Sánchez e Iglesias sueldan una arriesgada mayoría para agotar la legislatura

Estabilidad ·

Un año y tres días después del acuerdo de coalición, el Gobierno cuenta con un respaldo parlamentario mayor que el que tenía al comenzar su andadura

Domingo, 15 de noviembre 2020, 00:09

No fue una alianza deseada. Desde luego, no para Pedro Sánchez, que no dudó en llevar al país a una repetición electoral el 10 de noviembre de 2019 creyendo que así podría evitarla. Fue un 12 de noviembre de 2019, cuando el líder socialista y ... Pablo Iglesias escenificaron en el Congreso su acuerdo. El ahora presidente del Gobierno dio su brazo a torcer y aceptó hacer vicepresidente al causante de sus insomnios. Hoy, un año y tres días después, la coalición entre PSOE y Unidas Podemos ha logrado consolidarse pese a los malos augurios. El rechazo a las enmiendas a la totalidad de los Presupuestos con una contundente mayoría parlamentaria ha abierto de par en par la puerta a soldar la estabilidad para lo que resta de legislatura.

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Hace menos de seis meses en el PP vaticinaban lo contrario. «A 2022 no llegan», decían. Sánchez acababa de salvar la quinta prórroga del estado de alarma a costa de debilitar el bloque de la investidura -sumando a Ciudadanos para paliar el distanciamiento de ERC- y tras unas jornadas frenéticas en las que el Gobierno se abrió en canal a cuenta del compromiso de derogar de manera «íntegra» la reforma laboral de 2012, el gran objetivo de Podemos, sellado a la desesperada con EH-Bildu. El enfado de la ministra de Economía forzó la rectificación del PSOE y esta provocó el desafío de Iglesias con aquel «pact sunt servanda» («los acuerdos están para cumplirse»).

En su evaluación de los doce meses transcurridos desde que Sánchez e Iglesias comparecieron juntos en el comedor de gala del Congreso para firmar ese contrato de arras con el que el líder del PSOE se comió una a una las palabras vertidas contra Iglesias durante una campaña de la que salió despeluchado (llegó a decir que no podía ser su vicepresidente porque necesitaba a alguien que «defienda la democracia española») los socialistas se muestran positivos. Aseguran que las diferencias y discusiones internas no van más allá de lo que irían en un Ejecutivo monocolor. Pero no niegan que haya asuntos espinosos y que la necesidad del líder de Podemos de visibilizar algunos logros del Gobierno como propios para no quedar difuminado ha provocado en no pocas ocasiones importantes «cabreos».

LAS CLAVES:

  • Malestar en Moncloa. El protagonismo que Iglesias otorgó a Bildu en los Presupuestos molestó en la Moncloa porque devaluó el amplio respaldo del Congreso al Gobierno

  • Unidad con problemas. Sánchez intenta mantener el bloque de los 198 votos a pesar de la guerra declarada de Podemos y los independentistas contra Ciudadanos

El último, a cuenta del empeño de Iglesias de incorporar a EH Bildu como figura estelar del acuerdo de Presupuestos. Una puesta en escena que pilló a contrapié a la Moncloa, estupefacción que se agudizó cuando el vicepresidente segundo elevó a la formación de Arnaldo Otegi a la categoría de copartícipe en «la dirección del Estado». No es que Sánchez deseara la exclusión de EH Bildu, de hecho tenía casi garantizado su respaldo a las Cuentas, pero lo quería sin alharacas, que se notara lo menos posible.

En el entorno del presidente irritó que el movimiento de Iglesias pactado con Otegi acabara por trasladar el foco sobre la colaboración de una izquierda abertzale, que aún no se ha desmarcado de la trayectoria de ETA, y dejó en segundo plano el éxito parlamentario de los Presupuestos (nunca se han rechazado unas Cuentas que superan el debate de totalidad) y la rotunda mayoría que sustentó al Gobierno.

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Una apuesta arriesgada

«No es una operación a corto plazo», afirman en la Moncloa. El bloque de la investidura, con sus actores activos y pasivos, será el sostén gubernamental para lo que resta de legislatura. «Entre avanzar o quedarnos como estamos, el Congreso decide avanzar y España dice adiós al pasado y abre la puerta definitivamente a un futuro de estabilidad y de progreso», anunció el viernes Pedro Sánchez en Pamplona. Y para reafirmar el rumbo, bendijo con su visita a la presidenta de Navarra, María Chivite, el acuerdo presupuestario sellado ayer en esa comunidad con EH Bildu.

El líder socialista no parece dispuesto a dar marcha atrás en su proyecto de contar con la izquierda abertzale y Esquerra Republicana en la mayoría de la estabilidad por sonoras que sean las voces que discrepan en el PSOE. Las críticas de la oposición las da por descontadas. Sánchez se reserva además la carta de Ciudadanos. Los liberales no quieren romper con el Gobierno, al menos por ahora, y viceversa. La presencia del partido naranja, con sus diez escaños, en los pactos parlamentarios abarata el coste político de los respaldos de Esquerra. Del mismo modo que la participación de EH Bildu resta protagonismo al PNV. Republicanos y nacionalistas vascos dejan así de ser peajes obligatorios.

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Pero no es solo una cuestión de aritmética cortoplacista, Sánchez aspira a que los 198 votos que respaldaron la tramitación de los Presupuestos sean su capital parlamentario hasta el final del mandato. No lo va a tener fácil por la guerra declarada a Ciudadanos por Unidas Podemos y los independentistas catalanes y vascos, pero mientras pueda contar con los liberales no va a ser él quien vuele los puentes.

La vicepresidenta Carmen Calvo ratificó ayer que esa es la línea que va a seguir el Gobierno, «negociar con todos» porque es el momento de la «unidad, responsabilidad y estar en la realidad de los problemas». Lo sustancial en esta apuesta estratégica se resume en saber qué hacer para dar respuesta a las necesidades del país, no con quién se hace.

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Un planteamiento, sin duda, difícil de fraguar, como se ha visto en el primer examen de los Presupuestos, y que embarca al Gobierno en una travesía por aguas revueltas cuyo desenlace no está escrito.

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