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Iñigo Gurruchaga
Londres
Lunes, 19 de abril 2021, 21:38
«La posición por defecto del unionismo y del lealismo es sospechar deslealtad y traición», dice Mikel Nesbitt, exlíder y diputado del Partido Unionista del Ulster (UUP) en la Asamblea de Belfast. «Y hay claras pruebas de que Boris Johnson ha traicionado a la ... población unionista de Irlanda del Norte». En esa faceta, se une a otros dos primeros ministros conservadores, Edward Heath y Margaret Thatcher.
Al primero, unionistas radicales y lealistas (asociados a grupos armados) le paralizaron la provincia con huelgas cuando fomentó una autonomía compartida con los nacionalistas. Ian Paisley, fundador del DUP, el partido ahora más popular en Irlanda del Norte, llamó a Thatcher «mujer perversa, traicionera y mentirosa», mientras se quemaba en una hoguera un monigote con su efigie. La Dama de Hierro había firmado un acuerdo de cooperación entre Londres y Dublín.
La diferencia entre aquellos dos intentos de crear instituciones compartidas por nacionalistas y unionistas en Irlanda del Norte, en 1972, o en toda la isla, en 1985, y esta traición de Johnson es que la actual se habría perpetrado enmascarada en una jerga comercial complicada (uniones aduaneras superpuestas, controles fitosanitarios, variedades del IVA,…), pero tendría, según Nesbitt, un efecto constitucional.
La imposición de fronteras entre Gran Bretaña e Irlanda del Norte –Johnson afirmó que nunca aceptaría tal cosa– separa a los unionistas de sus compatriotas británicos y la permanencia en la unión aduanera comunitaria le empuja hacia una economía de toda la isla. Como en fechas precedentes –con la excepción quizá del Acuerdo de Viernes Santo, en 1998–, a la modificación constitucional le han seguido disturbios.
La quema de automóviles, los ataques a la Policía o la búsqueda de enfrentamiento con nacionalistas cesó en los distritos lealistas tras el anuncio de la muerte de Felipe de Edimburgo. Pero, una vez concluido el luto oficial, los súbditos leales y problemáticos de la Corona ya han convocado marchas ilegales.
Ministros del Partido Democrático Unionista, creado por Paisley, no han asistido en las dos últimas semanas a reuniones de los comités que canalizan la cooperación entre los gobiernos del norte y del sur de Irlanda. Esos entes fueron creados en el Acuerdo de Viernes Santo y, aunque la líder del DUP, Arlene Foster, dice que no es un boicot a esa parte del Acuerdo, otras voces de su partido se expresan con más ambigüedad.
Irlanda del Norte conmemorará en las próxima semanas el centenario de su creación legal, de la demarcación de la frontera entre lo que la ley describía como «Irlanda norteña» e «Irlanda sureña» y de la inauguración de su primer Parlamento autonómico. Pero las razones por las que Gerry Carroll cree que, «lamentablemente» van a tener «un verano caliente», son otras.
Carroll, diputado por el partido Gente Antes que Beneficio (PBP), acudió hace doce días como vecino interesado a los disturbios que más han preocupado. Jóvenes procedentes de la lealista Shankill Road fueron a la valla metálica que les separa del barrio nacionalista de Falls. Hubo lanzamiento de piedras y artilugios incendiarios. «Quienes tienen una vida precaria buscan la culpa a menudo en el otro lado de la valla», añade Carroll.
«El sectarismo llega desde arriba», afirma el diputado socialista. «Lo primero que tienes que hacer cuando llegas al Parlamento de Stormont es decir si eres unionista o nacionalista, los demás somos 'otros'». El sistema político creado en 1998 habría «cimentado la idea de las dos comunidades y las dos tradiciones». «Los partidos», remacha Carroll, «son votados primordialmente para que los otros no ganen».
Nebitt y Carroll están de acuerdo en que las políticas de Stormont no han tenido éxito para mejorar las vidas en los barrios más pobres, como Falls o Shankill, en el oeste de Belfast. Sus nombres y los de distritos en Antrim o Derry asoman ahora en los medios porque son lugares de disturbios. Combinan la pobreza y en ocasiones el control por grupos armados con derivas mafiosas.
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