En este verano abrasador y ambiguo, entre el 'carpe diem' pospandemia y las apreturas provocadas por la inflación, el Gobierno insiste en que continúa esperando al PP para explorar consensos y el primer partido de la oposición incide en que mantiene la mano tendida en ... busca de ese mismo entendimiento en los asuntos con relevancia de Estado. Pero los apenas 4,4 kilómetros que separan el Palacio de la Moncloa de Génova 13, el cuartel general de los populares, están adoptando los perfiles escarpados de un abismo político. De una honda división en torno a la inquietud prioritaria de este trance histórico –el impacto en nuestro bienestar de la invasión de Ucrania, camino ya de seis meses– que no solo alcanza a la retórica partidaria, casi siempre encendida, sino a algo más profundo: el diagnóstico de la crisis y la estrategia para combatirla.
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A horas de sumergirse en el agosto veraniego, España es hoy un país que recupera cifras turísticas de antaño, al compás del crecimiento económico tras lo peor de la covid-19, mientras padece al llenar la cesta de la compra y el depósito de gasolina una inflación situada en el 10,8%, el listón más gravoso en 38 años. Es decir, un país que parece decidido a disfrutar de su pimer estío normalizado desde que el coronavirus secuestró la vida de todos en 2020, al tiempo que coge fuerzas para un otoño que se prevé gélido por la amenaza de la continuidad de la guerra y el 'chantaje' energético de Vladímir Putin; y muy caliente políticamente, con todos los partidos en modo preelectoral y con desafíos ante sí como la negociación de los últimos Presupuestos de la legislatura.
Es en ese terreno complejo y embarrado entre la expectativa, la incertidumbre y la inquietud en el que el Gobierno de Sánchez y el PP de Núñez Feijóo libran su pulso. Un duelo que termina acerado el curso y que no tiene visos de aflojar cuando ambos líderes encaran el decisivo ciclo electoral que se abrirá en mayo con las elecciones municipales y autonómicas y rematarán las generales de finales de 2023 si no media un adelanto presidencial. «La situación está jodida», describe con franqueza, 'sotto voce', un dirigente socialista buen conocedor de cómo respira la militancia en las distintas federaciones y consciente del esfuerzo que habrán de hacer el Gobierno y el partido para revertir las encuestas adversas y persuadir a los ciudadanos desafectos de que la «protección social» del Ejecutivo ante una inflación desbocada acabará embridándola.
Con el espaldarazo andaluz en la mochila y los sondeos de cara, el reto del PP es otro:_que la política propia al margen de la agenda de Sánchez de la que se jactan en Génova no derive en la impresión –la que le achaca la izquierda– de que solo buscan beneficiarse del cuanto peor, mejor. Los socialistas han ido apuntalando su táctica para intentar desmontar la imagen de moderación y sentido de Estado de Feijóo, al que acusan de mantener el mismo fondo pese a alejarse en las formas de las estridencias del 'casadismo'.
En su balance del curso, Sánchez dio un paso más allá al cargar contra sus oponentes por pasar de «bloqueo y el negacionismo» al «catastrofismo» sobre la evolución económica. Persuadidos de que cada día que pasa el contexto se le hace más cuesta arriba al presidente, los populares han intentado rebatir el discurso de que están en el 'no por el no' apoyando al Gobierno en materia de seguridad y defensa y absteniéndose en el segundo decreto anticrisis, tras un debate sobre el estado de la nación del que Sánchez salió mejor parado de lo esperado.
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Socialistas y populares, que han ensanchado más si cabe su brecha sobre la renovación pendiente del CGPJ a raíz de la contrarreforma del Gobierno para forzar la cobertura de las vacantes en el Constitucional, afrontan el otoño distanciados en casi todo. En el diagnóstico de la crisis –donde los primeros se escudan en la gravedad de la guerra, los segundos insisten en que la inflación desatada deviene también de la incapacidad del Gobierno para controlarla–; en las medidas de respuesta –los populares exigen deflactar el IRPF, algo que los socialistas han aceptado en Euskadi, y recalcan que si se abstuvieron en el segundo decreto es porque Sánchez «solo acierta cuando rectifica»–; y ahora también en un relato que se disputa al español de a pie y anticipa por dónde discurrirá la pugna preelectoral.
Sánchez hace bandera de su Gobierno como el baluarte de las «clases medias trabajadoras» frente a un PP al que identifica con «los poderosos» que se beneficiarían frente a la mayoría social y al que dibuja como una suerte de 'cenizo' sobre el porvenir de la economía. «¿Qué patriota es Feijóo cuando abraza a las eléctricas y a la banca?», abundó ayer la portavoz del PSOE en el Senado, Eva Granados. En la calle Génova, sus inquilinos se afanan en presentar a Sánchez como un incompetente que endeuda a la España del presente y del futuro y solo persigue retener el poder. «No hay corbata que tape el 11% de inflación», ironizó, ayer también, el coordinador general de los conservadores, Elías Bendodo. Agosto echa a andar sin tregua preludiando un septiembre con las espadas en alto.
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El último curso político español abrió con la rocambolesca votación que permitió al Gobierno salvar por los pelos la reforma laboral y va a cerrarse con un plan sobrevenido de ahorro energético que aprobará mañana, 1 de agosto, un postrero Consejo de Ministros. En medio ha pasado de todo en el ecosistema doméstico –el traumático relevo en el PP, la crisis por Pegasus, dimisiones varias, las elecciones en Castilla-León y Andalucía...–, pero, sobre todo, ha ocurrido un hecho sobrevenido de una sobrecogedora excepcionalidad: la invasión rusa de Ucrania que ha devuelto la guerra a las puertas de la UE con una sacudida política, económica y moral sobre el modo de vida de los europeos.
¿Cuánto nos está transformando aquel 24 de febrero en el que Vladímir Putin decidió vulnerar la soberanía ucraniana? «Las últimas generaciones de españoles dábamos la supervivencia por garantizada. Y, de repente, irrumpe una pandemia y, cuando nos habíamos acostumbrado a convivir con la covid-19, descubrimos que las guerras siguen existiendo. Son los jóvenes a los que más está impactando este escenario», constata Narciso Michavila, presidente de GAD3 y experto en encuestas.
Las preocupaciones constatadas por el Centro de Investigaciones Sociológicas hace un año radiografiaban un país inquieto, sobre todo y todavía, por el corononavirus, cuyas consecuencias en la situación económica y el mercado laboral se dejaban sentir en las zozobras de los ciudadanos. Hoy, y según el mismo barómetro del CIS, lo que les perturba el sueño es ya, sin duda, la crisis asociada a la escalada inflacionista aunque su mayor detonante, la guerra, figure paradójicamente en cola de las preocupaciones.
Casi seis meses después del inicio de la contienda bélica, España es un país –y, singulamente, los ciudadanos que se identifican con la socialdemocracia– que hoy tiende a converger con los estados europeos en lo que se refiere a la seguridad y la defensa, evidencia Michavila. Aumentar el gasto militar, añade el experto, ha dejado de ser «un tabú propio de los conservadores».
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