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J. A. Marrahí
Miércoles, 5 de julio 2023, 12:23
La ciencia forense y criminalística (la labor de las conocidas policías científicas y expertos en medicina legal) ha sido crucial en decenas de ocasiones para resolver crímenes. Sin embargo, en el caso relatado en el podcast 'Ferrándiz. Alrededor de un asesino en serie', poco pudo hacerse más allá de averiguar cuándo habían muerto las cinco víctimas, de qué modo fueron asesinadas las jóvenes y rescatar de las escenas de los hallazgos algunos objetos que luego servirían para incriminar al sospechoso.
Pero ni las autopsias ni los informes de la localización de los cuerpos en Oropesa, Vila-real y Onda sirvieron para encaminar el caso. No, al menos, en el sentido de arrojar alguna prueba sobre un posible sospechoso o pistas sobre su paradero. Y es que los medios que había hace tres décadas no son los que existen en la actualidad. Dicho de otro modo: hoy Ferrándiz lo tendría mucho más complicado.
Lo sabe bien Carmen Negre, al frente del Instituto de Medicina Legal (IML) de Castellón. Ella es la protagonista del segundo episodio del podcast y compañera de algunos de los forenses que participaron en el caso: José Antonio, Mercedes, Mario, Enrique... «Lo viven con emoción, no olvidan y les resulta difícil hablar del asunto», confiesa. Ellos fueron testigos del horror, del momento más macabro del caso, cuando en sólo seis días aparecieron tres cadáveres en la zona de prostitución de Vila-real conocida como Vora Riu. Eran Natalia Archelós, Mercedes Vélez y Francisca Salas, también conocida como Paqui.
A mediados de los años 90 todavía no existían los institutos de medicina legal (dependientes de la Conselleria de Justicia ) con la modernidad que hoy caracteriza a estos espacios judiciales destinados a las autopsias y laboratorios forenses. «Parte del trabajo, incluidas las autopsias, se hacían en una sala de los cementerios. Básicamente, una mesa de mármol y, en ocasiones, ni agua corriente...», describe Negre.
La gran base nacional de ADN que hoy emplea la Policía Nacional y la Guardia Civil llegó mucho después. Como resume la forense, «hoy tenemos elementos mucho más potentes, herramientas que a partir de indicios mínimos dan resultados que podemos cruzar con bases de datos. En este caso, el de Ferrándiz, »su perfil habría estado ahí«, estima la experta.
Ese gran avance al que se refiere Negre es la Base de Datos Policial de Identificadores Obtenidos a partir del ADN. Se creó en octubre de 2007, forma parte de los ficheros que pueden consultar las Fuerzas de Seguridad en todo el país y almacena los datos obtenidos a partir de los análisis de ADN en el marco de las investigaciones criminales: pelos, semen, colillas, tejidos... Todo aquello en lo que es posible extraer la huella genética.
¿Cómo funciona este gran tesoro de la resolución criminal? Se guardan los datos analíticos de esas muestras dubitadas o 'manchas' (cualquier resto encontrado en una escena criminal o cadáver sin identificar). Y también las indubitadas (las que corresponden a una persona conocida con nombre y apellidos). En este caso puede ser un sospechoso o el familiar de alguien desaparecido. Y cuando hay coincidencias en el cotejo entre unas y otras, hay una respuesta. Puede ser una prueba incriminatoria o, sencillamente, la identificación de una persona.
Pero hay más posibilidades. Por ejemplo, si varias de esas 'manchas' genéticas aparecen repetidas en distintos escenarios criminales los investigadores pueden llegar a valorar la posible intervención de un mismo autor, esté o no identificado. Es un mecanismo de trabajo también muy útil en otros delitos como los robos con fuerza o atracos.Desde el Ministerio del Interior ensalzan así su valor: «Es una herramienta muy efectiva, ya que vincula a presuntos autores con delitos y exonera a otras personas, inocentes, de su participación». Además, «es muy útil en la identificación de cadáveres y restos humanos, y en la búsqueda de personas desaparecidas».
Más sobre el caso Ferrándiz
La base de datos se nutre con todos los hallazgos policiales susceptibles de obtención de ADN en cualquier punto del territorio. Y sus cifras resultan sorprendentes. Según la última memoria del sistema, correspondiente a 2022, el año pasado las fuerzas de seguridad introdujeron más de 7.000 nuevas muestras en la base procedentes de escenas criminales o cuerpos sin identificar. Y con ellas son más de 120.000 las acumuladas desde que comenzó a funcionar.
Su eficacia está medida. Los cotejos permitieron esclarecer nada menos que 1.115 delitos el año pasado en toda España. De ellos, 61 casos fueron homicidios; más de 200, violaciones y abusos sexuales; casi medio millar de robos con fuerza y más de un centenar de atracos, como constata el balance de Interior.
Pero regresemos a 1995, al Castellón aterrorizado por Ferrándiz. Si bien la ciencia forense no pudo arrojar elementos que ayudaran a encontrar a un sospechoso sí respondió a cuestiones esenciales. Primera: ¿Cuándo murieron sus víctimas? Los cuerpos estaban muy deteriorados al haber pasado meses a la intemperie y en este punto fue clave la entomología forense, capaz de establecer la fecha de muerte a partir de la presencia de determinados insectos en un cuerpo. En el caso de Sonia y Amelia Sandra, fue en la misma noche de su desaparición, la primera el 2 de julio de 1995 y la segunda el 14 de septiembre de 1996. En el caso de las tres jóvenes de Vora Riu, se estableció un tramo temporal aproximado entre finales de agosto y septiembre de 1995.
¿Cómo perecieron? «Bien una estrangulación, bien una sofocación (presión sobre las vías respiratorias)», detalla Negre. «En algunas fue estrangulación manual, en otras utilizó un lazo o la obstrucción de orificios. Es un patrón común en todas las muertes».
Y tercera cuestión: ¿Con qué propósito? A Negre le llama la atención el hecho de que, en algún caso, «usaba la ropa interior de las víctimas para estrangularlas o atarlas. Todo hacía pensar que había alguna práctica sexual previa». Sin embargo, jamás se ha probado la violación en la conducta criminal de Ferrándiz con las cinco víctimas a las que asesinóEl asunto es todavía más oscuro, puesto que a cuatro de ellas, y con la única excepción de Sonia Rubio, las mató en momentos previos o posteriores a unas relaciones sexuales consentidas, según la sentencia. Ferrándiz aprovechaba que las jóvenes estaban desnudas y se valía de sus prendas para someterlas y crear esos lazos de estrangulación, ataduras o mordazas.
El avance del caso y la confesión de Ferrándiz acabó revelando que la inspección de los terrenos donde aparecieron los cuerpos no fue tan concienzuda y pormenorizada como probablemente lo sería hoy. De hecho, cuando Ferrándiz recorrió de nuevo las escenas criminales para la reconstrucción señaló dónde había escondido algunas prendas y objetos de las víctimas. Fue en octubre de 1998, casi tres años después de los crímenes. Y allí seguían. Nadie había reparado en ellos.
El capitán José Miguel Hidalgo de la UCO de la Guardia Civil recuerda ese recorrido con el asesino en Vila-real, donde aparecieron asesinadas tres de las jóvenes. El horror en el camino Vora Riu. «Él no tiene ningún inconveniente en decir 'aquí tiré unas botas, aquí tiré un pañuelo, aquí tiene un jersey y aquí tiré la documentación'». Y a pesar del tiempo transcurrido «aparecen esos efectos».
También se localizaron más objetos no detectados en inicio en la balsa de Onda junto a la que murió la quinta víctima, Amelia Sandra García. En esta ocasión era la rebeca roja de la joven, que Ferrándiz llevó a una cañizal próximo.
El propio asesino, altivo, acabó reprochando a los investigadores estos 'olvidos' en los escenarios de los crímenes. Lo describe así Hidalgo: «Colabora con la reconstrucción, pero en el sentido de 'te lo digo porque no habéis sido capaces ni de encontrarlo en la inspección ocular. Habéis vaciado una balsa, pero no habéis mirado en las de al lado'».
¿Qué más ha cambiado hoy en esta parcela de las investigaciones? «La diferencia de medios respecto a 1995 es abismal, es otro mundo», valora el comandante José Carlos Cordero Pérez, jefe del departamento de Investigación , Desarrollo e Innovación del servicio de Criminalística de la Guardia Civil.
Cita, por ejemplo, avances como el uso de drones con la tecnología LIDAR, acrónimo de Light, Detection And Ranging, «utilizada también en arqueología para encontrar arquitectura antigua oculta por la vegetación». Básicamente, permite realizar desde el aire minuciosos análisis de superficies en tres dimensiones, incluso en entornos forestales más complejos que los urbanos o los de las casas.
Es el croquis criminalístico en 3D y pocos detalles escapan a su barrido en forma de nube de puntos. Hace casi un año, el dron de la Guardia Civil ya sobrevoló el escenario forestal en el que apareció el cuerpo desmembrado de una mujer en la localidad castellonense de Alfondeguilla. Fue a principios de agosto.
También destaca el comandante Cordero el uso de la la «infografía forense, con reconstrucciones virtuales» de escenas investigadas gracias al uso de escáneres 3D«. Según destaca, comenzó a implantarse en 2007 y »poco a poco los aparatos se han hecho más pequeños y manejables«.
En el ámbito de la genética, la Guardia Civil estableció en 2003 el primer laboratorio oficial de España acreditado en obtención de ADN de muestras genéticas humanas. «Supuso un plus de calidad en la emisión de informes periciales que a su vez aportó un mayor valor de veracidad ante los tribunales» en este tipo de pruebas delictivas o de identificación. «Entre 2004 y 2010 pasamos a tener unos 10.000 informes de muestras, tanto dubitadas como indubitadas, procedentes de casos criminales o desapariciones», destaca Cordero.
Ya en el campo del instrumental, también notables avances desde el horror que sembró Ferrándiz. Para el mando de la Benemérita, otra gran mejora desde 2007 es «el empleo de las luces forenses portátiles, que han ganado tanto en calidad como en tamaño». Son de gran importancia porque detectan o discriminan manchas de restos biológicos como sangre o semen que a veces no se aprecian a simple vista. «En 1995 práctimente no estaba implantado o era un cacharro enorme, cuando hoy es un pequeño objeto que cabe en un maletín», añade el experto.
En el tratamiento de las huellas dactilares, «antes la marca en la escena investigada debía trasladarse a una superficie adhesiva con acetato y podía haber pérdidas, pero desde 2005, gracias a la luz forense se hace una foto de alta resolución capaz de sacar los puntos relevantes de la marca dactilar. La ventaja es una muestra de mayor calidad, sin pérdida de información».
Pero la tecnología todavía ha dado, recientemente, un paso más: «Para las muestras dubitadas de huellas en una camiseta o un papel ya empleamos »equipos que aplican la longitud de onda que abarca desde la luz visible al espectro infrarrojo, como el DCS5, del que dispone Guardia Civil, y que sacan la huella directamente«, señala el comandante Cordero.
Y en otras áreas, como la detección de documentos falsos, «somos pioneros en el cotejo de escritura árabe y china, con capacidad de detectar falsedades en textos en estas lenguas».
En 1995 tampoco estaban tan implantadas las cámaras de seguridad. Hoy son infinidad las que existen en locales y entradas de las ciudades y pueblos. Y son una herramienta policial muy útil a la hora de establecer sospechosos a través de matrículas de vehículos o probar su presencia y recorridos. En el contexto de Ferrándiz, podrían haber captado su vehículo cuando se llevó a Sonia Rubio en Benicàssim.
Hay ejemplos a raudales de retos policiales en los que la cámara de vídeo ha sido crucial para los investigadores. José Bretón, el asesino de sus hijos en Córdoba, fue grabado por las cámaras de un parque infantil. Otra de un negocio de Torrevieja permitió el año poner nombre al asesino en serie de una funcionaria y un agricultor en Alicante, pues. varias personas lo reconocieron tras la difusión de las imágenes.
La ciencia del crimen también dispone hoy del georadar, otra herramienta de uso policial extendida después de Ferrándiz y que se ha usado para prospecciones de terrenos: conocer lo que hay bajo tierra o si ésta se ha removido. Puede revelar, por ejemplo, la ocultación de un cuerpo o restos óseos.
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