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Paulo Rangel, el aspirante revoltoso que seduce a la derecha lusa

Paulo Rangel, el aspirante revoltoso que seduce a la derecha lusa

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Eurodiputado y abogado, se postula para presidir el PSD en vísperas de las elecciones a las que se asoma Portugal tras hundirse la coalición que sostenía a Costa. Salió del armario después de que se hiciera público un vídeo de él borracho por Bruselas

Domingo, 7 de noviembre 2021, 00:37

Dicen quienes le conocen que ya de pequeño vibraba con la política, que mientras sus amigos recitaban la alineación de la selección portuguesa -con Joao Pinto, Antonio Sousa o Fernando Gomes, los tres de su Oporto natal-, Paulo Rangel era capaz de enumerar sin despeinarse ... todos los ministros y secretarios de estado del gobierno de turno. Su memoria era una caja de caudales, en especial cuando se trataba de Sa Carneiro, su ídolo por aquel entonces, cuya muerte le llevó a ponerse corbata negra durante seis meses. Tenía 12 años.

Paulo Rangel se postula estas semanas como el sucesor de Rui Rio, líder de los socialdemócratas portugueses (PSD). El hombre que ha guiado sus pasos durante años pero del que ahora separa un abismo, al menos hasta que se despejen las aguas de ese pantano que son los procesos electorales internos. Rangel no quiere perder el tiempo, y menos ahora que el país va a celebrar unas elecciones anticipadas marcadas por las prisas. Ha pedido que se aceleren las primarias en su partido para disgusto del actual presidente, sabedor de que, aunque no haya grandes diferencias programáticas, en sus filas hay voces dispuestas a armar una coalición anti-Rui Rio cuyo cabeza de cartel sea él.

Su asalto al poder no es bien visto por todos en un momento especialmente delicado para la derecha, primero por la irrupción de dos nuevas fuerzas en ese espectro político -Iniciativa Liberal y los extremistas del Chega!, cada vez más presentes-; y segundo, por la apertura de un agrio debate entre quienes abogan por la continuidad que abandera Rui Rio y los nuevos aires que trae Paulo Rangel.

La trayectoria de éste demuestra que no es ningún contendiente bisoño. Ya intentó en 2010 hacerse con las riendas del PSD, pero sucumbió ante Pedro Passos Coelho. Es eurodiputado desde 2009 -ha servido en la Comisión de Asuntos Constitucionales- y vicepresidente del Partido Popular Europeo, amén de católico militante y federalista convencido, según sus propias palabras. Jurista de profesión -«culto, inteligente y combativo», si nos atenemos a lo que cuentan de él en la Universidad Católica donde estudió-, es una de las voces que más ha batallado para que el Parlamento Europeo escuche las voces de los países pequeños, porque «aun dentro de Europa, no todos queremos lo mismo».

La lucha por la sucesión no ha hecho sino enconarse desde que en 2019 Rui Rio perdiera las legislativas por goleada (sumó el 27,8% de los votos), sembrando la duda entre sus correligionarios sobre si no sería mejor cambiar de candidato para tener opciones de desbancar a la izquierda. El problema es que el aspirante, por bien que le vayan las encuestas, cosechó resultados incluso peores en las europeas (21,9%), lo que invita a pensar que «ninguno de los dos ofrece una tarjeta lo bastante alentadora», razona André Azevedo Alves, profesor del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad Católica. Dicho de otro modo, que éste consiga salvaguardar el espacio político que se había labrado el SPD es todavía una incógnita.

Los acontecimientos se han precipitado desde que saltara por los aires el gobierno de coalición de Antonio Costa por diferencias surgidas a la hora de decidir, por ejemplo, qué hacer con la inyección millonaria que saldrá del Plan de Recuperación y Resiliencia aprobado por la UE en 2020. Un acuerdo que debería dejar en enero los primeros 1.300 millones de un total de 14.000 a fondo perdido hasta 2026, siempre que Portugal cumpla una hoja de ruta que ahora está en el alero.

Mientras el primer ministro hace malabarismos para sacar adelante los Presupuestos, el presidente Rebelo de Sousa acaba de anunciar que los comicios se celebrarán finalmente el 30 de enero, no importa que haya tres partidos inmersos aún en procesos internos para elegir a sus líderes. «Hemos pasado de una democracia a una sprintocracia», criticaba Rangel hace unos días. En este escenario, la derecha se arriesga a que las urnas le pillen con el paso cambiado y sin un candidato de consenso para afrontar el futuro con garantías.

«Violación de la intimidad»

Rangel creció entre Gaia, Oporto y Gondomar, arropado por una familia de fuertes convicciones religiosas. Una infancia feliz, reconoce él, «sin sobresaltos», donde los estudios tenían una importancia capital y salpicada de viajes que no eran sino la antesala de los que luego realizaría en su condición de personaje público. Su popularidad no ha estado exenta de altibajos, sobre todo después de que circulara un vídeo en el que aparecía en estado de embriaguez por las calles de Bruselas y que él atribuyó a una campaña política de desprestigio y a «una violación de los límites» de su vida privada. «Todos tenemos gloria, terrores y aventuras», diría en su descargo por aquel patinazo.

Escarmentado, Rangel tomó la iniciativa y hace unos meses anunció su condición homosexual ante las cámaras de televisión, una decisión que parece haber relanzado sus opciones. «Jamás habría tenido esta conversación si mi madre siguiera viva», reconoció el político, que asegura no haber ocultado nunca sus inclinaciones «aunque el tema en casa no surgiera». A su juicio, «a Dios le gustamos tal y como somos y no le interesa tanto lo que pasa dentro del dormitorio».

Han pasado 40 años desde la muerte de su admirado Sa Carneiro y el resumen que el eurodiputado hace de ellos evoca a los románticos. «Estudié Derecho, enseño, soy abogado y creé más libros que hijos. Me gusta escribir, pero la vida me ha hecho hablar. Europa fue un amor sereno que degeneró en pasión. Si muero mañana, seguiré siendo feliz. Después, no lo sé».

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