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salvador arroyo
Corresponsal en Bruselas
Viernes, 27 de marzo 2020
Hasta las formas caen en barrena. La tensión se ha disparado en el seno de la Unión Europea después del fracaso de la videocumbre que los jefes de Estado y de Gobierno mantuvieron el jueves. Seis horas tiradas a la basura, que han evidenciado ... ese desgarro entre el norte y sur, siempre latente pero que no se había manifestado con tanta intensidad desde la crisis financiera de hace una década. De «repugnante» calificó el primer ministro portugués, Antonio Costa, la actitud prepotente de Holanda, que parece empeñada en subrayar que la pandemia no solo no va con ellos sino que desliza la culpa a los países que la sufren de modo más implacable.
Lo dicho por Costa fue elocuente. «Es un discurso repugnante en el marco de la UE. La expresión adecuada es esa: repugnante», remarcó. El destinatario concreto de esas palabras era el ministro holandés de Finanzas, Wopke Hoekstra, quien según el diario 'De Volkskrant', ha requerido a la Comisión Europea un informe sobre por qué unos países han acumulado reservas financieras durante los años de expansión económica (el suyo y Alemania) mientras otros (léase Italia y España) no lo han hecho. «Un insulto grave» que planeó sobre la reunión del Eurogrupo del pasado martes y que ha evolucionado como aluvión de reproches.
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La ministra de Exteriores, Arancha González Laya, respondió este viernes a Hoekstra con un hilo en su cuenta oficial de Twitter. «Estamos juntos en este barco de la UE. Chocamos contra un iceberg inesperado. Todos compartimos el mismo riesgo en este momento. No hay tiempo para discusiones sobre supuestos billetes de primera y segunda clase». No se comporte con tanta suficiencia en este Titanic, le viene a decir. «La historia nos hará responsables de lo que hagamos ahora».
Mensajes subidos de tono que cuestionan hechos. Toda una actitud en realidad. Porque si algo dejaron claro Holanda y Alemania en la telecumbre de líderes del jueves es que no están dispuestos a compartir riesgos. No quieren coronabonos (la versión 'excepcional' de los eurobonos) por los que apuestan nueve países del euro. Que no están todos en el sur –a Francia, Italia, España, Portugal y Grecia, se han adherido Bélgica, Irlanda, Luxemburgo y Eslovenia–. Angela Merkel sentenció que para su país no son «una opción» (el eterno 'neim') y su homólogo holandés, Mark Rutte, no prevé «ninguna circunstancia» que les haga «cambiar de opinión» sobre esta herramienta. Ni ahora, ni dentro de dos semanas.
Porque ese es el plazo que España e Italia consiguieron amarrar tras plantarse para que el Eurogrupo presente una propuesta de respuesta fiscal coordinada a los boquetes que abrirá el coronavirus en las economías europeas. Sin coronabonos está la opción del MEDE, el fondo de rescate, pero siempre y cuando éste no estigmatice. Vamos, que se relajen sus criterios, que sean solidarios. Los 'ricos' tampoco quisieron pasar por ese aro.
Esas dos semanas y un hipotético reencuentro norte-sur, se han convertido en el último gancho al que agarrarse para evitar un deterioro aún más grave de la UE. No tanto por sus instituciones comunes si no por la actitud de las capitales, que son las que tienen la última palabra. El presidente del Parlamento Europeo, David Sassoli acusó de «miopía» a Berlín o La Haya, sin mencionarlas. «Si el mercado europeo no se refuerza, entonces no va a haber crecimiento en ningún Estado miembro», dijo. Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, lo alertó la víspera lanzando al aire esta pregunta: «¿Nos dividirá definitivamente este virus entre ricos y pobres?».
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