El primer duelo parlamentario de la legislatura entre Pedro Sánchez y Pablo Casado discurrió por cauces bastante moderados para lo que suelen ser los cara a cara entre ambos. El presidente del Gobierno emplazó al jefe de la oposición a elegir entre «enfrentamiento y crispación ... o diálogo y acuerdo». No hubo respuesta porque Casado no tuvo oportunidad de contestar al haber agotado su tiempo.
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Los antecedentes invitaban a pensar que saltarían chispas en el hemiciclo en la primera sesión de control al Gobierno en el Congreso. Pero el enfrentamiento entre Sánchez y el líder del PP fue como un partido de pretemporada. Casado había presentado una pregunta genérica: «¿Está dispuesto el presidente del Gobierno a respetar el Estado de derecho?» Una formulación tan cajón de sastre que cabía de todo. Y así fue.
Reprochó a Sánchez el nombramiento de Dolores Delgado como fiscal general del Estado, le afeó la cita con Quim Torra y el diálogo con los independentistas, criticó la pretendida reforma del Código Penal para cambiar la tipificación de la sedición y la rebelión, denunció el indulto que viene para Oriol Junqueras, y lamentó su proximidad con el régimen bolivariano de Nicolás Maduro. Nada nuevo bajo el sol, pero que sirvió al líder del PP para advertir al presidente de que estaba «sobrepasando los límites» de la Constitución.
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Sánchez evitó responder a los asuntos que el interpelante había puesto sobre la mesa. Solo englobó todos los reproches a su política sobre Cataluña en «el balance lamentable» de su antecesor, Mariano Rajoy, que llevó a la celebración de dos referendos ilegales y a que nueve líderes secesionistas estén en prisión. En resumen, «un fracaso colectivo».
Pero hecha la reprimenda, prefirió aleccionar a Casado sobre la, a su entender, forma correcta de hacer oposición. Tiene que ser «de Estado» para que sea «útil» a «España y los españoles», y permita alcanzar acuerdos en las cuestiones de interés general. Por ejemplo, citó, la renovación del Consejo General del Poder Judicial, el pacto de Toledo, la reforma del sistema de financiación autonómica o una estrategia compartida para afrontar el reto separatista en Cataluña.
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El Gobierno, añadió, «le tiende la mano» para que deje de ser «el eco de la ultraderecha» y sea «la voz de los millones que votaron una opción moderada en el PP». No se deje arrastrar por «la deriva extremista» de Vox, al que no citó por su nombre. En definitiva, remató, sea «valiente» y dé «una oportunidad al reencuentro».
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