Muy pocas personas viajan hacia la capital ucraniana, la mayoría lo hace en dirección contraria en un éxodo continuo. Reuters/Vídeo: Atlas

Un tren fantasma hacia las entrañas de la guerra

El convoy 750. Este diario viaja por la arriesgada ruta de Leópolis a Kiev junto a un puñado de jóvenes listos para enrolarse y personas que buscan reunirse con sus allegados

Mikel Ayestaran

Enviado especial a Kiev

Martes, 1 de marzo 2022

El tren 750 con destino a Kiev sale con una hora de retraso de la estación de Leópolis. La revisora mira el reloj con insistencia. Una, dos, tres veces. Son las 12.33 y los vagones crujen con pereza. Al menos les quedan seis horas ... de viaje por delante, siempre dependiendo de la situación de seguridad de la capital. Es un tren moderno, de color azul y blanco y compartimentos para seis personas. Es un tren de diez vagones, pero todo el pasaje podría entrar en uno porque va semivacío.

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«Vamos llenos en los trayectos de ida y volvemos vacíos a la capital, así son los viajes desde que empezó la guerra», explica el responsable de la cafetería, que corta los cafés con leche condensada, no pierde la sonrisa y tras entregar las taza levanta el puño al grito de «Slava Ukraina» (gloria Ucrania), el saludo de guerra en estos días de fervor nacional ante el ataque de Rusia. Hay que andar con cuidado con las cámaras y las preguntas porque entre el pasaje hay varios jóvenes que acuden a enrolarse en las milicias urbanas conocidas como Fuerzas de Protección. Están muy tensos y piden la documentación y los billetes en cuanto sienten la mínima sospecha. Igor es uno de los responsables de estos grupos. Más reposado que los jóvenes que le acompañan, accede a hablar y asegura que «la situación es muy peligrosa ahora mismo en las calles de Kiev, necesitamos todos los refuerzos posibles para frenar a los rusos». Cuestionado sobre si los militares usan los trenes civiles para moverse por el país, lo niega y explica que «somos muy pocos los que lo hacemos y es algo puntual. El Ejército tiene sus propios medios de transporte».

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A Olga Tarasenko la guerra le sorprendió en Alemania de turismo y ahora «vuelvo para reunirme con mis padres, hermano e hijo. Es el momento de estar con los seres queridos y defender lo que es nuestro». Refresca la pantalla de su móvil de manera compulsiva en busca de la última hora. «Los rusos quieren cercar la capital, es cuestión de tiempo y necesito entrar antes de que esto suceda», explica Olga.

El tren vuela por la inmensa llanura que es Ucrania. Se atraviesan pueblos y ciudades que, a medida que se aproxima Kiev, son cada vez más invisibles. Ni un alma en los andenes, en las calles. No se efectúan paradas, el viaje es directo de estación a estación. Esta ruta no se ha suspendido un solo día desde el estallido de la guerra, pero cada viaje es diferente porque dependiendo de la seguridad se toma uno u otro camino. Esta vez la ruta discurre lo más al sur posible con el objetivo de evitar Zhytomir, ciudad próxima a Kiev con presencia de fuerzas rusas. Por eso el tren efectúa un rodeo que alarga el horario previsto.

«Es imposible hacer planes, la situación es impredecible y en cualquier momento explota. Todo es muy inestable», apunta Oleg, un ucraniano afincado en California que va a Kiev a rescatar a su exnovia y volver juntos a Polonia. Recuerda los días anteriores a la guerra con emoción. Las fiestas. Los viajes por el país con amigos… Parece que habla de un pasado muy lejano, pero se trata de hace tan solo una semana. Oleg comparte viaje con unos chicos que regresan de Polonia para luchar. «Van a coger un puñetero rifle y se van a matar rusos, así están las cosas en este país, ¿te das cuenta?». En siete días la vida de Ucrania ha pasado del blanco al negro y el futuro es ahora de un gris muy oscuro, nadie hace planes.

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A las 18.33, uno de los revisores recorre a toda prisa los vagones y baja todas las cortinas. No hay una sola luz en el interior del tren, tampoco en el exterior. Es un viaje nocturno, mecido por el traqueteo violento de las vías y con una velocidad que va aminorando cuanto más cerca esta la estación final. El tren quiere ser invisible ante los rusos, que no lo vean y que no lo escuchen. Da miedo levantar la cortina y mirar al exterior en medio de la inmensidad de las tinieblas. La luz y el esplendor de Leópolis se convierten en pura sombra en el extrarradio de Kiev. El 750 es ahora un tren fantasma que se cuela por el sur de una capital bajo la amenaza de un ataque ruso a gran escala.

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