«No prevemos ningún problema», dicen en la dirección del PSOE. Por primera vez en una década los socialistas se asoman a un proceso congresual tranquilo. El partido, fuertemente erosionado por su gestión durante la crisis que sacudió la economía mundial a partir de 2008, ... se partió en dos tras la salida del Gobierno de un achicharrado José Luis Rodríguez Zapatero en un cónclave que enfrentó a Alfredo Pérez Rubalcaba y Carme Chacón, en 2012, y no volvió a conocer la paz interna hasta que Pedro Sánchez fulminó a Susana Díaz en 2017, tras una batalla traumática para la formación.
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La victoria del hoy presidente del Gobierno en unas primarias en las que se enfrentó a los rostros más reconocibles del socialismo, incluidos sus antiguos mentores, algunos de quienes fueron sus principales colaboradores e incluso amigos íntimos, desarmó por completo a sus críticos, que no volvieron a atreverse a alzar la voz. Tampoco los cambios llevados a cabo en las estructuras del partido, con un Comité Federal despojado de buena parte de sus poderes, dejaban excesivo espacio a la discrepancia. Pero la calma que ahora se respira en el PSOE no responde ya a eso. O no solo.
Después de tres años en el Gobierno y con la amenaza de un sorpaso de Unidas Podemos convertida en un mal sueño, el jefe del Ejecutivo lanzó un claro mensaje de reconciliación, casi de borrón y cuenta nueva, con la drástica crisis gubernamental del pasado julio, en la que se llevó por delante a dos de las figuras clave de su proyecto desde que se lanzó a la reconquista de la secretaría general tras la defenestración del «no es no», Carmen Calvo y José Luis Ábalos. También a Iván Redondo, su jefe de gabinete y principal asesor, un hombre externo al partido al que en el PSOE miraban como a un intruso con excesivo poder.
A cambio, Sánchez incorporó al Gobierno a personas, en la mayoría de los casos de su misma generación, de las que se había distanciado como consecuencia de las pugnas internas. Nombró director de su gabinete al exsecretario de Organización Óscar López (que, como él mismo, fue uno de los 'cachorros' de José Blanco) y entregó la Secretaría de Estado de Comunicación a Francesc Vallès, afín al que también fuera su rival en las primarias de 2014, Eduardo Madina, además de hacer ministras de Política Territorial a la castellano-manchega, Isabel Rodríguez, y la aragonesa Pilar Alegría.
Ahora, lo que en el partido dan por supuesto es que en el 40º Congreso Federal, que tendrá lugar entre el viernes y el domingo próximos en Valencia, Sánchez acometerá un cambio igual de radical o más aún en su ejecutiva, que en la actualidad tiene un tamaño elefantiásico, de casi medio centenar de miembros que, en su mayoría, han tenido un escaso papel en los últimos tres años. Fuentes de la formación apuntan a que lo más probable es que este órgano quede reducido a la mitad y que, además, un buen porcentaje de sus componentes sean nuevos.
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En principio, sí se da casi por seguro que Cristina Narbona seguirá como presidenta del partido. Por lo demás, los únicos miembros de la dirección cuya continuidad está fuera de toda duda son la vicesecretaria general, Adriana Lastra, y el secretario de Organización, Santos Cerdán. Lastra ha sido relevada como portavoz parlamentaria y Cerdán accedió al cargo que, en la práctica desempeñaba desde que Ábalos ascendió al Gobierno cuando éste fue defenestrado. Ambos tienen el encargo de Sánchez de poner el PSOE a punto para un ciclo electoral frente al que, pese a su optimismo, los socialistas admiten plagado de riesgos.
Dotar de músculo al partido para lo que pueda venir es, justamente, uno de los objetivos del cónclave que comenzará el viernes con un Consejo de Política Federal, es decir, con un encuentro de Sánchez con los secretarios regionales y presidentes autonómicos de la formación, y el sábado con la participación de todos los líderes que ha tenido el PSOE en democracia (al margen de Rubalcaba, fallecido en 2019). La presencia de José Luis Rodríguez Zapatero no resulta tan significativa porque su relación con la actual dirección socialista ya era buena desde hace tiempo, pero sí las de Joaquín Almunia y, sobre todo, Felipe González.
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Tras el varapalo recibido en los comicios madrileños del 4 de mayo, con la victoria de Isabel Díaz Ayuso y la pérdida de la posición del PSM como fuerza hegemónica de la izquierda, las alarmas se encendieron en el PSOE. En Ferraz y en Moncloa aseguran manejar encuestas que les sitúan ya en niveles de voto similares a los de las pasadas generales y al PP incapaz de sumar mayoría absoluta con Vox, pero admiten que no hay nada ganado y que hará falta un partido cohesionado y con la maquinaria electoral bien engrasada. Así explican también la decisión de adelantar el pasado verano el relevo de Susana Díaz por Juan Espadas en Andalucía, un granero de votos sustancial para los socialistas. Creen que lo previsible es que el popular Juanma Moreno convoque elecciones en primavera. «Con Susana perdíamos; con Espadas, ya veremos», admiten.
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