían este sábado fuentes de la Moncloa. En una comparecencia en el Palacio de la Presidencia, junto al presidente rotatorio, el bosniaco Sefic Dzaferovic –el país tiene una presidencia colegiada entre bosniacos, croatas y serbios–, Sánchez prometió que España apoyará que Bosnia y Herzegovina sea incluso candidato al ingreso. Pero instó a abandonar las posiciones de bloqueo y a poner por delante el «interés general» para acometer las reformas necesarias como la aprobación de la ley de contratos y la del poder judicial.
Pedro Sánchez dejó su trabajo en Bosnia en 1999 tras ejercer como jefe de gabinete del alto representante de la ONU Carlos Westendorp y ha vuelto 23 años después como presidente del Gobierno de España. El pais sigue mostrando cicatrices de la guerra en la que murieron 100.000 personas, entre ellos, 23 soldados españoles a los que este sábado rindió homenaje en un sobrio acto en la Plaza de España de Mostar en el que participaron los dos únicos miembros de nuestro ejército que aún sirven en esta región de los Balcanes.
Sánchez recorrió las calles de la localidad hoy pacificadas y visitó el emblemático Puente Viejo, cuya destrucción primero y su reconstrucción -en la que participaron militares españoles- después se convirtieron en uno de los símbolos de una guerra especialmente atroz por el exterminio étnico desplegado, pero también de la capacidad del ser humano para sobreponerse a la tragedia.
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