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El acceso a la vivienda se ha convertido en un tema cada vez más controvertido en España. Considerada tanto un derecho como un bien de mercado, es evidente que cada vez resulta más inasequible para un creciente número de personas, sobre todo los menores de 40 años. La caída del poder adquisitivo que se vive desde la crisis de 2008 -de forma más acusada tras la ola inflacionista posterior a la pandemia-, sumada a factores que han incrementado la demanda -desde la explosión de los apartamentos turísticos hasta la inmigración, pasando por el auge de la vida en solitario-, han complicado aún más una situación que ninguna legislación va a solucionar. La única vía de éxito pasa por la construcción de viviendas públicas en masa destinadas al alquiler social. Todo lo demás serán meros parches con escasas posibilidades de lograr su objetivo.
Pero el de España no es un caso excepcional. La vivienda es cada vez menos asequible en prácticamente todo el mundo. De hecho, nuestro país ni siquiera es especialmente caro. Tanto en números absolutos como en relación a los salarios. Según apuntan diferentes estudios -todos ellos con carencias notables, pero válidos para reflejar con brocha gorda lo que sucede-, España aparece en la zona central de ambas tablas.
Por eso, hoy nos centramos en las dificultades que se sufren por todo el mundo para lograr un techo bajo el que cobijarse.
Estos son los dos temas que abordaremos hoy:
La pesadilla global del sector inmobiliario.
La guerra de Ucrania también se libra entre las aerolíneas chinas y europeas.
Existen dos formas de medir si la vivienda en un territorio concreto es cara o no: en valores nominales, teniendo en cuenta solo el precio que tiene, y en términos relativos, comparándola con los salarios de la población. En la primera tabla, Hong Kong es, indiscutiblemente, la región más cara del planeta. De media, un piso de dos habitaciones en el centro de la excolonia británica cuesta más de millón y medio de euros. Le sigue otro país asiático, Singapur, ligeramente por encima del millón de euros. Cierran el 'top 5' Suiza, Corea del Sur y Luxemburgo, siempre por encima del medio millón. En el extremo opuesto se encuentra Egipto, donde se puede comprar ese piso por menos de 30.000 euros. España aparece hacia la mitad de la tabla con un precio medio de 176.000 euros.
Esta variable absoluta, en euros contantes y sonantes, puede ser interesante para analizar la inversión extranjera que llega al sector inmobiliario de cada país, pero sirve de poco para determinar si la vivienda es accesible para la población local. En Bali, por ejemplo, cada vez son más los vecinos que se quejan de la creciente gentrificación que ha llegado con los nómadas digitales. Allí se puede encontrar un chalet con magníficas vistas por menos de 200.000 euros, un precio más que razonable para un europeo, pero inalcanzable para los habitantes de Indonesia, donde el salario medio ronda los 10.000 euros anuales.
Algo similar sucede con España: ofrece precios muy razonables para inversores -y aquí se pueden incluir también a los jubilados- de países con mayor poder adquisitivo -todo el centro y el noroeste de Europa, Estados Unidos y Canadá-, así como para la población acaudalada del mundo en desarrollo -China, Rusia, India...-, que busca un lugar seguro para guardar su dinero y, si se ofrece la 'golden visa', también un permiso de residencia.
Por eso, es imprescindible hacer el ranking comparando el precio de la vivienda con los salarios de la población. El resultado siempre va a ser poco preciso porque se suelen usar medias que no reflejan la situación particular de mucha gente. Pero sirven de referencia. Y, aunque parezca mentira, España aparece en el puesto 33 de la tabla con los 50 países en los que la vivienda resulta más accesible: un piso de 100 metros cuadrados cuesta 15,2 años del salario medio íntegro.
Curiosamente, el ranking de los países con viviendas más prohibitivas está liderado por algunos en vías de desarrollo: en Ghana es imposible acceder a una digna, porque hacen falta 149 años del salario medio íntegro para ese piso, mientras que en Sri Lanka o Hong Kong superan los 70 años. Lógicamente, la clave de que algunos se la puedan permitir está en los márgenes fuera de la media y también en las herencias y las ayudas familiares que amortiguan el golpe. Eso último explica, por ejemplo, que China, donde hacen falta más de 46 años de salario íntegro para acceder a ese piso de 100 metros, tenga una de las tasas de propietarios más elevadas del mundo.
Y de ese gigante podríamos copiar una medida para evitar al menos una parte de la especulación: los extranjeros solo pueden adquirir una vivienda, y únicamente para residir en ella. Puede parecer una iniciativa muy comunista, y quizá lo sea, pero ha servido para proteger al país de buitres foráneos. Con los locales ya tiene bastante el país. En cualquier caso, siempre es apropiado poner los problemas en contexto para medirlos en su justa medida y buscar soluciones en las que no se haya reparado.
El vuelo de Air China CA908 enlaza Madrid y Pekín en solo diez horas y media. Si Iberia quisiera operar la misma ruta, no obstante, tardaría como poco una hora y media más. Y no es porque utilice un avión más lento. La razón es puramente geopolítica: como represalia por las sanciones impuestas a Rusia tras la invasión de Ucrania, las aerolíneas europeas no pueden sobrevolar su territorio.
El rodeo se traduce en una media de hora y media extra para conectar Europa y China o el noreste de Asia. Y eso se puede medir en dinero contante y sonante: en torno a 15.000 euros más en combustible por cada vuelo, a lo que hay que sumar el coste extra del mantenimiento y del personal así como los quebraderos de cabeza que puede dar el cumplimiento de los descansos estipulados para la tripulación.
Las compañías europeas han comenzado a eliminar las rutas con China (Iberia ya no opera el vuelo a Shanghái, por ejemplo, mientras que sí lo hace China Eastern) y acusan a sus homólogas chinas de competencia desleal. Es un conflicto que deja en evidencia dos cosas: los efectos secundarios de las sanciones impuestas, y la asimetría geopolítica que provocan. ¿Se debería imponer el principio de reciprocidad? ¿Habría que hacer lo mismo que sucede con los aranceles en las relaciones comerciales?
KLM cree que sí. Su consejero delegado, Marjan Rintel, afirmó en la televisión neerlandesa que la UE debería tomar medidas para que todas las aerolíneas jueguen con las mismas reglas. No fue muy claro sobre qué propone concretamente, y algunos han interpretado que incluso considera legítimo el veto de las aerolíneas chinas en territorio europeo, aunque todo apunta a que se refería a imponer algún tipo de tasa que, siguiendo el principio de los aranceles, equipare los precios de los billetes. Eso, de todas formas, no restaría el atractivo de llegar antes a destino, que solo lo tienen las líneas del gigante asiático.
Este es un buen ejemplo de cómo la actitud pragmática de China le beneficia económicamente. No apoya la invasión de Ucrania, pero tampoco la condena. Y eso le permite adquirir combustibles rusos a precio de ganga, y venderle a Rusia todo lo que pueda necesitar. A río revuelto, ganancia de China.
Es todo por hoy. Espero haberte explicado bien algo de lo que está ocurriendo en el mundo. Si estás suscrito, recibirás esta newsletter todos los miércoles en tu correo electrónico. Y, si te gusta, será de mucha ayuda que la compartas y la recomiendes.
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