Los rosarios del papa rechazados
50 años del proceso de Burgos: el juicio que dio alas a ETA ·
Una delegación de familiares de los presos viajó al Vaticano en busca de una intervención de Pablo VI, pero no fue recibida en los grandes despachos50 años del proceso de Burgos: el juicio que dio alas a ETA ·
Una delegación de familiares de los presos viajó al Vaticano en busca de una intervención de Pablo VI, pero no fue recibida en los grandes despachosEn la primera quincena de noviembre de 1970, cuando la suerte de los procesados parecía que ya estaba echada, un grupo de mujeres, hermanas y madres de varios de los presos de Burgos, viajaron a Roma para implorar la intervención del papa Pablo VI. Entre ... ellas estaba la madre del cura Jon Etxabe, acusado de formar parte del aparato de propaganda de ETA, y la hermana de Julen Kalzada, detenido por albergar en la parroquia a miembros de la organización. Bastantes de los que se sentaban en el banquillo provenían del espacio cristiano, que proporcionó muchos militantes al movimiento de oposición a la dictadura. Mario Onaindía había estado con los mercedarios, Izko de la Iglesia con los trinitarios y Unai Dorronsoro en el seminario de San Sebastián. Aquellos jóvenes estaban vacunados contra los remilgos morales porque habían sacralizado sus fines y en muchos ámbitos se había fijado la creencia de que la lucha armada era compatible con la fe cristiana.
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El guía en la Ciudad Eterna fue el sacerdote Juan María Arregi, exiliado en Francia, porque había formado parte, junto a otros curas y religiosos, de la cadena de apoyo al etarra Mikel Etxeberría 'Mekagüen', herido en el tiroteo del piso franco de Artecalle. En su huida, el pistolero había matado al taxista Fermín Monasterio, cuando el conductor del barrio bilbaíno de Arangoiti se negó a continuar la carrera y detuvo el coche en Arrigorriaga. Le descerrajó varias tiros. Algunos de aquellos presbíteros acabaron en la cárcel concordataria de Zamora.
En el Vaticano la comitiva no pasó de los primeros niveles de la Curia. En un primer momento, fueron atendidos en la Comisión de Justicia y Paz y en el Consejo de Laicos. Luego fueron recibidos por monseñor Sebastiani, secretario del Sustituto (el 'número tres' ), el poderoso arzobispo Giovanni Benelli, y por el responsable de la Sección Española de la Secretaría de Estado, el sacerdote cántabro Pablo Puente, que años después llegaría a ser nuncio en Reino Unido. Todo fueron buenas palabras y todos recibieron el dosier que habían preparado con información sobre la situación en Euskadi y las denuncias de torturas. Pero nunca lograron franquear las salas anteriores a los grandes despachos. Sí que les atendió el general de los jesuitas, en ese momento el vasco Pedro Arrupe, que unos meses antes había sido recibido por Franco en una visita polémica, en la que ya denunció casos de torturas. Monseñor Cirarda, obispo administrador de Bilbao, lo había hecho un año antes en El Pardo. También les ayudó la delegación del Gobierno vasco en Roma.
Otro jesuita, el padre José María Díez Alegría, profesor en la respetadísima Universidad Gregoriana, les puso en contacto con el poeta Rafael Alberti, que se había afincado en Roma, en la emblemática Vía Monserratto, junto a la Iglesia Nacional de los Españoles, tras su exilio argentino de 24 años. Díez Alegría había tirado hacia la izquierda, a diferencia de sus dos hermanos, que eran generales en el régimen de Franco. Alberti abrió muchas puertas al portavoz de la expedición vasca a través del Partido Comunista Italiano, que ofreció una rueda de prensa para denunciar la situación vasca con la amargura de que en el Vaticano no les habían hecho apenas caso. La Santa Sede saldría al paso para 'aclarar' que el grupo vasco había pretendido un posicionamiento político en favor de la independencia, a lo que no se había accedido porque aquello superaba la esfera religiosa. La delegación lo desmintió.
Para entonces, la Santa Sede ya había accedido a que el Consejo de Guerra fuera a puerta abierta a pesar de lo estipulado en el Concordato, una decisión que fue clave para la resonancia internacional que luego tendría el juicio. Antes de que se subieran al tren de regreso a Euskadi, el Vaticano sondeó a la embajada de España ante la Santa Sede sobre la oportunidad de entregar a los familiares de los presos unos rosarios bendecidos por el Papa, una costumbre muy arraigada en el protocolo pontificio. En la sede diplomática lo desaconsejaron porque el gesto podría tener lecturas políticas. No hicieron caso. Un monseñor se reunió con ellos para entregarles el piadoso obsequio, pero los familiares lo rechazaron. «Nosotras no hemos venido a recibir regalos, sino con la esperanza de obtener de Su Santidad unas palabras de verdad, de justicia y de libertad sobre la situación del pueblo vasco», se dolieron.
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Esta información ha sido elaborada con el libro 'ETA, YO TE ABSUELVO. El papel clave de la Iglesia en el Proceso de Burgos', de Pedro Ontoso, publicado por Ediciones Beta con la colaboración del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo.
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