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Salvador Arroyo
Bruselas
Martes, 20 de abril 2021, 18:57
«Voy a continuar como primer ministro, trabajando duro para recuperar la confianza». Es una de las frases que pronunció Mark Rutte durante una sesión parlamentaria en la que fue reprobado por no haber dicho la verdad sobre las negociaciones que se estaban llevando a ... cabo para la formación del nuevo gobierno. El todavía primer ministro interino, que se impuso en las elecciones celebradas hace un mes y que se disponía a encadenar su cuarto mandato en Países Bajos, ya no tiene tan claro que pueda hacerlo.
Fundamentalmente porque todos los partidos a excepción del suyo –el Liberal por la Libertad y la Democracia (VVD)–, bajaron el pulgar en aquella sesión. Así que sus 35 escaños (de un total de 150) dibujan una pendiente hacia el Gobierno que nunca antes fue tan pronunciada para Rutte. De trayectoria inequívocamente pactista desde que en 2010 accedió por primera vez al poder, este profesor de historia, uno de los gobernantes más veteranos de la UE, ha llegado a acuerdos con laboristas y ultraderecha, con formaciones conservadoras y de izquierda en distintos mandatos (el último con un crisol de hasta seis partidos ). Pero ahora se enfrenta a la desconfianza de todos.
La VVD necesitaría a al menos tres socios para sumar con cierta holgura. A los liberales de izquierda (D66) que lidera Sigrid Kaag, la segunda formación con más votos en los últimos comicios; a los demócrata cristianos. Y a una tercera formación (que pudiera salir de entre socialdemócratas o los verdes de Groen Links) una vez que ha quedado descartada (aparentemente) cualquier posibilidad de pacto con la ultraderecha de Geert Wilders (PVV). Los liberales no renuncian a Rutte. Ni cambiarían a su líder ni aceptarían otra figura de coalición para ocupar el poder.
Confían en que pueda capear también esta tormenta, que ha colocado a su carismático líder como mentiroso. Sugirió a los mediadores encargados para formar gobierno un nombre (con asignación de cartera) en la primera fase de las negociaciones. El lo negó (o lo olvidó, como ha defendido), pero unas notas desveladas por la prensa le dejaron en evidencia. A partir de ahí, todo se precipitó. La propia Sigrid Kaag le lanzó en la sesión de reprobación un contundente «nuestros caminos se separan aquí». E incluso Wopke Hoekstra, líder de los demócratas cristianos y ministro de Economía saliente –fue la imagen de la intransigencia del Norte con los países del Sur durante las negociaciones previas al plan de recuperación europeo– habló de «desastre total». Ambos habían sido socios de coalición de Rutte y presentaron la moción de censura.
Ya en el pasado Rutte se enfrentó a la Cámara de La Haya por acciones políticas poco transparentes que fueron construyendo muros de desconfianza. En noviembre de 2019, por ejemplo, se supo que el Gobierno había ocultado la implicación del país en un ataque aéreo en 2015 en Irak en el que murieron decenas de civiles. Y más recientemente, el asunto de las acusaciones de fraude a miles de familias de inmigrantes.
Vía carta se reprochó a 26.000 perceptores de ayudas públicas el uso inapropiado del dinero exigiendo incluso su reembolso. El asunto acabó en el Supremo y tumbó al Ejecutivo de Rutte. Pero el hecho de que lograra ganar los comicios que siguieron a la debacle hicieron pensar en que este estadista, con un índice de popularidad alto aunque estancado, volvía a quedar en pie. Pero el poso de ese escándalo y la reprobación política por mentir le pueden pasar una factura decisiva.
Un nuevo mediador trabaja ya desde hace semanas para ver qué opciones de Gobierno pueden existir. Y la pieza 'Rutte' será compleja de encajar en un puzzle que, como todo, también está envuelto por la pandemia. Nadie quiere inestabilidad en esta fase todavía crítica en el país por la alta presión hospitalaria, aunque todo apunta a que el primer ministro acabará con una de las restricciones más polémicas, el toque de queda, el próximo día 28. Para entonces se sabrá si es viable el gabinete 'Rutte-4'.
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