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Casado reúne a su dirección después de que miles de 'ayusistas' pidan su marcha. efe | Vídeo: EP

Casado se enroca y reta a los barones a que le convoquen a un congreso para echarle

El presidente del PP, con su ejecutiva partida en dos, reunirá a la junta directiva nacional la próxima semana para debatir la celebración del cónclave extraordinario

Lunes, 21 de febrero 2022

El pulso fratricida entre Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso se ha reconvertido en una batalla de proporciones desconocidas que fractura ya al PP al completo. Tras otra jornada epiléptica en las filas de los populares, la guerra recluta tropas y se dirime entre su ... todavía presidente, su número dos -el denostado Teodoro García Egea- y los fieles que les arropan y el bando de cargos representativos -según los críticos, mayoritario- articulado en torno a la comunidad de intereses que ha acabado reuniendo a Alberto Núñez Feijóo y a la presidenta madrileña para intentar forzar la salida de Casado. Esto y una catarsis, por la vía de precipitar un congreso extraordinario «de unidad» y renovación.

Anoche, después de permanecer atrincherado durante nueve horas junto a su núcleo duro en el cuartel general de Génova, Casado utilizó sus atribuciones al fin para convocar la junta directiva nacional -el máximo órgano entre congresos de la formación conservadora- para la próxima semana con un posible punto excepcional en el orden del día: el debate del cónclave extraordinario que los barones y otros responsables del partido movilizados en torno a Núñez Feijóo y Ayuso exigen a su aún presidente para zanjar por la vía más rápida posible la hemorragia interna. La cita estaría fijada para el lunes 28, pero la queja del presidente andaluz, Juanma Moreno, al coincidir con la fiesta de su comunidad podría obligar a aplazarla un día.

Feijóo, erigido de nuevo en portavoz referencial ante «el colapso» -así lo definió él mismo- que atenaza al PP, le había requerido por la mañana y públicamente a Casado una «última decisión». Lo que se interpretó como una apelación a que dimita y dé paso a un congreso de urgencia que sustituya al ordinario fijado para julio, con el fin de frenar la sangría y buscar un revulsivo con una nueva dirección.

Pero Casado no solo no renuncia por ahora, sino que se enroca. La convocatoria de la junta directiva nacional para nada menos que dentro de seis días, con el partido abierto en canal, se transforma en un desafío para que los barones y el resto de quienes pretenden ya derribarle sin disimulo le impongan ese congreso extraordinario mostrándole, de paso, la salida de Génova. Los estatutos del partido prevén ese cónclave forzoso si así lo decide la junta directiva por dos tercios de todos los cargos que congrega el órgano: más de 400, aunque medios del partido constatan que raramente suelen superar los dos centenares. Y la votación, si se consuma, no será secreta.

División y toque de retreta

El anuncio de la cumbre del lunes fue la transacción a la que llegaron Casado, la parte de su ejecutiva que le respalda y la otra mitad que ha pasado a demandarle que dé un paso atrás, después de otra jornada -y van cinco- con el PP copando para lo peor toda la actualidad política. Pero esa solución de mínimos es recibida por los críticos como la constatación de que, al menos a estas horas, su presidente no solo se resiste a abandonar, sino que está dispuesto -«decidido», en palabras de un diputado que le es fiel- a plantar batalla. Si él no opta por apartarse de aquí al lunes porque asuma que ha perdido los apoyos que precisa para evitar ese congreso extraordinario, Núñez Feijóo tendrá que dar un paso al frente y el resto de los opositores comprometerse para convocar el cónclave y derribarle por la vía de los hechos. Casado tiene previsto hablar hoy con los barones, aunque cualquier intento de templar los ánimos y explorar consensos se antoja poco menos que inviable llegados a semejante punto de discordia.

LOS PASOS A DAR:

  • Reunión de la Junta Directiva. En el orden del día: La celebración de un Congreso extraordinario exige un debate previo, fijado en el orden del día de la Junta Directiva Nacional -podrán introducirse asuntos mediante firma de la mayoría absoluta con una antelación de 24 horas- y la resolución final de convocar tiene que ser adoptada por una mayoría de dos tercios de sus más de 400 miembros. Las Juntas Directivas han de reunirse de forma ordinaria cada cuatro meses -la última que convocó Casado fue hace siete, en julio pasado-.

  • Congreso extraordinario: Finales de marzo: Los estatutos indican que para la celebración de un congreso se debe fijar mes y medio de plazo «si se trata del congreso nacional» ordinario desde la convocatoria hasta que se celebre, pero añaden que este podrá ser extraordinario «en casos de excepcional urgencia, con tan solo treinta días de antelación, haciendo constar en la convocatoria el motivo de convocar y las causas que fundamentan la urgencia». Esto implica que, como mínimo, el extraordinario no se celebraría hasta finales del mes de marzo o principios de abril.

El líder comenzó ayer, de hecho, a calibrar su fuerzas; sus huestes, dado el tono guerracivilista que ha adquirido el proceso de descomposición interna en el PP. Y lo que se encontró, de saque, fue con una revuelta en su núcleo de confianza. La primera que le planteó la necesidad de encauzar el enfrentamiento a través de un congreso extraordinario fue Belén Hoyo, la responsable del comité electoral y 'casadista' reconocida. Tras ella se alzaron la voces de las exministras Ana Pastor y Elvira Rodríguez y la de Andrea Levy, al frente del comité de garantías que debía fiscalizar el expediente cerrado a Ayuso e integrante del equipo del alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida. Entre los disidentes están también Jaime de Olano, el 'hombre' de Núñez Feijóo, y Javier Maroto.

Pero en paralelo, García Egea comenzó a llamar en peregrinaje a los diputados provinciales y otros cargos en todo el país que creen alineados con Génova a fin de calibrar sus avales ante la cumbre del lunes. A todos ellos se les conmina a pasar por Madrid de aquí al jueves para conocer su parecer sobre la crisis. «Una presión nunca vista», reprochan los críticos.

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