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A China se le multiplican los frentes en el terreno comercial. La guerra arancelaria que le declaró Donald Trump en 2017, y que Joe Biden ha mantenido viva durante todo su mandato, se recrudecerá sustancialmente cuando el multimillonario regrese en enero a la Casa Blanca. Porque ha prometido gravar con un impuesto del 60% todo lo que el gigante asiático venda en la superpotencia americana. Se confirma así que quienes abanderan el libre comercio consideran competencia desleal toda aquella contra la que acaban perdiendo.
Por otro lado, Europa ya tiene claro que China es 'un rival sistémico' y cada vez planta cara con más contundencia. El mejor ejemplo de ello son los aranceles aprobados definitivamente contra los coches eléctricos chinos. La justificación es contundente: el Partido Comunista subsidia la industria y eso permite que las marcas chinas bajen sus precios, ganen cuota de mercado rápidamente y pongan en peligro a las compañías europeas.
Razón no falta en esa afirmación, pero se esgrime como si los fondos NextGen EU no fuesen subsidios parecidos y sin tener en cuenta que, para explicar la falta de competitividad de los automóviles europeos, hay que analizar muchas otras causas: desde la crisis energética en Alemania, hasta la falta de inversión en nuevas tecnologías. Es curioso cómo cuando nuestras empresas tienen éxito en el extranjero hablamos con orgullo de cómo han 'conquistado' este o aquel mercado, pero si son las chinas las que se abren camino en el nuestro es considerado una 'invasión'.
No es nuevo, ya sucedió antes con las compañías japonesas primero y con las surcoreanas después. Eso sí, ahora la afrenta es mucho mayor, porque el volumen de China no tiene precedente. A pesar de ello, si se analizan las estadísticas del comercio bilateral de la segunda potencia mundial con Estados Unidos y con la Unión Europea, todo apunta a que Pekín tiene poco que hacer en una guerra comercial: con ambos bloques disfruta de un enorme superávit. O sea, nos vende mucho más de lo que nos compra.
Sobre el papel, si sus productos resultan más caros por culpa de los aranceles, Occidente buscará alternativas más económicas en otros países -en algún caso incluso puede recuperar la producción, como argumenta Trump- y los fabricantes chinos sufrirán, además en uno de los momentos de mayor flaqueza de China. Pero también afectará a los consumidores occidentales, que tendrán menos donde elegir y más caro. Los coches son un buen ejemplo: se han encarecido en torno al 30% desde la pandemia, con muchas marcas recogiendo beneficios récord.
Pero Pekín no se va a quedar de brazos cruzados y ya está se está armando para responder. Por eso, hoy nos centramos en las medidas que China puede tomar para contrarrestar el daño que le producirá la batalla comercial con Occidente.
Estos serán los tres temas que abordaremos:
Aranceles contra inversiones y diversificación.
La patita de Rusia asoma en Moldavia y Georgia.
Islamofobia y antisemitismo en Ámsterdam.
La respuesta más evidente que China puede dar al envite de Estados Unidos y de la Unión Europea en el terreno comercial es pagar con la misma moneda e imponer aranceles a sus productos. Y es evidente que eso puede dañar a algunos sectores concretos: ya ha puesto en guardia a los productores de carne de cerdo en España y al coñac francés. Pero, dado el superávit del que goza, nunca va a poder infligir tanto daño como sus rivales con esa arma.
Por eso, Pekín ya está estudiando otras medidas. Y una de las que se ha filtrado está relacionada con las inversiones que realiza. No son pocas. China está cada vez más presente en Europa, donde quería aparecer como un socio alternativo. Ha realizado multitud de adquisiciones por todo el territorio y, precisamente, el sector de automoción es uno de los que considera prioritarios. Fabricar automóviles en Europa le permitiría dar esquinazo a los aranceles y ganar influencia política. En esta estrategia se enmarca, por ejemplo, el plan de Chery para producir en las antiguas instalaciones de Nissan en Barcelona, y son muchos los países que tratan de atraer inversiones similares. De momento, China premia a Europa del este, consciente de que su dinero también puede servir para dividir a la UE y debilitarla de esta manera.
Según publicó la agencia Reuters la semana pasada, el gobierno chino ya ha pedido a los fabricantes de automóviles que suspendan, al menos temporalmente, sus inversiones en los 10 países que apoyan los aranceles, entre los que se encuentran Francia, Italia o Polonia. España forma parte de la docena de miembros que se abstuvieron en la última votación -después de que China anunciase mil millones de dólares para una planta de hidrógeno verde en una localidad española aún sin determinar-, mientras que Alemania es el único estado de Europa Occidental que votó en contra, preocupado por el impacto que puede tener en su industria automovilística, muy dependiente de China. Según la información de Reuters, China ha solicitado a sus marcas que dirijan esas inversiones al último grupo, en el que también están Hungría, Eslovaquia, Eslovenia y Malta.
En cualquier caso, más relevante resulta otra de las iniciativas aprobadas por el presidente Xi Jinping: eliminar todos los aranceles a los 43 países menos desarrollados que tienen relaciones diplomáticas con China. Frente al aislamiento en el que parece que se va a instalar Estados Unidos con Donald Trump y la gradual retirada de la escena geopolítica de Europa, la segunda potencia mundial se ha propuesto llenar un vacío muy goloso con más zanahoria y menos palo.
Puede que sea el momento para reforzar su presencia por todo el planeta, más allá del plan de la Nueva Ruta de la Seda. Y eliminar todo arancel cuando el mundo parece destinado a arrojarlos a puñados, puede ser una jugada maestra que se materializará el 1 de diciembre y será de aplicación a todos los productos sin excepción. De esta manera, los países más pobres resultarán más competitivos en sus ventas a a China -sobre todo alimentos y materias primas-. No es baladí, porque el gigante asiático es el destino de una cuarta parte de sus exportaciones, cuyo volumen ronda los 60.000 millones de dólares.
Es una medida que se suma a los numerosos acuerdos bilaterales que China firma con países en vías de desarrollo para derribar barreras comerciales. Sin duda, es sorprendente que un país dirigido por un partido que aún esgrime la hoz y el martillo se convierta en el mejor exponente del libre comercio en medio de una ola proteccionista. Pero tiene truco: el mundo en vías de desarrollo no supone ningún peligro para los sectores productivos de China. Occidente debería prestar más atención a su presencia y tratar de contrarrestarla.
Votaciones en dos antiguas repúblicas soviéticas han puesto en las últimas semanas los pelos de punta en la Unión Europea. Porque han demostrado, en teoría, que los ciudadanos de Moldavia y Georgia son cada vez más proclives a buscar el amparo de Rusia, y no de Europa. Es lo que se deduce de la disputada victoria de la presidenta proeuropea Maia Sandu -55% del voto- en Moldavia tras el pírrico margen por el que los ciudadanos aprobaron el calendario para el acceso del país a la UE, que fue de solo 10.000 votos -logró el 50,4% del voto-.
En Georgia, que tiene parte de su territorio ocupado por tropas 'de pacificación' rusas, la situación es aún más clara, porque el partido prorruso Sueño Georgiano logró el mejor resultado de su historia -un 54%- en las cuartas elecciones generales que gana de forma consecutiva.
Desde Europa, el análisis ha sido el mismo para ambas votaciones: la razón de esta desafección hacia la UE está en la guerra híbrida que está librando Rusia para incrementar su influencia y evitar que el bloque continúe expandiéndose en sus fronteras. Es evidente que hubo irregularidades en las votaciones y se señalan a menudo campañas de desinformación y de bulos, orquestadas tanto en redes sociales como en medios de comunicación afines e incluso a través de la iglesia ortodoxa.
Pero es innegable que hay una parte sustancial de la población -sobre todo en la región moldava de Transnistria y en las georgianas de Abjasia y Osetia del Sur-, que se sienten más cercanas -por origen, lengua y cultura- a Rusia que a Europa. Prefieren ser gobernadas desde Moscú que desde Bruselas. Y algo similar sucede también en la región ucraniana del Donbás, donde se concentra la invasión rusa.
Se podrá argumentar que esto se debe a diferentes artimañas y a la inmigración rusa a estas zonas, pero en un mundo en el que Donald Trump es presidente de Estados Unidos tras una campaña donde la verdad ha brillado por su ausencia, solo se puede aceptar. Y más que lamentarse, si la UE quiere atraer a moldavos y georgianos -que también habría que preguntarse por qué y para qué-, tendrá que convencerlos de que ofrece algo mejor. Y entender que no todos comparten los mismos valores sociales. Donald Trump es un buen ejemplo de que, además, esa disidencia está cada vez más extendida.
El partido que disputaron en Ámsterdam el Maccabi de Tel Aviv y el Ajax se convirtió la semana pasada en una representación en miniatura del conflicto palestino-israelí. Porque el choque futbolístico estuvo acompañado de otro mucho más violento en las calles. Algunos lo consideran una muestra más de antisemitismo. Otros afirman que es la respuesta a la islamofobia.
Al principio, los medios de comunicación informaron de que los seguidores hebreos estaban siendo víctima de un ataque indiscriminado por parte de ciudadanos mayoritariamente árabes, e incluso detallaron de una conspiración de taxistas para atropellarlos y darse a la fuga. Tal fue la dimensión de la batalla campal que Israel fletó aviones especiales para repatriar a los hinchas y aconseja a sus ciudadanos que no acudan al partido que enfrentará mañana a las selecciones de Israel y Francia.
Poco a poco, no obstante, otro ángulo de la verdad ha ido saliendo a la luz en redes sociales e incluso el New York Times ha modificado su relato de lo sucedido. Numerosos vídeos documentan cómo los seguidores del Maccabi se lanzaron a las calles coreando consignias contra los palestinos. «Os vamos a joder. Y luego nos beberemos vuestra sangre. Os colgaremos en la plaza y cogeremos a vuestras mujeres, a las que les encanta la fiesta, para violarlas», cantaba un grupo.
Según el jefe de Policía de la ciudad, atacaron un taxi y quemaron una bandera palestina, y entre los alborotadores había al menos un soldado israelí. Al inicio del partido, también boicotearon el minuto de silencio en honor de las víctimas de la DANA en España. Esta actitud incendió los ánimos del otro bando, que respondió con violencia injustificable -protagonizada por taxistas amigos del atacado-, representando a la perfección en Países Bajos el círculo vicioso que incendia la región.
Es todo por hoy. Espero haberte explicado bien algo de lo que está ocurriendo en el mundo. Si estás suscrito, recibirás esta newsletter todos los miércoles en tu correo electrónico. Y, si te gusta, será de mucha ayuda que la compartas y la recomiendes.
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