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Desde los debates constitucionales, el Rey no había sido objeto de debate parlamentario. Hasta la sesión de control al Ejecutivo en el Congreso de este miércoles, una de las más crispadas de los últimos años y en la que Gobierno y oposición se acusaron ... de poner en peligro la Monarquía. Nunca la Jefatura del Estado había dividido tanto las aguas.
La polémica por la ausencia de Felipe VI en un acto de la Escuela Judicial en Barcelona lejos de amainar, arreció en la Cámara. De nada sirvió que el ministro de Justicia explicara este miércoles que la decisión de que el Rey no fuera a la capital catalana fue «colegiada» entre la Zarzuela y la Moncloa. PP, Vox y Ciudadanos querían llevar el asunto al Congreso y formularon una tras otra una batería de preguntas al Gobierno.
Pablo Casado transformó su genérico interrogante a Pedro Sánchez sobre «el futuro de los españoles» en una ácida intervención sobre la inacción del presidente del Gobierno ante las críticas al Rey de sus socios de Unidas Podemos. El presidente, por incomodidad o por prudencia, rehuyó el capote del líder de la oposición y prefirió ceñirse a la pregunta que figuraba en el orden del día. Desgranó las medidas de su Gobierno para asegurar el bienestar de los ciudadanos, pero al final soltó dos latigazos. Acusó a Casado de «inventarse amenazas ficticias» para la Monarquía parlamentaria y le reprochó que «se erija en defensor de la Corona». Un papel, apuntó, que en manos de los populares es un peligro, como se comprobó, dijo, en el desafío separatista en Cataluña, cuando se proclamaron «defensores de la unidad de España frente al independentismo catalán y ya ve como acabamos». Ovación de las bancadas socialista y morada, y abucheos de la del PP.
A pesar de los reiterados emplazamientos de Casado para que saliera en defensa de Felipe VI ante «los ataques» del vicepresidente Pablo Iglesias y del ministro Alberto Garzón, Sánchez evitó decir una palabra crítica para sus aliados y tampoco salió en auxilio del jefe del Estado. Un silencio que para el líder de la oposición es la prueba irrefutable de que el que calla otorga. Los ministros de Justicia y Defensa mostraron su desacuerdo con los comentarios de sus socios, pero Casado quería escuchar esas palabras de boca del presidente, al que acusó de pretender «subvertir la legalidad por la puerta de atrás». «Usted -prosiguió- está deslegitimando las instituciones por un puñado de votos».
Quien sí entró en el cuerpo a cuerpo, y con ganas, fue el vicepresidente Pablo Iglesias, que en su duelo con el secretario general del PP, Teodoro García-Egea, avisó al principal partido de la oposición que «al identificar con las ideas de la derecha a la Monarquía hacen mucho daño» a la institución.Y con sorna, apuntó: «Perdonen esta recomendación de un republicano, no nos hagan el trabajo».
El número dos de los populares volvió a denunciar el mutismo de Sánchez ante las acusaciones de parcialidad a Felipe VI y lamentó que el Gobierno prime el entendimiento con los soberanistas catalanes sobre la defensa de la Monarquía. «Los insultos para el Rey y los indultos para los independentistas», resumió entre el jolgorio de los suyos y el pataleo en los escaños gubernamentales.
Pero el termómetro de la bronca todavía iba a subir con la intervención del portavoz de Esquerra. Gabriel Rufián, sin venir mucho a cuento, soltó: «Vox tiene aquí, desgraciadamente, 52 diputados, pero en total tiene 53 porque tiene uno en la Zarzuela». No contento con su comentario, el diputado republicano dio la razón al PP y Vox por defender que a Felipe VI «le han votado los españoles» al aprobar la Constitución. «Tienen razón -dijo- a Felipe VI le votó un español, Francisco Franco» al tiempo que mostraba desde su escaño una fotografía del dictador con Juan Carlos I cuando era un niño.
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Ahí se desató el pandemónium. Gritos, entre ellos algunos «¡Viva el Rey!» lanzados desde los asientos del PP y Vox, insultos y abucheos. Silencio en los escaños del PSOE y aplausos en los de los morados y los independentistas.
Un cuadro que reflejó a las claras las posiciones en la Cámara. Un PSOE que quiere zanjar como sea el debate monárquico, Unidas Podemos que busca avivarlo, al igual que Esquerra, JxCat y EH Bildu, mientras que PP y Vox creen haber encontrado un argumento de oposición contundente.
El titular de Justicia, Juan Carlos Campo, que ejerció de casco azul durante el debate, pidió a la oposición, pero también a los socios de Podemos, que «no busquen una confrontación del Gobierno con la Monarquía porque no la van a encontrar». Pero fue clamar en el desierto.
El PP y Ciudadanos se quejaron este miércoles de la, a su juicio, «pasividad» de la presidenta del Congreso ante «las ofensas» al Rey proferidas en el Congreso, en especial las del portavoz de Esquerra Republicana, que tachó a Felipe VI de ser un diputado de la extrema derecha. Vox no se quejó.
El líder de la oposición intervino en el pleno para reclamar a la socialista Meritxell Batet que retire del diario de sesiones esas palabras, a su entender, denigratorias para el jefe del Estado. «No se puede agredir a las instituciones del Estado con la complicidad del Gobierno, no todo vale. Basta ya», se quejó Pablo Casado. «Usted -insistió- tiene la responsabilidad de no tolerar una acusación como la del señor Rufián diciendo que la Jefatura del Estado es autoritaria».
La presidenta de Ciudadanos también pidió la palabra para quejarse, pero Batet no se la concedió porque ya había zanjado el asunto en su respuesta a Casado. Ciudadanos, de todas maneras, envió un escrito a la Presidencia del Congreso para quejarse por haber «amparado» las «injurias» al Rey. El partido naranja asimismo reprochó a Batet que hubiera negado la palabra a su líder.
La presidenta del Congreso reconoció al jefe de la oposición que «muchas veces en esta Cámara hay que escuchar cosas que se rechazan, que por supuesto no se comparten y que incluso pueden ofender». Pero puntualizó que su «papel como presidenta (del Congreso) es respetar la libertad de expresión». Alegó además que a su juicio no se habían vertido «insultos directos» durante el tenso debate.
La presidenta del Congreso de lo que sí se quejó fue del tono del debate y reclamó a los 350 diputados «respeto, contención y saber escuchar; educación en definitiva». Pidió esa mesura «por el bien de la convivencia, de la imagen de esta Cámara y por la ejemplaridad que debemos a nuestra sociedad».
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