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Rebelo de Sousa, el arte de mandar sin que se note
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Rebelo de Sousa, el arte de mandar sin que se note

Flamante vencedor de las elecciones portuguesas, a Marcelo se le puede ver lo mismo firmando decretos que haciendo la compra en bermudas, prestándose a 'selfies' o compartiendo mesa con unos indigentes

Domingo, 7 de febrero 2021, 00:50

Quizá lo recuerden, la foto se hizo viral hace unos meses. El presidente de Portugal haciendo cola en el 'súper', embozado el rostro con la mascarilla: la tripita apuntando sin complejos a la cajera mientras la cesta descansa detrás, como sirviéndole de contrapeso; las ... bermudas cubriendo unas piernas resultonas para alguien que ha cruzado ya la frontera de los 70. Sin estridencias. Pasaría por cualquiera de sus conciudadanos, no importa que esa misma mañana le esperasen en el palacio de Belém, sede presidencial, para firmar unos decretos. Casi podemos imaginarlo diciéndole al escolta: «Dame un minuto que me cambio y tiro la lata de sardinhas al contenedor de envases».

El conservador Marcelo Rebelo de Sousa (Lisboa, 1948) es el flamante triunfador de las últimas elecciones presidenciales celebradas en Portugal, condición que reedita después de cuatro años de cohabitación con el primer ministro socialista Antonio Costa. Unos comicios marcados por una fuerte abstención debido al confinamiento. El vencedor contrajo el Covid trece días antes de la cita con las urnas y, aunque permaneció asintomático, tuvo que cancelar su agenda electoral mediada la campaña. Eso no ha impedido, sin embargo, que el resultado obtenido esté casi 7 puntos por encima de lo que ya significó un récord hace cuatro años.

El triunfo de Marcelo, como todo el mundo le conoce en Portugal, está respaldado por el 61% de los sufragios emitidos. ¿Qué esperan de él? Estabilidad. Y más en un escenario borrascoso, no importa que sea del brazo de otra familia política. La socialista Ana Gomes no le inquieta, ha fracasado estrepitosamente en su intento de forzar una segunda vuelta (apenas rozó el 13% de los votos). Otra cosa es la Chega de André Ventura, que ha situado a la ultraderecha como tercera fuerza del país, pasando del 1% a tener un respaldo de casi el 12%, más que el Partido Comunista, el Bloque de Izquierdas e Iniciativa Liberal juntos. Y eso en el país que alumbró la Revolución de los Claveles no es poca cosa.

Portugal ha experimentado en los últimos años un notable crecimiento después de afrontar con seriedad las obligaciones derivadas del rescate de la troika comunitaria, con el moderado Marcelo apadrinando una alianza de izquierdas que convenció en Bruselas por su madurez democrática. Un ejemplo de cooperación institucional. La elección de António Guterres como secretario general de la ONU -él y Rebelo son amigos desde la infancia- y la victoria de la selección nacional en la Eurocopa habían fortalecido su imagen internacional.

La pandemia, sin embargo, ha borrado cualquier atisbo de triunfalismo, sembrando la incertidumbre. El momento es delicado y más ahora, que toca ejercer la presidencia rotatoria del Consejo de la UE hasta mediados de año. Rebelo de Sousa sabe que la confianza obtenida en las urnas «no es un cheque en blanco». El paro se disparó el año pasado hasta el 8,7% (en España es del 16,1%) y el PIB se desplomó un 8,3% (aquí el 11%). En el plano sanitario, la situación no es mejor, con Portugal liderando los contagios de Covid por habitante: 85.000 nuevos enfermos y 1.500 fallecidos sólo en una semana, en un país con apenas el 22% de la población de su vecino. Así las cosas, su primera misión será combatir el virus. Y pintan bastos.

En las distancias cortas

La trayectoria política de Marcelo está tejida en las distancias cortas. Las anécdotas que se cuentan sobre su cercanía son innumerables, todo lo contrario de su predecesor, Aníbal Cavaco Silva, mucho más reservado y amigo de guardar las formas. Dicho de otra forma, se parecen lo que un huevo a una castaña. Hace cuatro años, el día que tomó posesión del cargo, prescindió del coche oficial y se plantó en la sede presidencial a pie, un detalle que no pasó desapercibido. Desde entonces no ha dejado de abonar esa imagen, lo mismo cuando comparte la cena de Navidad con un grupo de indigentes que cuando se baña en la playa de Cascais, como ha hecho toda la vida; saltándose el protocolo para hacer la compra o rescatando en el Algarve a dos jóvenes en kayak que habían volcado. Sabe como nadie sacar partido a su espontaneidad o a esos ojos azules: sus 'selfies' con desconocidos están a la orden del día.

El actual inquilino del palacio de Belém es hijo de María y Baltazar: ella trabajadora social; él, exgobernador colonial de Mozambique y después ministro de Salazar. Su padre era 'minhota', del otro lado del Miño, y tal vez por eso siempre ha mostrado una cercanía especial con España, cuyo idioma habla con fluidez. Con sólo 15 años fue elegido uno de los mejores estudiantes del país, cursó Derecho en la Universidad de Lisboa y se doctoró en Ciencias Jurídicas y Políticas, materia de la que luego fue profesor.

Participó como diputado en la redacción de la Constitución portuguesa y conoce bien sus límites. Puede disolver el Parlamento, convocar elecciones y hasta vetar leyes. Su relación con Costa es fluida, aunque eso no le impidió darle un repaso durante la ola de incendios que asoló el país hace tres años, que se saldó con un centenar de víctimas y provocó la renuncia de una ministra.

Marcelo es un hombre abonado a lo singular. Comentarista radiofónico y tertuliano televisivo, fue líder de audiencia y lo seguiría siendo de no haber intervenido su primera campaña presidencial. Esa consideración vale también en lo relativo a la familia. Su primer y único matrimonio fue con Cristina Motta, pero se rompió en 1980 (tienen dos hijos y cinco nietos), dicen que por su excesiva dedicación al periodismo. «Fue el momento más doloroso de mi vida», ha llegado a confesar.

Poco después conoció a la que desde entonces ha sido su pareja, Rita Amaral Cabral, con la que ni comparte domicilio ni tiene intención de casarse. Católico convencido, Marcelo alega que la Iglesia no acepta el divorcio y que tampoco piensa pedir la anulación de su anterior unión. Sus conciudadanos hace ya tiempo que se han hecho a la ida de que Portugal tardará en tener una primera dama.

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