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La imagen viral del hambre en Gaza es la de un niño de 12 años esquelético fallecido el 4 de marzo después de abrazar a su madre con los ojos perdidos en el vacío. Yazan Kafarneh. La fotografía ha dado la vuelta al mundo. Fue ... tomada en un hospital de la Franja. Quizás entonces se pensó que obraría el milagro de que Israel abriera el filtro a la ayuda humanitaria. Pero desde entonces han fallecido otros 26 niños por desnutrición, según anunció la ONU el lunes en un informe demoledor sobre la hambruna que se avecina para 2,3 millones de civiles. La frontera está ahí. Cerrada. Y la comida al otro lado. Según Naciones Unidas y la Unión Europea, el Gobierno de Benjamín Netanyahu está oficializando la hambruna como un arma de guerra. Estados Unidos no ha llegado a tanto, pero su secretario de Estado, Antony Blinken, advierte que «el cien por cien» de la población gazatí «está amenazada» y vive en un grave estado de inseguridad alimentaria.
Yazan Kafarneh desconocía todo esto hace cinco meses. Él libraba su propia batalla contra una parálisis cerebral. Sus padres aseguran que paulatinamente mejoraba. Recibía atención médica en uno de los hospitales del norte de la Franja que hoy solo es un cúmulo de escombros. Delante cayó una bomba de aviación. Un fisioterapeuta le trataba en casa, pagado por las ONG humanitarias operantes en Gaza. Yazan no podía andar. Sin embargo, había aprendido a nadar.
Pero al final el agua se secó. Los primeros bombarderos israelíes tras el atentado de Hamás del 7 de octubre obligaron a la familia a abandonar su hogar en Beit Hanoun. Atrás quedaron los manguitos de baño. Los medicamentos. La comida. Su padre, un taxista de 31 años, lo llevó en brazos hasta el sur después de una marcha inconexa y vacilante. La familia se desplazó de pueblo en pueblo, de un refugio a otro, en busca de un lugar seguro que sólo duraba unas pocas horas porque la guerra les pisaba los talones. A medida que avanzaban, los riesgos aumentaban para el pequeño. Cada refugio resultaba más insalubre que el anterior, más peligroso para su baja inmunidad. Y si Yazan miraba por encima de los hombros de su padre veía el fuego y las explosiones siempre detrás. Y así con el rumbo fijo hacia Rafah.
Rafah es una especie de estación terminal para los vivos y para los que van a morir. La lápida que cubre «un cementerio al aire libre», como ell jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, denomina a Gaza ante las cifras proporcionadas por la ONU, las más sombrías que se conocen desde hace años. Según éstas, un millón de palestinos padecen directamente una desnutrición severa, 530.000 están amenazados por un grado superior de hambruna y existe una infancia condenada a perecer de hambre en este territorio que se va por el desagüe.
El alto representante de la UE y el alto comisionado para los derechos humanos de la ONU, Volker Türk, han puesto de manifiesto la auténtica gravedad de esta situación, ya que no solo la han denunciado por su carácter de catástrofe humanitaria sino por su utilización política en un conflicto armado. El hambre es un kalashnikov. Los dos organismos son conscientes de que, más allá de controles y tácticas para evitar que los víveres caígan en manos de Hamás, Israel sabe que los civiles incluso están acabando con las hojas de los árboles en busca de algo que llevarse a la boca. Sane también que mueren desnutridos. Y Naciones Unidas ha recordado a Israel que utilizar el hambre como un arma representa un «crimen de guerra».
En un duro documento dirigido al primer ministro, la ONU señala al Gobierno que, «como fuerza ocupante», su obligación es «asegurar la provisión de comida y medicinas a la población». Sin embargo, «el alcance de las continuas restricciones de Israel a la entrada de ayuda a Gaza, junto con la forma en que continúa conduciendo las hostilidades, pueden equivaler al uso del hambre como método de guerra», concluye Türk. Es la primera ocasión en que Naciones Unidas avisa al Ejecutivo de Netanyahu de la posible comisión de crímenes peores que otras vulneraciones de la legislación internacional que pueden darse en casos de conflicto bélico, ya de por sí graves. El secretario de Estado Antony Blinken afirma, por su parte, que esta es la primera vez que «una población en su conjunto» es tipificada como de riesgo de inseguridad alimentaria grave, especialmente en un periodo de tiempo tan breve. EE UU cree que, sin una solución a la falta de víveres y una reconstrucción de los campos y los pozos destruidos por la guerra, el futuro inmediato de Gaza será más infernal que el somalí, donde el hambre se cobró solo en 2022 un total de 44.000 vidas.
Detrás de la frontera, acusa la ONU, hay cientos de camiones aprovisionados de alimentos. Apenas les separan unos kilómetros del departamento de pediatría del hospital donde Yazan murió mirando al abismo. Cómo él comprendió la muerte, cómo entendió que nadie le diera comida mientras se consumía delante de todos, es algo que tortura a quienes le vieron secarse y morir. Diaa Al-Shaer, enferma de la clínica, afirma que en las últimas semanas ha ingresado un número «sin precedentes» de niños con los huesos marcados en la piel. «Todos vienen en busca de alimento». Y luego se van extinguiendo poco a poco como Yazan. El hambre no dispara. El hambre mata con lentitud.
Si alguien quiere saber cuando Yazan murió, fue semanas antes de expirar. A él le fueron faltando las pequeñas cosas que le mantenían atado a la vida. Los huevos y los plátanos que comía antes de la guerra como parte de una dieta nutritiva que su padre confeccionaba cada mañana. O el suplemento lácteo que Halima, su cuidadora, buscó afanosamente sin éxito durante sus últimos días. Todo ello formaba parte de los cuidados que los médicos habían prescrito para mantener fuerte su salud y que se fueron haciendo jirones con la guerra, a medida que las mercancías escaseaban. Al final casi todo quedó reducido a harina, infusiones y agua. Y una bacteria. La de la neumonía. El doctor Jabr al-Shaer le trató en su agonía. Dijo que la desnutrición había debilitado el sistema inmunológico de Yazan. Murió tocando a su madre con unos dedos sin carne para percibir nada.
El 90% de los niños de la Franja se nutría en diciembre como máximo de dos grupos alimentarios. Lo denunció Unicef como una alerta de la llegada del diablo. Ahora comen lo que pueden, La miseria envuelta en la miseria. La dieta más común y básica es el cereal, sea pan (los menos) o pienso para animales, y leche si ese día la suerte se pone de su lado. Shaima, con 8 años, sabe lo que es acudir sola con una cazuela a la cola de la comida. Conoce también la sensación de ser aplastada entre un montón de niños que como ella alargan sus platos.
A veces vuelve de vacío y ese día ni ella ni su madre ni su hermana menor comen. Es posible que Shaima acabe como un número creciente de menores que se marchan de casa y se dirigen solos hacia el sur en busca de comida. Volker Türk, el agente de la ONU, afirma que los caminos cada vez están más frecuentados por pequeños fantasmas errantes. A un hospital de Rafah llegó hace poco un niño que «llevaba tres días sin comer», recuerda el médico que le atendió.
Fadi, de seis años, quizá ni siquiera recuerde el sabor de la comida. Antes de que comenzara la guerra pesaba treinta kilos y ahora no pasa de doce. Está ingresado en un hospital del norte de Gaza que es la peor pesadilla de cualquier padre o madre. Allí han fallecido la mayoría de las víctimas infantiles de la desnutrición contabilizadas por la ONU.
El caso de Fadi es parecido al de Yazan. Padece fibrosis quística. Ya no hay medicamentos para tratarle. Antes de la guerra cumplía también una dieta alta en proteínas y otros nutrientes, Le encantaba el pollo y la fruta. Su familia vivía en Gaza City. Cuando llegaron los soldados israelies, huyeron. Fueron de un sitio a otro. Cuatro veces. Recalaron en Beit Lahai finalmente. Y desde hace dos meses no se mueven del hospital donde Fadi se extingue. «Solía comer bien. Tenía la cara rellena. No parecía un niño enfermo», explica su madre a la agencia Reuters.
Fadi encarna lo que el secretario de Estado estadounidense considera una «urgencia y un imperativo»: la entrega de ayuda humanitaria sin perder un segundo. Fadi tiene ya la piel del hambre. No crece. Permenece en estado de letargo, carente de fuerzas, de ánimo. Su cuerpo se irá apagando a medida que se queda sin energía y terminará consumiéndose a si mismo.
«Necesitamos más ayuda, necesitamos que se mantenga y necesitamos que sea una prioridad si queremos abordar eficazmente las necesidades de la gente», ha afirmado Antony Blinken que esta semana estudia con Egipto y Arabia Saudí cómo convencer a Israel y Hamás de firmar un alto el fuego. Mientras, en Washington, el líder de la mayoría demócrata en el Senado, Chuck Schumer, acaba de admitir que ha pensado en pedir la dimisión de Benjamín Netanyahu al entender que «ha perdido el rumbo» y que su principal temor es que Israel, con sus aliados y las grandes organizaciones internacionales distanciadas, termine convertido en un «Estado paria»
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