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Cayetana Álvarez de Toledo y Pablo Casado durante la sesión de inevstidura. EFE
Casado 'el afeitado' y los gritos al «presidente 'fake'»

Casado 'el afeitado' y los gritos al «presidente 'fake'»

La bancada popular se rebela contra Pedro Sánchez durante su respuesta al líder del PP | «¿Soy el peor?», pregunta Sánchez. «¡Sííííí!», responde parte del hemiciclo

Sábado, 4 de enero 2020, 13:43

Se han dado cita tantas Españas este sábado en el Congreso que cuesta reconocerlas a todas. «La que avanza y la que bloquea», diferenciaba el candidato -por tercera vez- Pedro Sánchez; «la constitucionalista», a la que apelaba el líder del Partido Popular, Pablo Casado ... ; la de «súbditos y supremacistas», criticaba en su línea Santiago Abascal; incluso estaba presente, a pesar de ser sábado y en pleno puente, la «que madruga», que diría el defenestrado Mariano Rajoy, en la figura de ujieres, policías y otros trabajadores del Congreso que el pasado 20 de diciembre se habían despedido de sus compañeros con la frase «¡Ojalá no nos estropeen las vacaciones!». También había otra, la ajena, la que fuera del hemiciclo miraba con curiosidad pero estaba más preocupada por los regalos de Reyes. La España que se daba cita un 4 de enero en una sesión de investidura salida de una repetición de elecciones, que fue precipitada al no haberse aprobado los presupuestos por un Gobierno en minoría, que llegó al poder tras una mocion de censura... En resumen, la España de las ojeras, la de los 253 días en funciones. La España del polvorón.

Sánchez, que pronunció en su discurso inicial (de una hora y cincuenta minutos) más veces el nombre de su país de las que aparece recogido en el primer párrafo de esta crónica, propuso a la Cámara baja «recomenzar» con todo, «empezar desde cero». Por un momento pareció el protagonista de una comedia romántica intentado recuperar el favor de una expareja -el realizador del Congreso enfocó en ese momento a Pablo Iglesias y luego a Gabriel Rufián-. No había comedia ni romance en el ambiente, solo un Javier Ortega Smith (Vox) leyendo un libro en su escaño: 'En defensa de España', de Stanley G. Payne.

Sánchez también leía, en su caso folios con letra grande (Arial tamaño 20, calculada a ojo) y por eso se le iban amontonando los papeles que iba pasando de un lado a otro de la tribuna mientras desgranaba su programa -un concepto, una hoja-, como un violinista pasando la partitura de la Marcha Radetzky mientras que con la otra mano intenta no perder el compás. Habló de pensiones, cambio climático, reforma laboral y de la pieza estrella de este particular concierto de Año Nuevo, Cataluña, que sirvió para abrir la sesión a las 9 de la mañana con un rotundo «¡España no se va a romper!» en Do bemol, recibido por los asistentes con un aplauso tan estruendoso que vaticinó la eléctrica jornada que quedaba por delante.

La melodía llegó a su culmen cuando el candidato dijo que su Gobierno iba a meter mano a «la proliferación de 'fake news'», que causó un paradójico silencio en su bancada pero fue aplaudido con gran cachondeo por los populares, con un Pablo Casado que marcaba el compás dándose palmadas en la cara. «Caradura», podía leerse en sus labios. «El nuestro es un Gobierno complejo», reconocía el propio Sánchez, antes incluso de ser investido presidente.

Arriba, en el gallinero, donde los asientos cuestan un escaño y no 120, Tomás Guitarte (Teruel Existe) y José María Mazón (PRC) observaban la escena. Ninguno de los dos había llegado en AVE a Madrid, pero se habían convertido a última hora en protagonistas por lo ajustado de la investidura. Gabriel Rufián miraba el móvil mientras la Ejecutiva de su partido se reunía en Barcelona parar decidir su posición respecto a la postura de la Junta Electoral Central de inhabilitar al president Torra. Lo mismo hacía Laura Borrás, de JxCat.

«¿Ha dormido bien?»

Volvió por un momento el insomnio al Congreso. «¿Usted ha dormido bien esta noche?», preguntó el líder del PP, Pablo Casado, nada más subir a la tribuna durante su turno de intervención. No lo hacía preocupado por la salud de Sánchez, sino como el primero de una retahíla de ataques que le iba a dedicar al candidato socialista. «¿Cuándo se jodió el socialismo constitucional?», «el Gobierno más radical en nuestra historia», «es usted un presidente 'fake'», «batasunos, bolivarianos, chavistas...». Frases que vaticinaban como un 'spoiler' el tono de la legislatura que se avecina.

«Gracias por la moderación», le respondió Sánchez irónicamente a Casado, «ya se parece más al Casado afeitado», como si el líder del PP fuera un moderno Sansón, que perdiera la fuerza al cortarse el pelo. Si no quedaba claro, el candidato socialista rebajó más el nivel con un «hola, soy Pablo Casado y he perdido cinco elecciones en un año».

Cada pataleta que provenía de los asientos ocupados por los populares recibía como respuesta un «escúchenme un momento, no pasa nada», apoyado desde las alturas por la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, que estrenaba el cargo rogando silencio. Una guerra por el ruido que causaba asombro al espectador. «¿Soy el peor?», preguntaba Sánchez. «¡Sííííí!», respondía la bancada popular. Minipunto para el surrealismo.

Catálogo de insultos

«¡Quim Torra debe ser detenido!». Cada uno iba a lo suyo en la investidura, y Santiago Abascal -que durante las negociaciones se había mantenido en un segundo plano- no iba a ser menos. Acompañado de un libro sobre la conquista de México por Hernan Cortés, al que no hizo mención en ningún momento (solo lo llevaba en la mano), estaba dispuesto a marcar el territorio desde el principio, pronunciando la 'ge' y la 'de' de Generalidad (Generalitat) en perfecto castellano. Si Casado había subido la escalada de tensión, el líder de Vox estaba dispuesto a no quedarse atrás.

«Mentiroso», «estafador», «charlatán», «fraude», «personaje sin escrúpulos», «villano de comic», «político indigno», el repertorio de Abascal para definir a Sánchez es inagotable.

Tomas Guitarte miraba impertérrito al líder de Vox cuando las críticas se volvieron hacia él después de que Teruel Existe decidiera apoyar a Sánchez. «Que sus paisanos le pidan cuentas, que no tengan dudas de que lo harán», le decía. Abascal acabó con un aviso: «No vamos a hacer una oposición frontal, sino total. En los tribunales y en las calles».

Como si Abascal no existiera, Sánchez, en su turno de réplica, se dirigió en tercera persona al líder de Vox, como ya hiciera en la anterior investidura fallida. Lo comparó con el histórico líder de ultraderecha Blas Piñar. Solo se dirigió directamente a él para decirle que «ustedes son fuertes con los débiles y débiles con los fuertes».

«Estamos avanzando, antes no se nos dirigía a nosotros. Incluso insiste en decirme que le mire a los ojos. Como convoquemos otras elecciones va a pedir que pactemos, ¡como le da igual todo!», contraatacó Abascal.

«Adelante, presidente»

Más emotiva ha sido la intervención de Pablo Iglesias. A diferencia del tono usado en el anterior debate investidura, en la que Unidas Podemos y PSOE se enfrentaron por una serie de ministerios y acabaron por no alcanzar un acuerdo, en esta ocasión, se ha mostrado ya como un socio de coalición «leal» de los socialistas. A Pedro Sánchez precisamente han ido dirigidas buena parte de sus palabras en su intervención. «Pedro, estarás al frente de una coalición progresista historica, es un honor para nosotros. Sí se puede, adelante presidente», ha dicho.

«Bien está lo que bien acaba. Estoy francamente ilusionado, dentro de cuatro años miraremos atrás y demostraremos que somos una izquerda que supo gobernar España», resumió Sánchez, antes de acercarse al escaño de Iglesias para fundirse de nuevo en un abrazo con él, como aquél como con el que certificaron el pasado 12 de noviembre el preacuerdo que les ha llevado a todos hasta aquí.

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