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Las últimas en entrar al Teatro Real fueron ocho científicas de Instituto de Biomedicina y Genética Molecular de Valladolid. Estuvieron más de 20 horas a la intemperie. La aventura de viajar a Madrid y pernoctar en la calle comenzó en la máquina de café, cuando dos de ellas decidieron ir al sorteo de la Lotería de Navidad. Otra vez. Estuvieron el año pasado. «Tenían que vivir la experiencia», las convenció Cristina. A esta idea alocada para quienes trabajan en un laboratorio con elementos que pocos pueden entender se sumaron otras seis de sus compañeras. Además de las dos que repetían, Sara y Cristina, las que empacaron esterilla, saco de dormir, manta y un gorro de árbol navideño, que las identificaba entre la multitud, fueron Sonia, Silvia, Esther, Elena, Miriam y otra Cristina. Con la fotocopia gigante del número del centro de investigación llegaron a Madrid a las cinco de la tarde del día anterior, la misma hora en que la familia valenciana Golligas Salvador, que vive al lado de Paiporta y que ayudaron a sus vecinos desde el primer día de la dana, llegaban. Los padres e hijo de 12 años. «Ojalá el gordo le toque a los que lo han perdido todo», dice Lucía, la madre. A Catarroja le caerá un pellizco del premio de 500.000 euros.
El alivio llega al sentarse en los últimos asientos. «Lo mejor ha sido el colegueo de pasar las horas arropándonos unas a otras», dice la otra Cristina. Lo peor, la incertidumbre de entrar o quedarse fuera. La fila avanzaba lentamente. Al público se le registra, pasa por la máquina de metales, se registra, recibe el número de su asiento, deja su bolso en taquilla y entra al patio de butacas, donde entrará en calor. Pero para los que se saben en el filo de los escogidos, son momentos de tensión. A ellas, que están entre los 25 y los 55 años y vinieron sin reservar hotel, les dijeron que sólo podían entrar tres. Tenían que separar el grupo. «Ha sido agobiante, parecía que nos quedábamos fuera», reconoce Cristina, biomédico experta en lípidos. «Hubiéramos entrado tres, pero no llegamos a decidir cuáles, cuando por suerte nos dijeron que podían entrar diez más». «Ya nos tocó un premio», dice Sara.
Mientras tanto, los niños de San Ildefonso desayunan con el relajo del recreo, en la cantina del teatro, vedada para el público general que, si han sido previsores, tienen una galleta en el bolsillo. La mañana transcurre con el premio de 60.000 euros cantado más pronto de la historia, a los pocos minutos de empezar y otro de medio millón temprano también. Salen número con tres ceros al comienzo, el 55, 17 y el 80, que no hacen titubear a los niños cantores. Hasta que a las 11.20 horas sale el Gordo. Cuatro millones de euros, se escucha con la cadencia característica del 22 de diciembre. Se escucha un grito entre el público. «¡Me ha tocado!».
Daniel Roldán
Fernando Morales
Pasó hace dos años, que le tocó a una mujer en el patio de butacas por primera vez. Revuelo entre los asistentes y las cámaras. Falsa alarma. Veinte minutos después una niña canta otro Gordo. Enmudece la sala. ¿Cómo es posible? Ella enseña la bolita al notario que las acompaña, y él tiene que corregirla. Son 1.000 euros. Los nervios y la inocencia de la veintena de chiquillos rompen la monotonía de un acto que ya espera los segundos premios. Con cada uno de los escasos balbuceos, hay aplausos de ánimo. Ese es el ambiente frente al escenario, mientras los de Máster Chef y Grand Prix se hacen fotos con los espontáneos.
La fauna lotera sigue encabezada por los tres personajes más reconocidos de cada edición. Los tres que siempre son los primeros en entrar. El Obispo, la Lotera y el Papa, con sus trajes emblema. «Somos los tres premios», dice el Obispo, el número uno, que está en la puerta desde el 1 de diciembre. No tiene voz y sí un catarro. Le acompaña su hija, que parece orgullosa del padre. El Papa se le unió el 5 de diciembre. Uno se quedaba hasta las dos de la madrugada, que tenía relevo. La Lotera iba y venía. «Me iba a dormir», reconoce. «Hacemos turnos». ¿Por qué venir? «Así nos aseguramos el dinero», dice el Obispo. Otros, como Robert y Neus, terminan al raso desde Barcelona por un reto que surge como una penitencia. «Dijimos: a que no te atreves y aquí estamos», afirman.
Así como están los que nunca faltan a la cita, están los primerizos que desafían al frío y el cansancio para ganar una plaza tan difícil como cualquier oposición. María del Mar y Ricardo son una pareja de Villabellosa, que están con mantas, cartones y «todo lo que pudieras pillar» desde el principio de diciembre. Han comprado un número que recomendó un vidente leonés en Tik Tok. «Este año es bisiesto», dice la mujer. Hay mucho de superstición, en general, pero crece entre los que esperan su turno durante días.
Con ellos entra el Capitán Buscanovia, que también se estrena. Trabaja como camarero, está de baja por una operación, tiene 50 décimos y promete volver. En la fila le acogió el Obispo, al que llegó hablando con el Quijote. Ya pertenece al grupo de Whatsapp. Son los primeros en entrar pero no los últimos en irse. Con la desilusión de no sacarse el Gordo, y con el segundo premio por salir, a las doce ya hay gente que se marcha. Los que triunfan, si se cuenta la ganancia en minutos de televisión, son los cuatro vestidos de pescadores gallegos, con sus impermeables amarillos. Jóvenes, uno estudia medicina. Ganan a las brujas del gato negro, la panadera, los elfos, Grinch y los medievales.
El segundo premio se canta a las 13:30 en punto. El teatro se vacía de desilusionados.
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