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Caroline Conejero
Nueva York
Martes, 4 de abril 2023, 14:10
El periodista norteamericano de investigación David Kay Johnston resalta una escena reveladora en su libro 'La gran treta'. Era 1977 y el alcalde de Nueva York Abe Beame, en sus últimos meses en el cargo, accedió a una reunión con Fred Trump, que durante años ... había donado dinero a sus campañas. Fred llegó acompañado de su hijo Donald, entonces con 29 años y una reputación de 'bully' (camorrista) que le precedía. El alcalde avisó a su ayudante de que probablemente tendría que sacar «al idiota» (textual) del despacho.
Fred quería revisar el contrato del hotel Comodore para que fuera el primer gran proyecto de Donald. Cuando el alcalde expresó sus dudas sobre hacer cambios en un contrato que ya había sido aprobado por la junta municipal, Donald se lanzó contra él poniéndole el dedo índice en la cara al grito de «harás lo que diga mi padre». Tras ello, un agente de seguridad lo sacó a la calle, y más tarde, a instancias de su padre, se disculpó vagamente.
Donald Trump creció acostumbrado a imponer su voluntad por cualquier medio y a considerar el conglomerado político a un nivel muy por debajo de la superioridad del dinero y de los grandes negocios. Su padre, Fred Trump, nacido en El Bronx de inmigrantes alemanes era un constructor inmobiliario asentado en Queens. Su madre, Mary Anne MacLeod Trump, una inmigrante escocesa de origen humilde. Donald era el cuarto de cinco hermanos.
Fred era un hombre cruel que constantemente ridiculizaba a sus hijos, especialmente al mayor, Fred Jr. Donald aprendió enseguida a burlarse con la misma crueldad de su hermano para evitar ser la diana de los abusos verbales de su padre. Fred Jr. rechazó unirse al negocio familiar, se convirtió en piloto de aviación y se pasó la vida afectado por el alcoholismo. Murió solo en un hospital y Donald se quedó con la mayoría de la herencia paterna.
La suya fue «una familia tóxica», en la que la única forma de sobrevivir era a través de «la crueldad y el servilismo», escribe Mary Trump, sobrina de Donald en su libro 'Demasiado y nunca suficiente: cómo mi familia creó al hombre más peligroso del mundo'. Según ella, el clan estuvo lleno de «mentirosos, tramposos y abusadores» que destrozaron a su padre. Al parecer, el racismo y el antisemitismo eran moneda corriente en la casa de los Trump. Aunque no está claro si eran miembros del Ku Klux Klan, ambos, Mary y Fred, participaron vestidos con capuchas blancas en un desfile de la organización en Nueva York.
Donald pagó a un estudiante para que hiciera su examen de selectividad (SAT), del que obtuvo una calificación más alta que le permitió ser admitido en la prestigiosa escuela de negocios Wharton de la Universidad de Pensilvania. Se graduó en 1968. A principios de los 70, era ya oficialmente el sucesor del negocio inmobiliario de su padre, que rebautizó como Organización Trump, y se lanzó a la conquista de Manhattan, enfocándolo en rascacielos, hoteles, casinos y campos de golf. Pronto descubrió el potencial de su nombre como marca y creó una serie de empresas paralelas basadas en la concesión de licencias a toda clase de productos.
Ansioso por hacerse un nombre en el hipercompetitivo y voraz mercado inmobiliario de Manhattan, y con un insaciable apetito por la notoriedad, Trump empezó a forjar su historia en los tabloides de Nueva York. Por medio de ellos, Donald se estrenó como el gran maestro del marketing que siempre ha sido. Se creó una reputación de estrella en ascenso en la escena de los grandes negocios de la City. Entre el amarillismo del tabloide, engrandecía su riqueza, fabricaba hazañas y trataba de deslumbrar a la alta sociedad de Manhattan para ganarse su aceptación entre la élites.
Obsesionado con los medios, Donald solía llamar en persona a los periodistas haciéndose pasar por el agente de Trump y les hacía comentarios sobre lo rico que era y la clase de mujeres con las que salía. Torpe, ruidoso y soez, le gustaba especialmente la sección de los chismes, idónea para propagar fantasías sobre su vida sexual, sus correteos de multimillonario y el fácil alardeo de su talento comercial, convencido de que una buena mitología sobre su persona era la mejor publicidad para su negocio de apartamentos de lujo.
En su libro 'El arte de la negociación' (1987), Trump lo define así: «La clave de mi estilo de promoción es la valentía. Juego con las fantasías de las personas. Es posible que la gente no siempre piense a lo grande, pero les puede emocionar mucho a aquellos que lo hacen. Por eso, un poco de hipérbole nunca está de más».
La manipulación o pagar por el silencio cuando las historias no eran halagadoras, el caso es que los tabloides le catapultaron a las cumbres de la celebridad, y finalmente los utilizó también para llegar a la Casa Blanca. Detrás de toda esta tramoya estaba Roy Cohn, una figura de tinte paternal en la vida de Trump que le enseñó a valerse de la publicidad, a buscar el poder a toda costa, el recurso rápido a la amenaza y la devoción por ser el centro de atención. Cohn, una de las figuras más tóxicas del entorno político, se había formado una carrera en la infamia con la persecución anticomunista de McCarthy y el juicio de los Rosenberg, y fue consejero no oficial de Nixon y Reagan.
Abogado 'arreglador' de poderosos clientes entre los que se incluían varios capos de la mafia neoyorquina, los Trump le contrataron en 1973 para hacer frente a una demanda federal del Departamento de Justicia que les acusaba de racismo por negar el alquiler de viviendas a afroamericanos. Sería el principio de una larga y estrecha relación.
Cohn presentó una fulminante contra-demanda y pidió 100 millones de dólares al Gobierno. No funcionó, pero sentó las bases de la política de Trump de llevar ante los tribunales todo cuanto no le convenía. El magnate ha estado envuelto en más de 4.000 litigios estatales y federales. «Roy no era un boy scout. Una vez me dijo que había pasado más de dos tercios de su vida adulta acusado de uno u otro cargo judicial», señaló el líder republicano en su libro.
La relación de Trump con las mujeres ha sido siempre grosera y misógina, y en general, se le acusa de haberse servido de ellas como trofeos para exagerar su poder sexual. En octubre de 2016, dos días antes del segundo debate presidencial, apareció una grabación de 2005 en la que se jactaba de besar y manosear a mujeres sin su consentimiento. «Cuando eres famoso, te dejan hacerlo, puedes hacer cualquier cosa, tocarles el coño», alardeó. Al menos 26 mujeres le han acusado públicamente de violación y conducta inapropiada. Trump siempre ha calificado las alegaciones de conspiración contra él y contra el pueblo estadounidense.
En los papeles de divorcio en 1990, su primera mujer, la exmodelo checa Ivana y madre de sus tres hijos mayores, le acusó de asalto y crueldad emocional. Como propietario y copropietario de tres concursos de belleza –Miss USA, Miss Adolescente y Miss Universo–, el empresario consolidó su imagen de 'playboy' con frecuentes apariciones en público rodeado de docenas de reinas de la belleza. Stormy Daniels, la actriz porno por la que al final será enjuiciado, le caló enseguida. «¿Siempre hablas tanto de ti mismo?», le preguntó la noche de su 'affaire' sexual después de pasar horas en la que le mostraba revistas con su foto en la portada.»Después de eso, sucumbió como un cordero», señalaría más tarde la joven en una entrevista en televisión.
El 'reality show' titulado 'El aprendiz' le vino como anillo al dedo para relanzar el mito del audaz empresario millonario, sobre todo tras haber sufrido el cierre de varios casinos en Atlantic City y seis bancarrotas en las década de 1990 y 2000. Mientras los bancos reestructuraban su deuda y reducían sus participación en las propiedades, Trump se presentaba a sí mismo como el paradigma de la fantasía capitalista y multiplicaba su perfil nacional. Además, ganaba dinero a raudales. Convencido de su infabilidad, en 2016 se lanzó a una campaña presidencial que tomó por sorpresa a la clase política.
El supremacismo blanco captó enseguida sus signos. El Partido Republicano, en el que muchos le consideraban un 'outsider' caricaturesco, vio una oportunidad para llevar una agenda ultraconservadora a la línea de meta. Los grandes donantes republicanos se volcaron. Y la interferencia rusa de las campañas de desinformación masiva remató la creación de la mayor monstruosidad política de la historia reciente. Trump se sentía intocable. «Podría dispararle a alguien en la Quinta Avenida y no perdería ningún votante», se jactaba.
Aun con todo, Hillary Clinton ganó en el voto popular, aunque el colegio electoral acabó aupándole a él a la Casa Blanca. La continuación de aquel triunfo es historia; una historia ominosa cuajada de exabruptros, políticas erráticas y personalistas, y un intento de golpe violento que casi lleva al colapso a la democracia moderna más antigua del mundo. Las secuelas de su paso por el poder son devastadoras. Pero la democracia en América, mal que bien, siempre ha perseverado. Hoy, aquel joven que desafío y gritó al alcalde de Nueva York hace 46 años llega a una estación término en la que nunca pensó recalar pese a caminar tanto tiempo sobre la frontera de la ley y de la ética: el fichero de huellas dactilares de los detenidos por la Policía de Nueva York.
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