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mónica g. prieto
Pokrovsk (Dombás)
Domingo, 29 de mayo 2022
La abuela, sencillamente aterrorizada, tiembla mientras técnicos de ambulancias enfundados en monos rojos y chalecos antibalas la depositan con delicadeza en una camilla y la conducen al tren. Sus ojos se mueven frenéticamente de este a oeste y de norte a sur, confusos por la ... presencia de personas con radios de frecuencia corta y papeles en la mano que contabilizan, anotan nombres y deciden en qué vagón debe embarcar.
Más que la guerra, le perturba no entender qué sucede a su alrededor. «Es algo que nos preocupa mucho. Cada vez trasladamos a más ancianos solos, muy vulnerables, que no abandonaron al principio sus localidades porque no tenían con quién hacerlo y ahora viajan solos», apunta Yasser Kamaledin, responsable de la operación de MSF, con la mirada fija en la camilla donde la anciana apenas puede contener su miedo. «Nos preocupa qué va a ser de ellos una vez que lleguen a otras ciudades alejadas de su entorno, donde no conocen a nadie».
S0lo unas horas antes, dos cohetes habían impactado a unos 500 metros de la estación de tren de Pokrovsk, la única del Dombás aún en manos ucranianas y arteria vital para la evacuación de desplazados desde las provincias ansiadas por Rusia, causando cuatro heridos y dejando un cráter de tres metros, pero el equipo de Médicos Sin Fronteras parecía tan habituado como sus pacientes a las contingencias del conflicto bélico.
Media docena de ambulancias esperaban su turno junto a las vías del ferrocarril a la espera de que el personal de MSF transportara a sus pasajeros al interior del tren medicalizado, cedido por Ukrzaliznytsia, la compañía ferroviaria estatal ucraniana, institución esencial en la gestión de las evacuaciones y del transporte de material humanitario y suministros a cada confín del país en guerra. En realidad son dos los trenes modificados por la ONG, una de las más activas y visibles en Ucrania, usados para trasladar heridos o personas vulnerables con necesidades especiales; el segundo tren, más moderno, dispone incluso de un vagón UCI con cinco camas y todo lo necesario para atender emergencias. En los vagones, los asientos han sido sustituidos por camas de hospital y goteros para suero y medicación y en cada ventana descansa un portafolios con los informes médicos de sus ocupantes.
El proyecto arrancó a finales de abril, y desde entonces ya han sido 21 los viajes humanitarios del tren que arrancaba el miércoles de Pokrovsk rumbo a Lviv. «Nuestra misión es descongestionar los hospitales ucranianos, en muchas ocasiones desbordados, trasladando a pacientes estabilizados a centros médicos del oeste del país, mucho más tranquilo que el Dombás», explica Yasser Kamaledin, el responsable de las «ambulancias de larga distancia» en las que se han convertido los renqueantes vagones. La mayoría de pasajeros, indica, son heridos por explosiones o presentan lesiones traumáticas consecuencia de los bombardeos que requieren cuidados postoperatorios, aunque también hay enfermos graves cuyas dolencias ya no pueden ser tratadas en sus ciudades por falta de medios, espacio o personal.
El recrudecimiento de la ofensiva militar, con las ciudades aún bajo control ucraniano cayendo como naipes ante el inclemente empuje ruso que ha cumplido tres meses -aunque en el Dombás comenzó en 2014- se deja notar en los hospitales y también en la estación de ferrocarril de Pokrovsk -única salida por tren del Dombás tras el bombardeo de la estación de Kramatorsk, el 8 de abril, que mató a 59 personas- donde cientos de personas se congregan para huir rumbo a Dnipro a bordo de vagones de pasajeros y dos docenas de pacientes aguardan en vehículos médicos su evacuación en el tren medicalizado de MSF.
La caída de Limán en Donetsk, que deja al alcance ruso a las ciudades de Slaviansk y Kramatorsk, así como los encarnizados combates que se libran en Severodonetsk y Lisichansk, últimos reductos ucranianos de Lugansk, han expulsado de sus hogares a muchos civiles que hasta ahora se resistían a abandonar. «Venimos de Bajmut, donde las cosas se están poniendo tan mal que tememos seriamente por nuestras vidas», explicaba Maxim, un residente de la ciudad que esperaba junto a su esposa y dos hijos un tren rumbo a Dnipro. «La pasada noche, mientras dormíamos, cayó una bomba en nuestro barrio. La onda expansiva reventó nuestras ventanas, y decidimos que era el momento de marcharnos», detallaba.
Un par de bancos más allá, Svetlana, de 73 años, agarraba sus bolsas junto a su hijo. «Venimos de Konstantinovka», decía, «donde cada día hay más explosiones. Estoy pasando mucho miedo y he decidido irme con mi hija a Dinamarca, donde vive. Yo preferiría no irme porque he nacido allí y esta es mi patria, pero tememos que en poco tiempo los combates lleguen a mi pueblo y mi hijo insiste en que debo ponerme a salvo».
El avance ruso se nota en términos de heridos y hospitales abarrotados. «Solemos recibir las peticiones de evacuación un día antes de partir desde diferentes hospitales, así que nunca sabemos a cuántos vamos a trasladar, pero en los últimos dos o tres viajes el número de pacientes del Dombás se ha incrementado mucho. Entre los que recogemos en Pokrovsk y en Dnipro, hoy serán 38, muy por encima de la media que solíamos trasladar, de 20 o 25 personas por trayecto», prosigue Kamaledin.
«Los hospitales no necesitan tanto material médico como más camas», asevera el responsable, con el que viajan otros 17 miembros de MSF entre médicos, enfermeros y otro personal. El segundo tren es operado por 20 sanitarios. La ONG ya ha trasladado a unos 570 personas a bordo de los dos trenes desde que arrancó el programa y confía en proseguir con una campaña que se antoja especialmente necesaria en el Dombás, donde los combates se libran casa por casa y la arremetida rusa gana terreno metro a metro.
MSF es la cara más visible de una cooperación a menudo desconocida pero esencial. En el punto de evacuación de Slaviansk, tres furgonetas con pegatinas de VOSTOK SOS, una ONG ucraniana creada por activistas tras la ofensiva rusa de 2014, y una bandera británica paran en seco. De una de ellas salen tres voluntarios británicos que abren la puerta trasera del auto, donde yacen cinco ancianos sobre colchones. De las otras dos emergen sendos ucranianos: en los asientos, otras seis personas, incluido un niño de corta edad, procedentes de varias aldeas de Donetsk que decidieron salir ante la inminencia de la llegada rusa. Los británicos, dos mujeres y un hombre en la treintena, alzan a peso muerto a sus pasajeros y les depositan con mimo en camillas y sillas de ruedas para facilitar su acceso al centro.
«Llegamos de forma individual con el único deseo de ayudar», explica la responsable del grupo, que se hace llamar British Expeditionary Aid and Rescue (BEAR) y declina identificarse para evitar represalias. «Nos organizamos como equipo y nos centramos en las zonas más abandonadas, en aldeas y pueblos donde otros no llegan, ya sea porque están siendo ocupadas o porque acaban de ser liberadas», confía la joven ingeniera que abandonó su trabajo en Reino Unido para asentarse temporalmente en Ucrania, donde lleva más de dos meses. Su compañero, granjero de profesión, invirtió sus ahorros en una furgoneta con la que condujo durante tres días a Ucrania y la tercera voluntaria duerme en su propia furgoneta, convertida en herramienta de trabajo y en hogar.
«A día de ayer, ya habíamos evacuado a más de cien personas», prosigue la voluntaria. «La gente nos recibe con mucha emoción, hay gente aliviada de saber que se puede marchar, otros están tan contentos que nos lo intentan agradecer con regalos, otros en cambio están muy angustiados. La mayor parte de las veces, los ancianos no saben bien qué está ocurriendo y les asusta quedar en manos de gente a la que no conocen y con la que ni siquiera pueden comunicarse», prosigue. La cooperación de BEAR con VOSTOK SOS permite difuminar ese temor, dado que los voluntarios ucranianos asumen la comunicación con ellos para tranquilizarlos. «Es importante porque su evacuación permite liberar de algún modo a quienes se ocupan de ellos: una vez que delegan esa responsabilidad, ellos mismos se ven capacitados para huir».
Los británicos no tienen ningún entrenamiento especial ni provienen del activismo, simplemente sintieron la necesidad de prestar ayuda en la emergencia humanitaria creada por el peor conflicto que vive Europa desde la II Guerra Mundial. En el trayecto de regreso llevan desplazados pero de ida, cuando parten hacia las localidades bombardeadas, van cargados de comida para asistir a quienes no quieren huir, si bien cada vez les resulta más difícil encontrar esa carga como resulta complicado encontrar a activistas que, como ellos, se aventuren en lo más remoto del conflicto para salvar vidas.
«MSF hace un gran trabajo, pero otras ONG que dicen estar aquí parecen ser invisibles, y lo mismo ocurre con la ONU o Cruz Roja. Simplemente no les vemos y la gente necesita comida, productos higiénicos e incluso ropa. Toda esa ayuda humanitaria que dicen estar enviando sólo parece llegar a Kiev y a Lviv y ahora mismo escasea», lamenta la joven. «Lamentablemente, el mundo se está cansando de la guerra de Ucrania y el flujo de ayuda internacional se está secando. El mundo tiene que volver a enviar comida, como al principio, porque mientras siga la guerra, habrá necesidad».
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