david s. olabarri y Helena rodríguez
Viernes, 25 de febrero 2022, 22:00
Los vecinos que todavía no han huido de Kiev han aprendido a convivir con las sirenas. Si suena una sola vez significa que deben estar atentos y seguir las instrucciones por megafonía o por los canales oficiales de televisión. Pero si suena tres veces seguidas ... hay que buscar refugio de inmediato: el bombardeo es inminente. Las sirenas llevan atronando en todas las grandes ciudades de Ucrania desde hace dos días, desde que empezó la invasión rusa. Ahora se escuchan sobre todo en los barrios de Kiev, donde desde este viernes sus ciudadanos se estremecen cada vez que las escuchan.
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El ejército ruso apenas ha necesitado un día para llegar hasta el corazón de Ucrania. La capital se ha convertido en el epicentro de los combates. Según algunos cálculos, la guerra ha provocado ya el éxodo de en torno al 40% de su población. Antes de que cayesen los primeros misiles vivían aquí cerca de tres millones de personas. Ahora parece una ciudad fantasma.
El impacto del dron y el misil que la pasada madrugada destrozó las ventanas de la casa de Yulia Mihkalkova también fue anunciado por las sirenas. El aparato ruso chocó contra el bloque de viviendas después de ser derribado por las defensas antiaéreas ucranianas. Yulia vive a apenas dos bloques de distancia del edificio dañado. Trataba de dormir con su marido cuando bramaron las alarmas. Apenas tuvieron tiempo de esconderse bajo la cama. Un sonido chirriante precedió a una fuerte explosión. Murieron tres personas y varias más resultaron heridas.
Anastasia Tarashchuk. «No queremos vivir bajo el Gobierno ruso, que no es democrático»
Oleksandr Boyko. «No os dais cuenta de que somos el escudo de Europa frente a Putin, que no va a parar»
Este viernes se pasó buena parte de la mañana recogiendo cristales. Mientras, casi todos sus vecinos, todavía con el susto en el cuerpo, hacían las maletas para largarse cuanto antes. Para muchos habitantes de Kiev lo que está ocurriendo es una «pesadilla» que les hace entrar en pánico. Yulia tiene 30 años y trabaja en un estudio de arquitectura. Para ella también es una pesadilla. Pero lo cierto es que está acostumbrada y ya no se pone tan nerviosa.
Esta joven forma parte del millón y medio de personas que huyó de Dontesk y Lugansk cuando en 2014 empezaron los combates del Donbass entre los separatistas pro rusos y el ejército ucraniano. Se marchó de su hogar y buscó refugio en Kiev. Lo que no podía imaginar era que volvería a verse envuelta en otra guerra. Esta vez descarta marcharse.
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- ¿No has pensado en huir como tus vecinos?
- No me voy. Mi marido es policía y no puede irse. Yo me quedo con él.
Anastasia Tarashchuk vive con sus padres al sur de la ciudad, no muy lejos. Tiene sólo 21 años y es estudiante universitaria. Al principio le costaba controlarse cuando escuchaba las sirenas. El primer proyectil que cayó cerca de su casa le causó una profunda impresión. Estaba dormida y se despertó sobresaltada. Pensaba que su imaginación le estaba jugando una mala pasada. Los siguientes impactos le ayudaron a comprender que era real: Putin bombardeaba Kiev.
El primer día de la guerra fue «terrible». No salió de casa en todo el día y eso que en la zona en la que reside no hay «tanto peligro» como en otros puntos de la capital. Poco a poco, Anastasia ha aprendido a llevar todo esto mejor y ya puede dominarse cuando empiezan las alarmas. Este viernes salió a dar una pequeña vuelta por su barrio para «despejar la cabeza». No había casi nadie en la calle. Tampoco circulaban coches. En el supermercado algunas estanterías estaban vacías.
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Anastasia es muy joven. Pero tiene claro que no abandonará Kiev. «Queremos proteger nuestra casa, nuestro barrio, nuestro futuro. Y estamos listos para defendernos. No queremos vivir bajo el Gobierno ruso, que no es democrático», subraya.
En el otro extremo de la ciudad se encuentra Victor Chistyak. Vive con su mujer y su hijo en el distrito de Obolon, al norte, precisamente por donde penetraron las tropas rusas. Aquí se han producido duros combates. Reconoce que en esta guerra las fuerzas no están equilibradas y que Ucrania necesita «ayuda» exterior. A primera hora de la tarde, la situación estaba ya más tranquila en su barrio, mientras los enfrentamientos se extendían por otras zonas de la urbe.
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Parte de la población de Kiev se ha marchado a segundas residencias o a casas de amigos en pueblos pequeños. Lo han hecho con la convicción de que en esos municipios los bombardeos son más improbables y están más seguros. Victor trató de escapar con su familia. Pero fue imposible porque las estaciones de tren y autobús estaban colapsadas. Se han quedado, pero casi todas las tiendas están cerradas. Y no es capaz de quitarse de encima la incertidumbre que provoca la posibilidad de un nuevo bombardeo. «Sólo queremos sobrevivir».
Dasha Bogush también se ha quedado en la capital. Este viernes se resistió a cerrar su negocio de estética. Trabajó con toda la normalidad que pudo y al regresar a su apartamento, en el que vive con sus tres perros, la televisión le arrojó a la cara las peores noticias. «Estoy muerta de miedo. Desconozco qué información os llega a España pero están bombardeando toda Ucrania. Duermo en el pasillo, lejos de las ventanas. Bueno, he dormido más bien poco», se sincera. «Los disparos y las bombas se oyen a menos de un kilómetro de aquí».
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Entre los que sí han logrado escapar de la capital, Bogdana Koval. La madrugada del jueves, instantes después de escuchar los primeros bombardeos, esta joven, de 22 años y estudiante de Química, metió en una mochila el pasaporte y algo de dinero. Nada más. «¿A dónde voy con una maleta en mitad de una guerra?», plantea. Pues a casa de los suyos, en la provincia de Vinnytsya -fronteriza con Moldavia-. El viaje no fue sencillo. «Me monté con unos amigos en coche y estuvimos todo el día en un atasco mientras oíamos las bombas». Se resigna junto a sus familiares en una zona de Ucrania que aún parece mantenerse «en calma». «No me creo que esto pueda estar pasando».
Tampoco sale de su asombro el filólogo Oleksandr Boyko. El jueves por la mañana «con una bolsa de viaje y solo dos libros» en el maletero de su viejo Clio él y su esposa Olha salieron de Kiev con dirección a Leópolis, una gran ciudad muy próxima a la frontera con Polonia. Parecía un lugar seguro pero durante la madrugada de este viernes varias explosiones «muy fuertes» les despertaron. El ejército de Putin acababa de volar por los aires una base militar situada a unos nueve kilómetros.
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«El ruido retumbaba, como si las bombas hubieran explotado en la puerta», cuenta en conversación telefónica en perfecto castellano. «A pesar del miedo la población no se está dejando llevar por el pánico», relata. «Hay colas kilométricas de gente para donar sangre en los hospitales», asegura, al tiempo que lanza un contundente mensaje. «Agradecemos la ayuda de nuestros aliados, pero nos sentimos solos y no os dais cuenta de que somos el escudo de Europa frente a Putin, que no va a parar».
Los habitantes de Kiev no son los únicos que intentan alejarse del horror de la guerra. En todas las poblaciones atacadas por las tropas rusas hay historias angustiosas. Olga Yeshenko, una joven ucraniana con fuertes lazos de amistad con la vitoriana Ainara Ochoa, que ha propiciado el contacto con este periódico, ya no sabe si quiere salir de Sumy, una ciudad situada en el noroeste de Ucrania. Fue una de las primeras localidades bombardeadas el miércoles. «Todos bajamos a los refugios pero cuando llegué con mi hija, ya no había sitio. Solo pudimos volver a casa con el sonido de las explosiones cerca».
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Madre e hija permanecían este viernes ocultas en su piso, sin saber muy bien si escapar, su intención inicial, o esperar. «Intentamos coger un autobús al interior del país porque pensábamos que allí no llegarían. Conseguimos el billete, pero no llegó a salir. No podemos escapar y sigue sin haber sitio en los refugios», cuenta angustiada. La incertidumbre es absoluta porque «ya no sé si es seguro irse». Atesoran comida y agua para unos días mientras la calefacción «va y viene». ¿Hasta cuándo?
J. BARBÓ
Las sirenas sonaron en Kiev poco después de las cuatro de la mañana del jueves. Nadiia Aristova, doctora, investigadora especializada en ensayos clínicos despertó a sus hijas, de 15 y un año y medio. Las vistió todo lo rápido que pudo y bajaron al búnker habilitado en el sótano de su edificio. «Pasamos allí toda la noche, con mucho miedo», cuenta. Ayer, con las tropas rusas ya en las calles de Kiev, junto con su marido Dimitro y sus padres, ya mayores, abandonó la ciudad rumbo a Mostysche, en el oeste. «Creo que aquí estamos mucho más seguros», cuenta una vez instalados en ese pequeño pueblo. Desde allí atiende por WhatsApp.
No les ha sido nada fácil llegar hasta allí. «Había un tráfico terrible y falta combustible en las gasolineras», relata. Sus planes, en un primer momento, eran llegar a Polonia «pero los hombres de 18 a 60 años no pueden salir de Ucrania, así que tendría que separarme de mi marido y preferimos quedarnos juntos, por ahora». «Es todo tan ilógico, tan absurdo, que ahora mismo no sé qué pensar, no me atrevo ni a imaginar qué va a pasar».
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