Salvador Arroyo
Bruselas
Jueves, 24 de junio 2021, 21:09
Iba a ser una cumbre relativamente tranquila, aunque muy densa en contenido. La primera jornada lo abarcaba prácticamente todo. Una importante carga de asuntos internacionales para el debate (Bielorrusia, Turquía, Rusia, Libia, Etiopía, el Sahel), la migración, el repaso habitual a la evolución ... de la pandemia. E incluso una reunión de coordinación con el secretario general de la ONU, António Guterres.
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Densa, pero sin grandes convulsiones a la vista, más allá del estallido dialéctico y de gestos de la UE contra Viktor Orban por su ley homófoba. Pero Angela Merkel, en la que previsiblemente será su última gran cita europea de alto nivel como canciller, se presentó en Bruselas defendiendo la propuesta de celebrar una cumbre UE-Rusia al estilo de la que hace una semana convocó en Ginebra a Joe Biden y Vladímir Putin. La víspera se había trasladado por sorpresa a nivel de embajadores. Molestaron las formas (a todos) y también el fondo (a muchos). La alemana verbalizó la idea durante una intervención en el Bundestag apenas unas horas antes de coger el avión a Bruselas. Diálogo directo con el Kremlin y «mecanismos de respuesta a sus provocaciones, sin descoordinación, juntos y unidos».
El asunto no era baladí. Porque hace meses que las relaciones han tocado fondo y años –desde la anexión de la Península de Crimea en 2014, que abrió la herida más profunda en la relación bilateral– sin reuniones en la cúpula. Los choques por las libertades y el respeto de los derechos humanos, el encarcelamiento de Alexéi Navalni, el acoso a Ucrania, las colisiones con República Checa o Polonia… Un suma y sigue con lista kilométrica de funcionarios y entidades rusas en la lista negra de sanciones. Pero también «estrecha interdependencia» en numerosos asuntos (incluida la cooperación en la lucha contra la pandemia) y uno que toca directamente a Alemania, el gasoducto Nord Stream 2. Así que las suspicacias estaban servidas.
Cuando Merkel pisó el edificio Europa de la capital comunitaria incidió en la unidad «frente a las provocaciones» y en el debate de posibles «nuevos formatos de reunión». Pero fue fugaz. No respondió a ninguna pregunta. Su iniciativa ya contaba con el apoyo de Emmanuel Macron. El cara a cara con Putin pasó a ser 'bandera' del eje franco-alemán y se discutió durante una cena que arrancaba pasadas las 19.30 horas y que al cierre de esta edición no emitía señales decisivas.
Pero muchos líderes ya se habían posicionado. El austriaco Sebastian Kurz, por ejemplo, aplaudió el movimiento de reencuentro con Rusia. «La UE no puede limitarse a ver cómo EE UU y Rusia mantienen un diálogo», aseguraba. El holandés, Mark Rutte, viró en la dirección contraria. Con un tajante «no participaré en una reunión con Putin», se oponía a compartir la misma mesa, pero no a que pudieran hacerlo «los presidentes», en referencia a los responsables de las instituciones comunitarias Charles Michel y Ursula von der Leyen.
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Pero la inquietud y las dudas llegaban desde el Este y las repúblicas bálticas, en constante desencuentro con Moscú. La primera ministra de Estonia, Kaja Kallas, recordó el fallido viaje del jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, a Moscú a principios de año e ironizó sobre el nuevo plan a debate. «La última vez que hablamos todos los líderes sobre Rusia, todos coincidimos en que es una gran amenaza; se ha vuelto incluso más agresiva. Lo que me pregunto es qué ha cambiado ahora, de dónde viene esta propuesta». Su vecino de Lituania, Gitanas Nauseda, invitó a «ser extremadamente cautelosos y coherentes».
El borrador de declaración que circulaba en ese momento incidía en «el compromiso con los cinco principios rectores que rigen la política de la UE con respecto a Rusia». Todos pivotan sobre «una condición básica», la aplicación de los acuerdos de Minsk sobre el conflicto en el este de Ucrania.
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El mismo documento invitaba «a avanzar en consonancia con los debates del Consejo Europeo» que, añadía, volverá a tratar esta cuestión «en una próxima reunión». Se presumía, en suma, una patada hacia adelante.
Se había perfilado como uno de los asuntos centrales de esta cumbre. Hace un mes, el tema se incorporó a la agenda a petición de Mario Draghi cuando aún estaba reciente la crisis migratoria abierta por Marruecos con España. La cuestión es que el tema se debatió este jueves durante menos de diez minutos y se despachó con apenas tres conclusiones que no modificaban un ápice las que se habían manejado en el borrador desvelado la víspera.
Y con una dimensión, la exterior, que interesaba especialmente a España teniendo en cuenta las grandes divergencias que existen sobre el plan migratorio de Bruselas. «Con el fin de prevenir la pérdida de vidas y reducir la presión sobre las fronteras europeas, se intensificarán las asociaciones y la cooperación mutuamente beneficiosas con los países de origen y tránsito, como parte integrante de la acción exterior de la Unión Europea», se remarca en el texto adoptado por los líderes en Bruselas.
El mismo incopora como último punto de un total de tres un mensaje ya conocido, que no fue solicitado por España pero que «es una verdad indiscutible que de vez en cuando conviene recordar», aseguraban fuentes diplomáticas. El siguiente: «El Consejo Europeo condena y rechaza cualquier intento de terceros países de instrumentalizar a los migrantes con fines políticos».
Una mensaje que no señala directamente a nadie pero que es de fácil interpretación: Marruecos (con España), Bielorrusia (con Lituania) y Turquía (con Grecia) han utilizado el flujo de migrantes desde sus territorios como elemento de presión. Avalanchas o cerrojazo; el «chantaje» denunciado ya en otras ocasiones.
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