Pedro Sänchez, en el Congreso de los Diputados. Efe

Ocho días plagados de momentos inéditos y situaciones anómalas

Desde la investidura a la formación del Gobierno se han vivido filtraciones, goteos de nombres, cambios de fechas y un debate descarnado

Lunes, 13 de enero 2020, 00:06

Desde el inicio del debate de investidura el sábado 4 de enero a la formación del Gobierno formalizada ayer han transcurrido solo ocho días, pero su intensidad y los momentos anómalos que se han vivido han hecho que pareciera una eternidad. Todo ha sido extraño, ... las fechas, la aspereza del debate, la comunicación gubernamental, las fricciones entre los socios y, en general, un ambiente en el que el absurdo se impuso al sentido común.

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Pedro Sánchez cerró ayer con la presentación de sus ministros un ciclo que comenzó allá por las elecciones del 28 de abril abril. Ya lo dijo él mismo el miércoles en su charla con el Rey, «ocho meses para diez segundos». Los diez segundos que tardó en prometer el cargo de presidente fueron el colofón a una sucesión de situaciones anómalas. Por citar lo más reciente, las fechas de la investidura.

El líder socialista se empeñó en cerrar cuanto antes lo que no pudo abrochar en verano y se encontró con las Navidades. Primero fue la idea de celebrar el debate la tercera semana de diciembre para comer el turrón con la tarea hecha. Después, que si antes de Nochevieja. Luego, después de las uvas. Al final, fue con la cabalgata de Reyes. Un calendario cambiante en función de los avatares de la negociación del pacto con Esquerra, condicionada a su vez por las decisiones judiciales.

La fecha del debate hizo cambiar los planes de sus protagonistas y los de todos los actores secundarios. Viajes de ida y vuelta apresurados, los funcionarios del Congreso con las vacaciones interrumpidas (han recuperado esas horas de descanso con un festivo a mitad de esta semana) y una sensación general de desbarajuste por acomodar los tiempos a los planes del candidato.

Llegó el debate y se armó la de san quintín. Ni los ujieres de la Cámara que acreditan más lustros recuerdan un ambiente tan crispado para una investidura. Solía ser un trámite que hasta hace nada invitaba al bostezo, pero con la de Mariano Rajoy ya se calentó el hemiciclo y con la de Sánchez entró en ebullición.Es difícil que sus señorías se escandalicen por los epítetos en un debate parlamentario, pero en esta oportunidad se utilizaron adjetivos de un calibre tabernario. «Sociópata, estafador, villano, personaje sin escrúpulos», se pudo escuchar en el salón de plenos.

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Hasta el Rey, lo nunca visto, se convirtió en arma arrojadiza en el fragor del debate. Los «vivas» a la Corona resonaron con fuerza cuartelera en las paredes del hemiciclo. Como si la bancada que los profería, la de la derecha, quisiera reafirmar la Monarquía ante la otra parte. Fue como si el fondo norte de un estadio coreara gritos de ánimo al equipo local para ofender al fondo sur, siendo este del mismo club. Por cierto, en la Zarzuela no gustó.

Filtraciones

Entretanto, por los pasillos de la Cámara y mucho antes de que se votara la investidura, desde Podemos se filtraban los nombres de su cuota en el Consejo de Ministros para estupefacción de los socialistas. Esto tampoco se había visto nunca. Pero es que además la información voceada sin pudor no se limitaban a los nombres de los ministros, bajaba hasta el detalle del director de gabinete.

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Sánchez, una vez ungido presidente, se tomó cumplida revancha e hizo trizas los planes previstos. Era un forma de decir quién manda. Retrasó, sin que se conozcan las razones, la formación del Gobierno. Dijo que los nombres que se han conocido a lo largo de este fin de semana se harían públicos a partir de mañana.

Un enredo que hizo patentes las fricciones entre los socios y que preludian una legislatura de calambrazos aunque hayan firmado un protocolo para coordinarse y no hacerse daño.

La fumata blanca de los ministros tuvo aires de vodevil con aroma a operación de marketing. A partir del jueves, la Secretaría de Estado de Comunicación empezó a informar a través de mensajes de whatsapp de los nombres de los ministros, los que repetían y los nuevos. Un formato que más parecía la presentación de los concursantes de un reality de televisión. Por la mañana, un nombre; a mediodía, otro; por la tarde, uno más. Un striptis a cámara superlenta.

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Dónde ha quedado el cuaderno azul de José María Aznar o el férreo silencio de Mariano Rajoy. Con los socialistas siempre ha habido alguna filtración que otra, pero nunca se conocía la totalidad del Consejo de Ministros antes de que el presidente de la Gobierno se lo comunicara al Rey. Trámite que Sánchez despachó ayer por teléfono. Es difícil imaginar qué le habrá contado si toda la alineación

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