La revista 'The Atlantic' titulaba ayer: solo Putin sabe cómo evolucionará el conflicto ruso-ucraniano. Esta puede ser la semana decisiva, en la que EEUU se ha comprometido a responder por escrito a las demandas de Rusia, después de una reunión positiva en Ginebra el ... viernes pasado. Está claro que los occidentales no pueden acceder a las peticiones de Vladimir Putin de rescribir la historia y abandonar a su suerte a los países del Este. Pero en la Casa Blanca mandan las «palomas», el bando dispuesto a encontrar una solución pacífica en la que las dos partes salvarían la cara. No habría vencedores y el conflicto se frenaría lo suficiente para enfriarlo. Una solución posible, propuesta por el profesor de Harvard Stephen Walt, sería que Ucrania fuera la que declarase que no quiere la protección rusa ni tampoco ser miembro de la OTAN. Es decir, evolucionaría hacia una «finlandización», a cambio de respetar su integridad territorial y de ayuda económica sustantiva por parte occidental. Rusia seguiría influyendo en las provincias limítrofes, pero retiraría sus tropas de la frontera y el contencioso de Crimea dejaría de tener importancia internacional.
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España ha decidido jugar sus bazas en esta crisis. El ministro José Manuel Albares estuvo el martes pasado con Anthony Blinken, secretario de Estado de EEUU, en un viaje relámpago a Washington y le ofreció colaboración en todo para afrontar la crisis ucraniana. En comparación con otros países que son verdaderas potencias militares, la aportación de España será más bien modesta, salvo la eventual utilización de las bases conjuntas de Rota y Morón. Pero los gestos cuentan y Pedro Sánchez ha puesto en marcha una operación basada en aprovechar el conflicto para mejorar las relaciones con EEUU. Corre el riesgo de que la reacción de Podemos y aledaños sea cada vez más pro-Putin y que se haga patente en la escena internacional la falta de seriedad y fiabilidad del gobierno de coalición.
Desde un punto de vista europeo, la Unión demuestra una vez más su impotencia para gestionar retos geopolíticos, incluso en su vecindad. Francia está en modo electoral y Macron ya ha terciado para lograr un pacto UE-Rusia sin Washington, algo que desde una perspectiva realista debilita a toda Europa. Alemania sufre las consecuencias de tener una población pacifista y una dependencia enorme del gas ruso. Italia es el país cercano a Rusia, por sus intereses económicos, y bastante tiene con gestionar la incertidumbre que puede llegar con la sucesión de Mario Draghi. Los países de Europa Central y del Este son cada vez más pro-EEUU, el único garante de su soberanía, y se alejan de las tesis europeístas para caminar hacia una seguridad y una defensa común. Igual que sucedió con el fiasco de Afganistán, la crisis actual es un aldabonazo en la conciencia europea. Nadie sabe cuántos más harán falta para que los europeos reaccionemos.
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