Miembros de la oposición venezolana y del PP durante una concentración frente al Congreso para reivindicar a Edmundo González presidente electo de Venezuela. EP
Entre líneas

El bucle de Venezuela

Aunque el régimen de Maduro se atrinchere, no queda otra alternativa que una transición negociada

Alberto Surio

San Sebastián

Domingo, 15 de septiembre 2024, 00:05

La profunda crisis de Venezuela se ha convertido en un asunto político doméstico, de lucha encarnizada del PP contra Pedro Sánchez, al que quiere presentar como un autócrata con un estilo de oposición hiperventilado con tal de erosionar su imagen. La aprobación de la declaración del Congreso que reconoce la victoria de Edmundo González y su condición de presidente constituye un importante movimiento político y simbólico más allá de esa dimensión táctica y del revés del Gobierno que ha implicado.

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Pero las palabras de la ministra de Defensa, Margarita Robles, que calificó a Venezuela como «una dictadura», han dejado constancia de una cuestión de principios debilitando los esfuerzos de contención del ministro Albares por no romper todos los puentes. La realpolitik encierra estas paradojas entre la ética y el sentido de la oportunidad. Tampoco China es un modelo democrático y, sin embargo, la retórica de los gobernantes europeos siempre es contenida al respecto.

Los acontecimientos se pueden precipitar. Maduro necesita el chivo expiatorio y el recurso ultranacionalista del enemigo exterior siempre suele funcionar con bastante éxito. Y más si se trata de «los españoles», con alusiones a la conquista colonial que resultan un recurso tópico para ocultar las carencias de una política que persigue a la mitad de la población venezolana en lo que presenta como una maniquea cruzada «contra el fascismo y la ultraderecha».

Podemos estar en puertas de un nuevo escenario de ruptura de todas las relaciones -diplomáticas, económicas y comerciales-, con muchos sectores perjudicados, si se cumplen las bravatas del régimen. Pero todo ello, y el empeño del PP de desgastar a Sánchez con asuntos de Estado, pueden distraer el fondo del asunto: la grave quiebra moral que se ha producido en el país latinoamericano, con tantos lazos de unión con España, después del atrincheramiento del régimen de Maduro tras las elecciones de julio y la sombra de un posible pucherazo.

Papel clave

Las expectativas que se habían generado de una posible evolución posibilista del sistema chavista se han venido abajo con estrépito y la decepción en sectores de la izquierda latinoamericana es muy elocuente. Basta ver el papel valiente y activo del presidente chileno, Gabriel Boric, en este debate. Venezuela, además, es una pieza geopolítica de gran sensibilidad, con el petróleo como baza.

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La única salida factible a este laberinto pasaría por una Transición pacífica y negociada que evite un conflicto civil que acabe en violencia y derramamiento de sangre que nadie quiere. El papel de España y de la Unión Europea, más allá de los aspavientos, se antoja clave. El dilema es: o Venezuela termina como Nicaragua o se trabaja una solución dialogada.

El chavismo se ha enrocado en la represalia pero el aislamiento ante el mundo le debería hacer 'moverse'. La vuelta a la dinámica democrática del acuerdo de Barbados sería el punto al que todos deberían regresar si no quieren deslizarse hacia una deriva suicida. Lo que se vislumbra en las próximas semanas va a retratar un pulso. Pero la única salida es la negociación de un proceso de superación del actual sistema, con unas nuevas elecciones a la vista, pero limpias y con garantías.

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La alternativa -la vuelta de las sanciones internacionales- podría terminar siendo más que un castigo, un aval al búnker en su huida hacia adelante y en su apuesta por la persecución de la disidencia y la violación de los derechos humanos.

Los intereses geopolíticos y económicos de Venezuela la hacen apetecible en el decorado internacional, donde se libra una descomunal partida por las influencias. Y eso obliga a que la mirada sobre aquel país no se limite solo al plano de la moral y la solidaridad democrática, aunque sea lo más relevante.

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PP y PSOE deberían compartir una estrategia de responsabilidad de Estado. Si se cierran todas las expectativas democráticas, lo pagarán primero la ciudadanía venezolana y sus ocho millones de exiliados. Pero lo terminaremos pagando todos.

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