La vida detenida en Londres
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Los empleados británicos han sido más reacios que otros europeos a regresar a sus oficinas mientras el comercio sigue sin clientesíñigo gurruchaga
Corresponsal. Londres
Sábado, 22 de agosto 2020, 22:18
Viernes, diez de la mañana, y solo una mujer joven sale de la boca de metro en Piccadilly Circus. Una rápida cuenta arroja como balance una treintena de personas caminando por la plaza. Un taxi, tres o cuatro coches privados, siete furgonetas o camiones de ... reparto. Pendones de tela azul colgados de cables tendidos en Regent Street cubren el trayecto de la calle comercial con la inscripción, 'Gracias #NuestrosHéroes', en homenaje a los sanitarios.
La huella de la pandemia en el centro de Londres es honda. En la puerta de la juguetería Hamleys, un chico y una chica bailan con gracia un twist para atraer a la clientela. En un viernes de otro agosto se habrían congregado ante ellos padres con niños deseosos de entrar en un comercio habitualmente abarrotado y turistas fotografiando a los bailarines en un selfie, pero hoy no hay nadie.
Los descuentos en las tiendas de moda, las más castigadas por la ausencia de clientes, son de 'hasta el 50%', de 'hasta el 70%'. La de Apple, cuya capitalización bursátil es ahora de dos billones, igual que la deuda contable de Reino Unido, es la única en toda la calle en la que hay cola para entrar. Hay pocos turistas: alemanes, nórdicos o asiáticos exentos de pasar una cuarentena tras el aterrizaje.
Concepto. El Gobierno paga la mitad del coste de una comida, hasta 11 euros por persona, este mes para ayudar a los restaurantes
En Scribbler, que vende postales, un cartel en la puerta dice: 'Se buscan clientes. Información en el interior'. Una dependienta dice que «poco a poco» están recuperando las ventas, porque cuando reabrieron sus puertas en junio no entraba nadie. Calcula que ahora tienen la mitad de clientes con respecto al agosto del pasado año. A principios de este mes había en el West End un 37% de los contabilizados en 2019, según una asociación de 600 comerciantes.
Un estudio del Ayuntamiento ha confirmado que la mitad de los londinenses no quiere acudir a comercios y restaurantes, ni usar el transporte público, por temor a la infección del Covid-19. La pérdida del 90% de los ingresos por billetes de tren, metro o autobús gestionados por Transport for London ha agravado la situación financiera del transporte público, en una ciudad en la que solo tres de cada diez habitantes conduce un coche para ir a su trabajo.
La mayoría de los teatros y salas de conciertos están cerrados. Los museos aplican restricciones de acceso para permitir el distanciamiento. El South Bank, la ribera sur del Támesis donde se agrupan atracciones culturales con gran éxito -el Teatro Nacional, la Filmoteca, el Royal Festival Hall...- es ahora una arcadia para paseantes. El sector de industrias creativas emplea a uno de cada seis trabajadores en la capital.
Según el equipo de estudios del banco Morgan Stanley, al final de julio el 34% de los empleados británicos de cuello blanco había regresado a sus oficinas. La comparación con otros países europeos sorprendió. Había regresado entonces el 86% en Francia, el 73% en España. El confinamiento comenzó y terminó más tarde en Reino Unido que en otros países europeos, pero Boris Johnson ya apremiaba al regreso a las oficinas.
Al principio de julio pidió que volviesen a sus lugares de trabajo, pero sin usar el transporte público. La superficie del Gran Londres es más o menos la misma que la de Guipúzcoa. Y hay muchos 'commuters' que acuden diariamente en tren desde lugares distantes. ¿Sobrestimó el líder conservador el kilometraje diario en bicicleta del que son capaces los londinenses? ¿Subestimó su temor al contagio o su pereza para regresar a las rutinas laborales?
Días después, pidió a las empresas que ordenasen el regreso a sus empleados para salvar los centros comerciales de las ciudades. Pero un sondeo de las Cámaras de Comercio Británicas reveló que el 62% de los empresarios creía al principio de agosto que una parte o toda su plantilla seguirá trabajando en casa. El Royal Bank of Scotland, el banco Natwest o Google no esperan a sus empleados en sus sedes hasta el principio de 2021.
El ministro de Hacienda, Rishi Sunak, decidió salvar de la ruina al menos a los restaurantes. El Gobierno paga la mitad del coste de una comida, hasta 11 euros por persona, durante el mes de agosto. El porcentaje de ingleses a los que les gusta comer bien es inferior al de los que se deleitan con un descuento. La medida está siendo un gran éxito. Pero los comensales eligen establecimientos en sus barrios en lugar de trasladarse al centro de la ciudad.
Por la City financiera, que bombea dinero hacia el resto de la metrópoli, se puede pasear con gran relajo a mediodía. Hay pocos más peatones en un día de labor que en los fines de semana antes de la epidemia. Comercios cerrados, mesas libres para almorzar un sándwich. La City, tecnológicamente avanzada, está mejor equipada que otros sectores para el trabajo remoto.
Lee Fitzgerald, sacristán de la bella iglesia de St. Stephen Walbrook, la primera que se construyó con cúpula en Londres, contigua al epicentro del distrito -Mansion House, el Banco de Inglaterra, el edificio de la vieja Bolsa-, cuenta que tiene muy pocos feligreses, porque ya no hay residentes en la milla cuadrada. En los viejos edificios vivían familias en los pisos altos, pero en las últimas décadas el paisaje urbano se ha transformado. En las modernas torres no vive nadie.
Especula que bancos, fondos y firmas de abogados, entre otros negocios, no necesitarán el mismo espacio en el futuro y que quizá eso lleve a la conversión de superficies vacantes en viviendas, y a la recreación de los antiguos rituales, como la popular misa dominical. ¿Qué será de los grandes rascacielos construidos antes de este colapso universal? Todos tienen ofertas de compra o alquiler. Catástrofe o recuperación parecen depender de la biología del bicho.
Adivinar el futuro de la ciudad que, según Samuel Johnson, solo cansa a quienes están cansados de vivir es un juego de azar. La fragilidad de tal entramado de humanidad e intereses ante un virus es una lección evidente de lo vivido. Sería también extraordinario que se salga de esta sima siguiendo a los niños en su regreso a las escuelas, al principio de septiembre.
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