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R. C.
Fui a la piscina y estalló la Tercera Guerra Mundial

Fui a la piscina y estalló la Tercera Guerra Mundial

Con la amenaza de un conflicto global sobre nuestras cabezas, es un buen momento para repasar cómo se vivieron los arranques de las dos grandes guerras

Sábado, 21 de diciembre 2024, 12:59

La entrada más famosa de los diarios de Franz Kafka es seguramente la del 2 de agosto de 1914, cuando el escritor anotó dos frases: «Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde, escuela de natación». Esa inesperada yuxtaposición de lo más terrible de la historia y lo más liviano de la vida cotidiana nos sigue sorprendiendo un siglo y pico después, por su colisión con un esquema de las cosas que se ha hecho fuerte en nuestra cabeza: a menudo creemos que la paz y la guerra están separadas por una frontera nítida, tajante, y más aún en un acontecimiento tan tremendo y devastador como una guerra mundial, pero en realidad existen zonas de indefinición y tiempos de duda.

Ocurre en un plano histórico: más allá de las fechas consagradas por los manuales, los historiadores siguen debatiendo sobre otros momentos en los que se podrían ubicar los arranques de los dos conflictos mundiales. Y ocurre también, como en el caso de Kafka, en el plano biográfico. Sí, a lo mejor esta tarde vamos a la piscina y estamos, de manera más o menos inadvertida, en el umbral de la Tercera Guerra Mundial. «Estoy viviendo unos tiempos del mismo tipo que los que he estudiado. Y es fascinante, pero desearía no estar viviéndolos. Hoy hay demasiados ecos de la época anterior a 1914 o de los años treinta, con demasiadas crisis solapándose», declaró a 'The Irish Times' la historiadora canadiense Margaret MacMillan, una de las personas que han dedicado más tiempo y esfuerzo a desmenuzar cómo se gestaron aquellos conflictos globales, muy en particular el primero.

Se han escrito miles y miles de páginas sobre los acontecimientos que condujeron a la Primera Guerra Mundial y, aunque la narrativa esencial está clara, todavía subsiste el asombro ante el proceso que llevó de un acto de terrorismo (el asesinato del archiduque austrohúngaro) a una hecatombe de quince millones de muertos. MacMillan recordó en un artículo publicado en Foreign Affairs que el salto de confrontación local en los Balcanes a guerra europea se produjo en solo cinco semanas.

«En la primavera de 1914 -puntualizó-, pocos pensaban que fuese posible una guerra entre las principales potencias europeas. Los Estados europeos, según asumían complacientemente sus habitantes, estaban demasiado avanzados, demasiado integrados económicamente -demasiado 'civilizados', usando el lenguaje de la época- para recurrir al conflicto armado. Las guerras todavía ocurrían en la periferia de Europa, notablemente en los Balcanes, o en territorios coloniales, donde los europeos luchaban con pueblos menos poderosos, pero no, se pensaba, en el propio continente». El conflicto regional se volvió global a una velocidad asombrosa, a medida que las alianzas iban activándose como si se hubiese prendido una mecha.

¿Hasta qué punto la gente se lo esperaba? Hay que diferenciar varios planos sociales. «La anticipación de la guerra estaba muy extendida entre las élites políticas», puntualiza Mark Harrison, profesor de la Universidad de Warwick, en un análisis para 'The Conversation', además de añadir que gran parte de ese grupo no solo esperaba la guerra, sino que la planificaba e incluso la deseaba. Otra cosa, claro, era la ciudadanía en general, más desprevenida y también más asustada. «Entre 1904 y 1914 hubo cuatro crisis de violencia muy graves: la Primera Crisis Marroquí, la Crisis Bosniaca, la Segunda Crisis Marroquí y las Guerras Balcánicas. Todo ello, junto con la campaña de rearme que llevaron a cabo diferentes países, despertó un temor innegable al inicio de un conflicto generalizado. Sin duda, ese temor existía», explica a este periódico Mónica Orduña Prada, coordinadora del grado de Historia y Geografía de la Universidad Internacional de La Rioja.

Había un punto, eso sí, en el que las perspectivas de las élites y el pueblo diferían: «Se maneja a menudo la idea de que todo el mundo esperaba una guerra corta y victoriosa, pero esta expectativa estaba extendida solo entre la gente corriente que no tenía influencia en la toma de decisiones -escribe el profesor Harrison-. La idea de una guerra corta era una esperanza, no un cálculo. Los signos de que se entendía que la guerra podía alargarse y que la victoria podía hacerse cenizas aparecen por todas partes en las decisiones y la documentación de la época».

Las luces van a apagarse

Harrison menciona al ministro de Exteriores británico que, en vísperas de la contienda, ya pronosticó el desastre: «Las luces van a apagarse en toda Europa y no volveremos a verlas encendidas en lo que nos queda de vida», dijo, con ese talento inglés para la cita perdurable. Si nos acercamos 110 años, al presente, podemos leer mensajes como este del Washington Post sobre la actualidad: «Es un momento que recuerda de forma siniestra la dinámica del verano de 1914, cuando una guerra que las potencias buscaban evitar apareció de repente como inevitable».

Aquel conflicto iba a ser la guerra que acabaría con todas las guerras, una formulación tan bienintencionada como fallida. De hecho, aunque los libros de texto daten la Segunda Guerra Mundial entre septiembre de 1939 y septiembre de 1945, los expertos hilan un rosario de conflictos inmediatamente anteriores (la invasión japonesa de Manchuria, la conquista de Etiopía por los italianos o la Guerra Civil española, en la que al fin y al cabo estuvieron implicadas tres potencias europeas) como un prólogo que bien podría considerarse parte del conjunto.

«Si vivías en cualquier momento entre 1931 y 1940, ya estabas presenciando conflictos que al final se transformarían en la guerra más sangrienta y cataclísmica que la humanidad ha conocido hasta ahora, pero puede que no te dieses cuenta. Estabas de pie en las primeras estribaciones de la Segunda Guerra Mundial, pero, a menos que fueses capaz de hacer predicciones a largo plazo, no sabrías qué horrores acechaban en el futuro próximo (...). Si ocurre la Tercera Guerra Mundial, los blogueros del futuro quizá incluyan las de Ucrania y Gaza en su línea temporal», compara el comentarista estadounidense Noah Smith, que interpreta aquellos episodios «como afluentes que se vacían en un gran río».

¿Los ciudadanos estaban mentalizados en aquella ocasión sobre lo que se aproximaba? De nuevo, cundía el miedo: todavía estaba fresco el recuerdo de los horrores de la Gran Guerra y a él se había añadido un pánico novedoso. «La preocupación se reforzó por el temor a los bombardeos, que los periódicos y el cine habían presentado en las imágenes de la Guerra Civil española entre 1936 y 1939 y del bombardeo japonés de China en 1931», comenta el historiador Tim Luckhurst, de la Universidad de Durham.

Una imagen del desembarco de Normandía, en junio de 1944. Us navy / Reuters / IWM
Imagen principal - Una imagen del desembarco de Normandía, en junio de 1944.
Imagen secundaria 1 - Una imagen del desembarco de Normandía, en junio de 1944.
Imagen secundaria 2 - Una imagen del desembarco de Normandía, en junio de 1944.

Reinaba un sentimiento de amenaza funesta que, en algún momento, llevó a las personas a contemplar la guerra global como una certeza: al día siguiente de que Francia y el Reino Unido declarasen las hostilidades a Alemania, ya hubo un diario danés que tituló con aplomo «Ayer empezó la Segunda Guerra Mundial». A la vez, el historiador Sonke Neitzel y el psicólogo social Harald Welzer analizaron algunas de esas ideas equívocas que suelen caracterizar el inicio de los conflictos: los soldados alemanes «esperaban hacer avances rapidísimos» y no una campaña «con ferocidad sin precedentes», en una guerra que acabó dejando entre 50 y 70 millones de muertos. Los dos investigadores comparan esa ilusoria convicción con la de muchos judíos que «no reconocieron las dimensiones del proceso de exclusión del que serían víctimas y vieron las normas nazis como un fenómeno a corto plazo».

«Es difícil identificar el momento preciso de 1939 en el que la gente dejó de decir 'si llega la guerra' y empezó a decir 'cuando llegue la guerra'», sintetizó otro historiador, el inglés Norman Longmate, que se refirió a la Segunda Guerra Mundial como «la menos inesperada de la historia». Longmate, nacido en 1925, escribió un libro ('How We Lived Then') sobre la vida cotidiana durante aquel conflicto, y en él relata su propia infancia como una preparación para lo que parecía inevitable. Ya en 1935, el Reino Unido había ordenado a las autoridades locales que preparasen sus planes de precaución ante los ataques aéreos, y en marzo de 1938 empezó el reclutamiento de «al menos un millón de hombres y mujeres» para un trabajo «estimulante y peligroso» en la defensa civil, aunque se logró reunir menos de la mitad. A medida que Hitler desplegaba sus movimientos, la guerra «se volvió de un día para otro un peligro inmediato».

Reparto de máscaras

Hubo un momento decisivo que Longmate vivió en el colegio: «De pronto, una tarde, las luces empezaron a apagarse en un simulacro y, cuando volvieron a encenderse, la plantilla del centro, cargada de pequeñas cajas de cartón, nos entregó apresurada una máscara antigás a cada uno». Aquel objeto, a la vez siniestro y protector, hizo que la gente tomase conciencia de que llegaba la hora de la verdad: en unos días se repartieron 38 millones de máscaras, mientras el voluntariado para la defensa civil se disparaba y recibía formación, por ejemplo, sobre conducción en la oscuridad. Incluso se publicó una colección de cromos con instrucciones ante un bombardeo, aunque, desde luego, todo aquel entrenamiento y mentalización no impidieron que, el día de la declaración de guerra, «las lágrimas fuesen habituales» en calles y hogares.

Las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki dieron carpetazo a aquella guerra y alimentan nuestros miedos de estos días, cuando leemos las noticias e identificamos ecos fatídicos de los momentos más críticos de la historia contemporánea. «Una de las principales analogías de la Segunda Guerra Mundial con la actualidad es la existencia de una organización internacional creada para mantener la paz pero que no tiene suficiente capacidad para evitar que haya un conflicto mundial», destaca Orduña Prada, en referencia a la Sociedad de Naciones entonces y la ONU hoy.

«Ahora mismo existen tensiones a todos los niveles -reflexiona Jesús Prieto Mendaza, antropólogo de la Universidad de Deusto-. ¿Quién pensaba en la Europa de 1940 que aquello iba a desembocar en lo que desembocó? ¿Y qué estadounidense pudo ver que la guerra en Europa acabaría implicándoles y que sus hijos iban a morir ahí? ¿Quién acertó a verlo en los Balcanes de 1990, más allá de darse cuenta de que, como suelen relatar los refugiados, en los partidos de fútbol cada vez había más radicales? La historia de la humanidad es la historia de las guerras, y también la historia de olvidar las guerras y caer en el mismo error».

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