La guerra de corte medieval que Rusia desencadenó contra Ucrania prácticamente de improviso está poniendo en evidencia una crisis que muy bien podría considerarse de orden mundial. De hecho, hace tiempo que se venía gestando, que algunos analistas estaban denunciando, pero casi nadie – y menos ... bastantes políticos de miras cortas – se planteaban anticiparse a ponerle freno.
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Bien es verdad que los temores y alertas no llegaban a pensar en una crisis armada, como la que desencadenaron las dos guerras mundiales del siglo pasado. Los intereses y ambiciones parecían dilucidarse en ámbitos especialmente económicos y financieros. Pero la realidad que estamos viviendo, con una potencia que parecía tener sus problemas externos medio resueltos se empeñase en una contienda armada, sin perspectivas de solución al menos por vías diplomáticas.
El final de la Guerra Fría, que durante varias décadas puso al mundo en tensión siempre con el recuerdo de la amenaza atómica como fondo de un enfrentamiento entre dos bloques separados por ideas políticas y lo que agravaba más la situación era el temor al expansionismo que permanentemente intentaba alguno de ellos, aportó una etapa de cierta tranquilidad internacional y sobre todo la esperanza de que se encontrasen fórmulas de convivencia mundial con un doble objetivo:
El primero, por supuesto, que el peligro de un enfrentamiento bélico se olvidase y los estados buscasen formas de colaborar o cooperar para conseguir beneficios cara al desarrollo y la mejoría de la situación de la inmensa mayor parte de los miles de millones de habitantes más desfavorecidos que compartimos este tiempo. Mejorar la economía partiendo de un reparto más equilibrado y justo de la renta era fundamental para avanzar hacia esa paz que exige empezar por combatir la pobreza. Se encontraron fórmulas para conseguir avanzar, pero insuficientes.
Algunas iniciativas como la globalización económica prometían avances sustanciales y el desarrollo tecnológico paralelo ofreció resultados espectaculares, pero al final estamos viendo que nada frenó ambiciones, que lejos de conseguir una mayor integración en la búsqueda del progreso y la igualdad colectivos, se vieron frustradas frente a las ambiciones e intereses de todo tipo que renacieron multiplicadas. La paz, el bien más ambicionado, ha vuelto a dar la impresión de que es una utopía.
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Y lo seguirá siendo mientras la vida de todos continúe guiada por intereses enfrentados. Estos días Madrid es la sede de la Alianza Atlántica, un acontecimiento muy importante para conseguir que la paz existente se garantice en nuestro ámbito. Se trata de una organización defensiva, sí, pero es necesaria y sobre todo positiva para que sirva de contención a ambiciones y recurso a la fuerza armada de quienes, como ahora Rusia, pretenden imponerse por la fuerza al respeto que merecen los demás.
La cumbre de la OTAN de Madrid intentará abrir nuevos cauces para la paz. Su celebración, que supondrá su rehabilitación, no podría coincidir con un momento más oportuno.
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