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En 70 años de historia del proyecto europeo, nunca antes se había exhibido tal fragmentación en Bruselas como la que ha quedado de manifiesto tras estos tres últimos días de maratonianas e infructuosas negociaciones. La «cumbre de la verdad» se ha enfrentado a un cruel ... baño de realidad, el de verse incapaz de sacar adelante este fin de semana el ansiado fondo de recuperación que ayudaría a rescatar de la asfixia económica que ha provocado el coronavirus en los países del Sur, con España e Italia como los Estados más castigados.
Ni siquiera haber tenido esta vez de su lado a la canciller alemana, Angela Merkel, antes conocida por ser la gran defensora de la austeridad durante la crisis financiera de 2008, sirvió para hacer valer la primera palabra que da sentido a la UE: unión. El Consejo Europeo extraordinario, el primero en el que volvían a verse las caras los líderes de los Veintisiete tras el estallido de la pandemia y que estaba previsto que concluyera el sábado, se convirtió en un pulso absoluto, con los llamados países 'frugales' como lo grandes 'verdugos' del Sur.
Austria, Dinamarca, Suecia y Países Bajos, a la cabeza, se encargaron de dejar muy claro que la cohesión comunitaria es ahora más que nunca un bien escaso en las instituciones europeas. Da igual que la urgencia apremie y que las críticas por su falta de solidaridad amenacen con hacer emerger sombras de desintegración en torno al proyecto europeo. Ninguno de los 'frugales' quiso dar su brazo a torcer ni ceder enteros a cambio del acuerdo.
«Nos damos cuenta de que hay problemas importantes en el Sur y deseamos ayudarles también, pero queremos que implemente las reformas necesarias», se reiteró ayer el primer ministro holandés, Mark Rutte, que se ha erigido estos días en la 'bestia negra' de la negociación. El mandatario de Países Bajos se vanaglorió de que esta vez su voz era escuchada y no estaba solo. De hecho, con el apoyo del resto de 'frugales' pidió recortar en 50.000 millones, hasta los 700.000 millones, la cuantía total del fondo, de los cuales la mitad serían subvenciones y la otra, préstamos.
En esta pelea de David -los pequeños países defensores de la austeridad- contra Goliat -las grandes potencias de la UE, con Alemania, Francia, Italia y España a la cabeza- solo ganó la división. Sin olvidar la frustración y la desesperación, como cuando la noche del sábado Merkel y el presidente francés, Emmanuel Macron, abandonaron la negociación. «Huirán y nos volveremos a ver al día siguiente. A veces son conversaciones muy difíciles», fue lo que pensó Rutte, según contó ayer a los periodistas.
La prueba de que la UE se encuentra en un momento crítico y totalmente esquivo a la unidad de acción fueron las impresiones que transmitió el primer ministro luxemburgués, Xavier Bettel, después de que el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, ordenara un receso al ver en un callejón sin salida el diálogo por las enrocadas posturas. «Raramente he visto en siete años posiciones tan diametralmente opuestas en muchos puntos», reconoció Bettel. Mientras, llovían las acusaciones a los 'frugales' de intentar ahogar a los países del Sur para no perder ningún privilegio.
Por si fuera poco, en la lucha diplomática por intentar cuajar una propuesta que contentara a todos los Estados miembro respecto al plan de recuperación pospandemia, surgió otro elemento de discordia. Una vez más, la figura de Rutte salió a relucir cuando el primer ministro húngaro, Viktor Orban, acusó «al tipo holandés» del bloqueo en las negociaciones por pedir más control sobre las ayudas del plan y, sobre todo, por imponer condiciones relacionadas con el Estado de derecho para recibir financiación.
«No sé cuál es la razón por la que el primer ministro holandés me odia», espetó Orban a la prensa en Bruselas. Fue solo una anécdota más de la desunión y el desencuentro de la familia europea.
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