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Naoufal, Hadiya e Ibrahim pasean por las inmediaciones del CETI de Ceuta, mientras esperan que se resuelva su situación. Sergio García

«Saltamos la valla 400 tras cinco meses en el monte. Llegué cubierto de sangre»

El viaje de Ibrahim Turé ilustra el drama de los más de 500 inmigrantes que esperan en el CETI de Ceuta regular su situación para cruzar a Europa

Domingo, 23 de febrero 2020, 00:26

En el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Ceuta hay 246 magrebíes y 260 subsaharianos. Supervivientes en el sentido estricto de la palabra. Ibrahim Turé, 18 años, es uno de ellos. Abandonó su casa en Guinea Conakry hace tres años -ahora tiene ... 18- después de que sus padres se divorciaran y no pudiera seguir estudiando en un país permanentemente al borde de la guerra civil. «Quería ser profesor, pero era inútil. Allí ya no había sitio para mí». El joven emprendió entonces una huida hacia adelante a través de Senegal, Malí o Argelia -donde le dieron una paliza y le desvalijaron-, desempeñando cualquier trabajo que le permitiera llevarse un mendrugo de pan a la boca. Mozo de equipajes, cocinero...

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En Libia se embarcó rumbo a Italia, aunque las autoridades le impidieron tocar tierra. De vuelta en África, volvió su atención hacia Ceuta. Pasó cinco meses en las montañas que rodean Benzú hasta que el 30 de octubre tomó parte junto a otros 400 inmigrantes en un asalto orquestado por las mafias. «Nunca había vivido algo tan duro, enganchado en la alambrada y entre gases lacrimógenos. La cara, las piernas, las manos... llegué cubierto de sangre».

Su testimonio no le convierte en nadie especial, al menos en el CETI de Ceuta, donde su historia se entrelaza con la de Hassame Baldé, también guineano, o la de Hadiya Socheskaani, de 48 años, a la que echó de casa la última esposa de su padre, condenándola a mendigar en la calle, donde fue víctima de múltiples agresiones y hasta de una violación. Naoufal Essaddekey, de Tetuán como ella, huyó de casa después de que la familia de su novio, dedicada al tráfico de hachís, amenazara con matarle. «La homosexualidad está prohibida en mi país -asegura-. Si te denuncian a la Policía son seis meses en la cárcel». Cruzó la frontera y pidió asilo en la comisaría de la Policía Nacional, que le derivó al CETI. «Me dan de comer y mi medicación, llevo dos meses y por fin respiro tranquilo». Quiere ser útil, «lo mismo si es una cocina o trabajando de informático o electricista».

«Ahogado a dos metros de mí»

Ibrahim y sus compañeros tienen suerte y han vivido para contarlo. «No hay nada más angustioso que ver a estos chicos morir ahogados a sólo dos metros de donde estás y no poder hacer nada por las corrientes, los bajíos o, sencillamente, por que no saben nadar», explica Isabel Brasero, de Cruz Roja, quien aún recuerda el caso de un coche kamikaze que se lanzó contra la verja con 8 subsaharianos a bordo. «La única mujer viajaba oculta en el salpicadero y al estrellarse quedó atrapada entre el amasijo de hierros». En el CETI tienen cuatro comidas al día, estudian español y un régimen abierto que les permite bajar a Ceuta cuando quieren. Es lo más parecido al cielo que han visto nunca.

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