Paula rosas
Domingo, 21 de junio 2020
Con un pantalón de color mostaza, mocasines de verano sin calcetines y una poco habitual sonrisa, el flemático primer ministro francés se pasea relajadamente por las calles de Le Havre en la portada de 'Paris Match'. Édouard Philippe conversa con los parroquianos. En otra de ... las imágenes, antigua, un Philippe más joven y sin barba salta desenfadadamente con las manos en los bolsillos en la plaza del Ayuntamiento de la ciudad en la que fue regidor durante siete años. «Como alcalde o como primer ministro, su futuro no está escrito de antemano», señala pomposamente la revista.
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Siguiendo una larga y sólida tradición francesa, Philippe está en campaña y aspira a hacerse con la alcaldía de esta ciudad portuaria en el Canal de la Mancha el próximo 28 de junio, una aventura que la ley francesa considera perfectamente compatible con el cargo de primer ministro. El jefe del Ejecutivo no es el único. Hasta diez miembros del actual Gobierno se han presentado a las elecciones municipales, en un intento del partido de Emmanuel Macron de conseguir un anclaje local, del que ahora mismo carece.
La política local es un trampolín habitual para propulsarse hacia la esfera nacional: Nicolas Sarkozy, François Hollande, Jacques Chirac, Manuel Valls, François Fillon... Numerosas personalidades políticas han sido antes regidores. Lo que no suele ser tan habitual, pero en Francia es marca de la casa, es el trampolín inverso, el que lleva desde los ministerios hasta los ayuntamientos, donde se sienta la figura política más valorada por los franceses: el alcalde. Muchos ministros han recorrido ese camino de vuelta a la comuna, un regreso que «no se percibe como una suerte de jubilación dorada, sino como el inicio de una segunda vida política», apunta Bruno Cautrès, responsable del Centro de Investigaciones Políticas de Sciences Po.
El juego de puertas giratorias entre uno y otro –ahí está como muestra Gerard Collomb, que saltó de la alcaldía de Lyon al Ministerio del Interior, para volver a la sede consistorial un año después– está a la orden del día, y la acumulación de mandatos, aunque hoy más comedida, ha sido una constante en el panorama político francés.
Algunos periodistas recuerdan con sorna, por ejemplo, lo que a mediados de los años 90 denominaban el «tour Juppé», cuando el entonces primer ministro de Chirac concentraba de viernes a domingo sus funciones como alcalde de Burdeos en una agenda que solo puede calificarse de frenética. Impopular como jefe del Ejecutivo, Alain Juppé adquirió una nueva dimensión cuando retornó al ayuntamiento, y hoy es una de las figuras políticas de mayor popularidad en Francia.
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No todos lo han conseguido. «Si Manuel Valls hubiera logrado ser alcalde de Barcelona, en Francia no se habría visto como una pérdida de categoría en su carrera política, como quizá se percibió en España, sino como una reconversión a una segunda vida política muy importante», señala el investigador. «No le funcionó», concluye.
Bruno Cautrès estudia desde hace años la figura del regidor municipal y considera que «para los franceses, que un ministro tenga a su vez un mandato local se vive como una garantía de que cuenta con un anclaje territorial que le permite estar a la escucha de las profundidades del país». Los alcaldes son los únicos cargos públicos en los que franceses tienen una confianza mayoritaria «porque encarnan la política cotidiana, de proximidad, concreta». Esa visión es la que busca Macron con su apuesta por los ministros-alcaldes.
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Su partido, La República en Marcha, se creó en 2016, y consiguió atraer a personalidades políticas de la izquierda y la derecha en las legislativas del año siguiente. Sin embargo, no cuenta con estructura local ni regional propia, ni tampoco tiene cargos públicos electos a ese nivel, un vacío que le ha pasado factura en los últimos años. Durante la crisis de los 'chalecos amarillos' o las protestas por la reforma del sistema de pensiones, Macron y su Ejecutivo han sido percibidos por muchos como desconectados de lo que ocurre más allá de la capital.
El éxito, por el momento, está siendo relativo. Cinco miembros del Gobierno, entre ellos el ministro de Cultura, Franck Riester, o el de Hacienda, Gérald Darmanin, han sido ya elegidos en la primera vuelta como alcaldes de Coulommiers y Tourcoing, respectivamente. El secretario de Estado de Transportes, Jean-Baptiste Djebbari, no consiguió pasar a la segunda vuelta en Limoges. Cuatro quedan, por tanto en liza y, excepto por Philippe, que parte como favorito en Le Havre, los otros tres no parecen tener el viento a su favor.
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La experiencia sobre el terreno parece estar siendo determinante. Hasta ahora, los que han conseguido ser elegidos o que parten de una posición favorable son aquellos que venían de la familia del partido conservador Los Republicanos, políticos que ya tenían vínculos territoriales antes de ser miembros del Gobierno. El resultado, sin embargo, está siendo muy distinto para aquellos que cuentan con un pasado parecido al de Macron, en su mayoría procedentes de la empresa privada o la sociedad civil. Es el caso de la secretaria de Estado de Igualdad, Marlène Schiappa, que no parece que vaya a lograr ser elegida concejala de París.
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