Martes, 12 de marzo 2019
La vida de un alano español llamado Curro enfrentó a las redes sociales en dos bandos en plena resaca de las elecciones andaluzas a finales del pasado año. Por un lado estaban los cazadores y Vox, y por el otro los animalistas y ... Podemos. El perro iba a ser sacrificado por orden de un juez tras haber mordido a un jornalero rumano que trababa de robar en una casa en Huelva. La noticia tenía todos los ingredientes para correr como la pólvora por Twitter, Facebook o Whatsapp. Y así fue. Las plataformas se movilizaron en defensa del animal y sumaron más de 60.000 firmas contra el sacrificio del can. Nunca lo mataron. Tampoco existió. El bulo lo inició una web de caza minoritaria y varias cuentas del entorno de Vox provocaron que se viralizara entre grupos defensores de los animales.
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En la pasada campaña electoral de Andalucía se habló mucho de la desinformación como estrategia electoral -sobre todo desde la formación de Santiago Abascal, que supo utilizar las redes sociales para movilizar a un electorado que le otorgó un resultado espectacular. En una entrevista publicada en ABC, el líder del partido de ultraderecha, reconocía que su partido había invertido 150.000 euros en la campaña en Internet. Los partidos usan internet porque permite una estrategias de comunicación imposibles en los medios convencionales para seducir, en ocasiones con noticias dudosas, a los votantes.
Y bastante cuestionables, como la controvertida convocatoria de PP, Ciudadanos y Vox en Colón a principios de febrero, y en la que denunciaron que Pedro Sánchez aceptó las 21 condiciones de Quim Torra, incluido el derecho de autodeterminación, cuando fue precisamente su rechazo lo que condujo a las elecciones del 28A.
El de Curro es solo un ejemplo de los riesgos de la desinformación. Hace solo unos días tenemos otro. Vox se habría inventado en Twitter una agresión a tres chicas por parte de «feministas radicales» en Mallorca por negarse a llevar «un lazo con motivo del 8M». Nada ocurrió, pero la noticia ya estaba en medios locales, nacionales y redes sociales. Al día siguiente de su difusión, la formación de extrema derecha alegó que fue «víctima de una manipulación».
El caso de las niñas de Mallorca podría unirse al de que Pedro Sánchez se gastara medio millón de euros en muebles nuevos para la Moncloa, que Pablo Iglesias pidiera lanzar cócteles molotov a la Guardia Civil o que los senadores del PP aplaudieran la paralización de la subida de pensiones a finales de año. Tampoco la mitad de los reclusos en España son marroquíes, rumanos y colombianos, ni los inmigrantes reciben un trato de favor en las ayudas respecto a los españoles. Y ni mucho menos es cierto que existan 2.000 suicidios de hombres cada año por falsas denuncias de violencia de género. Todos ellos, desmentidos categóricamente por el medio independiente Maldita (autor de iniciativas como Maldito Bulo o Maldita Hemeroteca) o Newtral -un proyecto de verificación dirigido por la periodista Ana Pastor. Ambos, fichados por Facebook como sus 'cazadores' de bulos oficiales en España.
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Ahora, precisamente a 46 días de esa convocatoria electoral del 28 de abril la maquinaria de la propaganda 'online' ya ha encendido sus máquinas y los partidos se preparan para contactar con el electorado directamente a través de correos electrónicos o redes de mensajería como el WhatsApp. Aunque si hay otro frente digital que podría adulterar los resultados ese es el de las 'fake news', un fenómeno a escala mundial. Todas las miradas están puestas en las redes, y para intentar atajar el problema, el Gobierno pondrá en marcha un grupo para controlar las noticias falsas de cara a la próxima 'fiesta de la democracia'.
Una medida muy necesaria ante lo ocurrido en otros países como Reino Unido con el referéndum del Brexit, Brasil con la victoria de Bolsonaro o EE UU con la irrupción de Donald Trump. Ambos lograron auparse al poder en parte gracias a la estrategia de fabricar cabreo en las redes para amplificar el alcance de sus mensajes. Las interacciones dan visibilidad aunque estas sean negativas. Y los globos sonda que se lanzan a través de las plataformas digitales sirven para llamar la atención y que la realidad en ocasiones se distorsione.
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Porque la desinformación preocupa y además tiene las patas muy largas. Lo confirma hasta la ciencia: las 'fake news' se extienden más rápido que la verdad. Enganchan, generan más interacción y se comparten aún más, según un estudio del instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, en EE UU). Un simple tuit o WhatsApp puede causar estragos con solo unos pocos caracteres y la velocidad a la que las historias pueden viajar por el mundo a través de Internet es de vértigo.
Eurobarómetro
Ocho de cada 10 ciudadanos consideran que se trata de un problema general para la democracia y particular de España, según datos del último Eurobarómetro relativo a España. Aunque la inquietud europea es similar (un 76% la manifiesta), la mayor proximidad de las elecciones generales acentúa la sensación de urgencia.
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Hay grupos más vulnerables que otros y proclives a compartir contenido mentiroso: los mayores. Son los más intoxicados y los que más intoxican. Hicieron 'clic' con la tecnología y quedaron engatusados de las redes sociales, acortando esa brecha digital que les separa con los más jóvenes.
Existen estudios ―'Less than you think: Prevalence and predictors of fake news dissemination on Facebook', de la Universidad de Nueva York y de la Universidad de Princeton, o 'Duty, Identity, Credibility: Fake news and the ordinary people in India', de la BBC― que apuntan a este colectivo como uno de los más propensos a compartir noticias falsas al ser menos hábiles a la hora de verificar los contenidos que difunden. Sobre todo a través de WhatsApp, la aplicación que más usan los adultos de 65 años en adelante.
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Las redes de mensajería son impermeables al contraste de verificación de los mensajes que difunde. El grupo de la familia, el de los amigos o el del colegio, en WhatsApp, solo los mismos miembros son los que contrastan. Un caldo de cultivo de mentiras en el que reaparecen cada cierto tiempo bulos que parecían extintos y entre los que proliferan la xenofobia el machismo o el anticatalanismo.
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