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Miquel Iceta.
Cocinero antes que fraile, el niño que quería ser librero llega al Consejo de Ministros

Cocinero antes que fraile, el niño que quería ser librero llega al Consejo de Ministros

Miquel Iceta da un nuevo paso en una carrera política caracterizada por su papel de apagafuegos en la sombra

Martes, 26 de enero 2021, 17:55

Allá por 1991, Miquel Iceta descubrió alguno de los ritos aparejados al poder. «Tengo derecho a litera en el búnker de la Moncloa», contó sorprendido al comprobar que, como director del departamento de Análisis de la Presidencia del Gobierno, tenía cama en el Centro Nacional ... para Seguimiento y Control de Situaciones de Crisis. Reclamado por el vicepresidente Narcís Serra, acababa de dejar la concejalía en el Ayuntamiento de Cornellá y comenzaba con 31 años su carrera de perejil en todas las salsas.

Las bambalinas, el segundo plano, ha sido su hábitat en el Gobierno de España, en el de Cataluña, en el PSOE y en el PSC. Asesoró, hizo papeles, negoció, escribió discursos (se le atribuye, aunque dice no recordarlo, la frase de Zapatero en 2004 que abrió la caja de Pandora: «Aceptaré el Estatut que salga del Parlament»). Un trabajo en la sombra que solo dejó para ser primer secretario de los socialistas catalanes en julio de 2014, cargo que nadie quería en un partido desarbolado por el vendaval del 'procés'.

Pero antes, en la Moncloa, vivió la trepidante recta final de Felipe González. Eran los tiempos de los GAL, la fuga de Roldán, las escuchas ilegales de los servicios de inteligencia, los primeros escándalos de corrupción. Un sinvivir durante el que trabó una estrecha amistad con José Enrique Serrano, fontanero mayor del Gobierno, con el que iba a medianoche a los quioscos de la Puerta del Sol de Madrid para comprobar qué sapos iban a tragarse en los periódicos del día siguiente. Una época «divertida», suele decir para relativizar, como hace con casi todo, aquellos convulsos años.

Con la vitola de cabeza amueblada y hombre de recursos, valores que escasean en la ganga de la política, regresó a sus pagos en Cataluña con el cambio de siglo, y, como siempre, enredando tras el telón. Estuvo en la trastienda del Estatut, fue uno de los urdidores de los gobiernos tripartitos de Maragall y Montilla, y aceitó las cada días más chirriantes relaciones del PSC con el PSOE. Hasta que llegó el 'procés'.

El epitafio del gay bailarón

El reto independentista puso a prueba al PSC, se llevó por delante a su líder Pere Navarro, afloraron las almas del partido y las deserciones. Se hizo con el timón de aquella nave a la deriva y abandonó la cocina. Su figura rechoncha y desinhibida se hizo familiar. Inolvidables sus bailoteos en campaña al son de 'Don't stop me now' junto a un acartonado Pedro Sánchez. Aunque ya había protagonizado un bombazo en 1999, cuando en otra campaña electoral anunció: «Hoy me declaro públicamente gay, pese a que siempre lo he sido. No es que salga del armario, he bajado de la vitrina». A veces, bromea con que su epitafio dirá «era gay y bailó».

En los años más tensos del 'procés' mostró gran habilidad para irritar a unos y otros. Sacó de quicio al PSOE, por no hablar de la derecha, cuando, por ejemplo, afirmó que «si el 65% de los catalanes quiere la independencia, la democracia debería encontrar un mecanismo para encauzar eso». Defendió la celebración de un referéndum pactado, idea que pronto arrió, y fue el primero en hablar de indultos. En la orilla separatista era una bestia negra. Comentó que aprovecharía el día del referéndum para «hacer una paella». Un desprecio inadmisible para la épica soberanista.

Mordaz a la par que dialogante, se ha pegado con todos, desde el PP a Esquerra, y con todos ha pactado. Es marca de la casa no volar nunca los puentes. Lo mismo en el PSOE, 'sanchista' fiel y paño de lágrimas de Susana Díaz. Su máxima de que «en España hace falta más PSC y en Cataluña, más PSOE», sintetiza el pensamiento de aquel niño que soñaba con ser librero. Le ha llegado la hora de ser ministro, y seguirá con la costumbre adoptada hace siete años de publicar un haiku diario en la red. Son, dice, «la filosofía del instante». El de ayer fue: «Nieve sobre mi choza: pinta torpes figuras en su deshielo».

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