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U. Mezcua
Domingo, 27 de junio 2021, 00:26
Si entre finales de marzo y principios de abril el viaje al Valle del Jerte, en Extremadura, ofrece una recompensa visual, hacerlo entre junio y julio supone un premio para el estómago. En estas fechas las blancas flores de los cerezos han dado paso a ... toneladas de deliciosos frutos, que abarrotan miles de árboles frutales en uno de los vergeles más fértiles de España.
A ambas orillas de la N-110, que corta como un bisturí el valle, se amontonan los puestos que venden cerezas prácticamente recién cogidas. Un aliciente más que suficiente para emprender el viaje desde Madrid. Más aún si se puede realizar junto a un compañero práctico, confortable y ultraeficiente como ha demostrado ser en esta ruta el nuevo Honda Jazz.
Emprendemos el viaje por la A5, la carretera de Extremadura, para un recorrido de tres horas y 295 kilómetros, en su inmensa mayoría por autovía. La primera impresión es que el Jazz es un coche muy confortable, bien aislado, y sencillo de llevar. Poco hace falta hacer, salvo decidir si queremos activar o no el modo Eco, un punto más eficiente, cosa que hacemos, para aprovechar al máximo el eficiente sistema híbrido que equipa.
El consumo no sube de los cinco litros a los cien kilómetros hasta llegar a Plasencia, ya cerca del destino. En el municipio cacereño, puerta de entrada al Jerte, hacemos la primera parada del viaje reponer fuerzas. En Succo, a un paso de la plaza mayor, degustamos algunas especialidades típicas, como el Trinchada de presa ibérica, revolconas y jamón ibérico, y otras que no lo son en absoluto, como un delicioso tiradito de pez mantequilla. El postre, por supuesto, son unas deliciosas cerezas recién cogidas. Tras reposar durante un paseo por el casco antiguo, encaramos la recta final del viaje al municipio de Jerte, corazón del valle y de su industria hortofrutícola.
El alojamiento escogido, Aura, rebosa calidad y comodidad, y una cena inspirada, como no, en las cerezas -especialmente reseñable es la sopa fría y la pluma ibérica- rematan el día. Su ubicación es perfecta para abordar, al día siguiente, la cercana ruta a la Garganta de los Infiernos, más conocida aquí como Los Pilones.
Tres kilómetros de ida que rematan en una serie de piscinas excavadas directamente sobre la piedra por los meandros del río, cuyas aguas gélidas son un buen bálsamo contra el calor de principios de junio.
A la vuelta, tras recuperar fuerzas en un restaurante cercano, enfilamos el recorrido de regreso, en esta ocasión por la nacional 110 (vía Piedrahíta, Ávila y La Cruz Verde) eleva ligeramente el consumo a unos igualmente frugales 5,2 litros a los cien. Los desniveles de los sucesivos puertos dejan notar el que quizá es el único pero del Jazz, junto con un maletero contenido (cabe recordar que estamos ante un coche del segmento B, aunque no lo parezca por su bien aprovechado interior): la rumorosidad del cambio CVT, que se deja notar cuándo se requiere un punto extra de esfuerzo al motor de 109 CV. Una potencia, por cierto, que parece mayor de lo que es, gracias al empuje adicional del motor eléctrico, alimentado gracias a la energía cinética y a la recuperación de las frenadas.
En este punto, cerca ya de Madrid, cuando se empieza a dejar notar el cansancio, se ponen en valor las ayudas a la conducción del paquete Honda Sensing, en especial el control de crucero adaptativo. Un broche final tecnológico a una escapada con sabor dulce.
El salpicadero del Jazz está presidido por una pantalla táctil de 9'' compatible con Apple Car Play y Android Auto. El cuadro, digital, es particular pero eficaz. Destaca el sistema vocal «Ok, Honda»
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