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«La política transita por un camino poco edificante». El adiós de Borja Sémper no puede desvincularse del análisis de un contexto de «confrontación permanente», de «enfrentamiento gratuito», de un marco en el que el «respeto» al diferente atraviesa horas bajas. No hay más razones ... tras su marcha de la actividad pública, ha insistido en su despedida, que la de una «etapa personal» que ha llegado a su fin. Pero tampoco oculta su incomodidad en un clima general tendente a convertir en enemigo al adversario.
25 años después de adquirir un compromiso con el PP vasco, con Gregorio Ordóñez, asesinado por ETA en 1995, como referencia, Sémper deja sus cargos, la presidencia del partido en Guipúzcoa, la portavocía en el Parlamento Vasco y sus funciones como concejal en el Ayuntamiento de San Sebastián, para pasar a la actividad privada en la multinacional Ernst & Young y proporcionar, dice, otro «entorno y perspectiva» para su familia.
No está interesado en alentar otras interpretaciones. Pero la suya era una de las voces del ala moderada del partido, esa corriente de cargos políticos que abogan por un estilo alejado de las «trincheras», recelan del discurso inflamado y temen que la formación de Pablo Casado se vea arrastrada al terreno de Vox.
Los episodios de fricciones entre el PP vasco y la dirección nacional han sido, de hecho, habituales en los últimos tiempos. El más significativo fue el desencadenado por unas declaraciones de la portavoz en el Congreso en las que Cayetana Álvarez de Toledo reprochaba al partido en Euskadi «tibieza» con el nacionalismo y haberse «apartado de la consigna de que lo moral es lo eficaz». «Mientras algunas caminaban sobre mullidas moquetas -replicó entonces Sémper-, otros nos jugábamos la vida defendiendo la Constitución».
En la rueda de prensa de este martes ante los medios no ha querido, en todo caso, volver a las discrepancias, aunque ha normalizado los «choques» con el argumento de que los partidos políticos no deben ser «sectas» y que lo «sano» no es convertir las organizaciones en «cajas de resonancia» para convencer al convencido. Defensor de «cuidar el fondo y las formas», sólo ha tenido palabras de agradecimiento para Pablo Casado por su «generosidad» y «afecto».
Se va en un momento en el que el PP está inmerso, de nuevo, en el debate sobre cómo conciliar la contundencia con la moderación tras constantes oscilaciones en el último año entre la contención y la crítica elevada. El discurso del líder de los populares este martes en la Junta Directiva Nacional, con la promesa de una oposición «sin estridencias», convenció a los barones del partido, que confían en encontrar la medida frente a un Gobierno que, creen, se ha instalado en el «extremismo».
Hoy Sémper ya no se ha referido a esta circunstancia. Ni un reproche al partido que, asegura, le ha permitido expresarse con libertad. Sólo ha hablado, en términos generales, de la tarea pendiente de todas las formaciones, y ha trasladado que «convendría prestigiar la política», recuperar su «dignidad», no poner en juego la convivencia, «respetar» al rival y no olvidar la «voluntad de llegar a acuerdos con el diferente».
Su salida se suma a la de otros dirigentes de la época anterior, como Soraya Sáenz de Santamaría, candidata por la que apostó en las primarias del PP y con la que ha conversado una vez meditado el paso a dar.
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