M. Pérez
Miércoles, 2 de agosto 2023, 00:18
La Policía Federal Australiana se enfrenta a uno de los peores depredadores sexuales infantiles de la historia. Tras una investigación que ha durado nueve años, ha formalizado nada menos que 1.623 cargos delictivos contra un antiguo cuidador de guarderías en Brisbane y Sidney. Michael ... Fitzgerald, subcomisionado de la Policía de Nueva Gales del Sur, lo considera ya uno de «los casos más horrorosos de presunto abuso sexual» sobre niños y el más duro sucedido en su país. Ha provocado un profundo impacto en la sociedad australiana. El acusado, del que solo se sabe que tiene 45 ó 47 años, atacó a 91 niñas, todas ellas menores de 10 años, y cometió 136 violaciones entre 2007 y 2022.
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Australia es un país especialmente sensible ante la pederastía. Lucha con un horrible pasado. Le pesa la sombra de la 'generación robada', los miles de niños aborígenes arrancados de sus casas para entregárselos a las familias blancas a partir de 1860. Muchos de ellos sufrieron innumerables maltratos.
En 2017 el Gobierno calificó la pederastia como una »tragedia nacional» tras otro mazazo: un estudio de una comisión especial que encontró más de 8.000 casos de abusos sexuales en instituciones públicas y religiosas, ocurridos entre 1980 y 2015. El informe solo contabilizaba las vejaciones confirmadas, pero precisaba que el número real «nunca será conocido» y «asciende a decenas de miles». El 63% de las victimas habían sido niños. El informe daba cuenta de una enorme cantidad de abusadores. Solo entre la jerarquía de la Iglesia Católica, con una fuerte implantación en la isla, señaló 1.880 culpables.
En la última atrocidad que encoge el corazón del país, el violador de Brisbane pudo actuar impunemente durante quince años. Este hecho ha disparado las quejas y las preguntas de padres y colectivos sociales sobre cómo nadie detectó a un depredador que atacaba con una ansiedad desaforada a niños generalmente bajo la tutela de una guardería. Su caso recuerda al de Richard Huckle, el denominado «peor pedófilo de Gran Bretaña», condenado en 2016 a 22 cadenas perpetuas por violar a 200 niños en Malasia.
Huckle, un joven fotógrafo y profesor de inglés, también pasó desapercibido mientras se ofrecía como trabajador voluntario en escuelas y orfanatos. En 2019 murió apuñalado en su celda de la prisión británica de York. No llegó a publicar en la internet oscura una especie de 'manual de pedofilia' online que había comenzado a escribir en el que recogía desvaríos aberrantes como su preferencia por los niños pobres porque «los de clase media dan más problemas». Antes de estrangularle, su asesino le sodomizó como una muestra de «justicia poética», según le confesó al juez.
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Al lobo feroz de Australia la Policía le cortó los colmillos el verano pasado. Los agentes federales le detuvieron a principios de agosto ante la existencia de indicios muy graves que apuntaban a tráfico de pornografia infantil. Ha permanecido un año bajo custodia mientras los investigadores examinaban la ingente cantidad de material que almacenaba para determinar el alcance real de sus delitos.
Guardaba al menos 4.000 vídeos y fotografías de elevada crudeza. Algunos detectives se han visto traumatizados por lo que han contemplado. «Todas las víctimas eran niñas prepúberes», ha señalado la Policía en un comunicado. De ellas, 87 han sido ya identificadas. Algunas son en este momento adolescentes o han cumplido la mayoría de edad. La tragedia sigue en sus vidas. Todas ellas son australianas, pero quedan cuatro, hasta sumar las 91 víctimas, que fueron objeto de los abusos en el extranjero, por lo que varias agencias internacionales de investigación trabajan en su búsqueda. «Dado que había tantas supuestas imágenes y vídeos de menores grabados a lo largo de 15 años, el proceso de identificación ha requerido tiempo, habilidad y determinación», ha explicado la comisionada policial Justin Gougho. «No hay mucho consuelo que pueda darse a estas familias», ha añadido.
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2014. El principio del fin de la pesadilla infantil de Brisbane comenzó ese año. Los agentes de un departamento de la Policía de Queensland especializada en la búsqueda de pederastas en internet descubrió un lote de fotografías y vídeos colgados en la web oscura donde se apreciaba cómo dos niñas sufrían abusos a merced de un adulto. Las imágenes habían sido tomadas cuidadosamente para que no pudiera identificarse a nadie, ni tampoco el lugar donde habían sido realizadas.
La Policía Federal las trasladó a varias agencias internacionales que iniciaron una búsqueda a escala mundial sin resultado alguno. El material no guardaba similitud con el de ninguno de los pedófilos «más buscados» por las autoridades ni con el que mueven habitualmente las mafias de la pornografía infantil. Tampoco los investigadores pudieron detectar nuevos rasros del individuo en la red. Las imágenes quedaron orbitando en los terminales policiales de todo el planeta en espera de que algún hecho nuevo revelase sus secretos.
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La pista definitiva llegó por casualidad el año pasado. En una revisión rutinaria de casos sin resolver, los detectives australianos consiguieron identificar un trozo de sábana que aparecía en los vídeos. Siguieron su rastro hasta una guardería de Brisbane. A veces, los crímenes contienen paradojas imposibles de creer. Después de perseguir la escena del delito por todo el mundo, la Policia australiana descubrió que estaba a veinte kilómetros de la comisaría.
El acusado fue capturado en base a dos imputaciones por producir material sobre explotación sexual de menores y usar un servidor dedicado a difundir pornografía infantil. Los detectives comprobaron que carecía de antecedentes, lo que hubiera invalidado la posibilidad de que desempeñara un trabajo con niños. Sin embargo, cuando comenzaron a examinar sus pertenencias, las puertas de un infierno «insondable» se abrieron ante ellos. «Este es uno de los casos de abuso infantil más horribles que he visto en casi 40 años de actuación policial», ha admitido el subcomisionado Michael Fitzgerald . Algunas de las víctimas solo tenían un año de edad cuando fueron agredidas. «Está más allá de los reinos de la imaginación de cualquiera lo que esta persona les hizo a estos niños».
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La Jefatura de Nueva Gales del Sur ha concretado que todos los ataques se produjeron en la decena de centros infantiles donde el imputado había trabajado, entre ellos algunos situados en el extranjero, donde permaneció un par de años. La Policía no ha facilitado el nombre de las instituciones para proteger el anonimato de los afectados y «evitar su revictimización».
Tampoco ha aportado la identidad del depredador, aunque sí se sabe que está fuera de ese círculo, superior al 50%, de pederastas que forman parte de los allegados de sus víctimas. Era ajeno a ellas. Probablemente sienta una ausencia total de empatía y, si se hace caso de los expertos, es muy posible que en la infancia o la adolescencia sufrierauna experiencia traumática parecida.
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En la inspección de su casa, en un tranquilo barrio-balneario turístico, se le incautaron móviles y cámaras con las que aparentemente grabó sus abusos una y otra vez. Los habría cometido mientras trabajaba en las guarderías. En total, ha sido acusado de 1.623 delitos y los investigadores intentan esclarecer, gracias al testimonio de las víctimas, cómo el depredador las coaccionó. Porque está claro que el infierno se movía con él: encara 136 cargos por violar a menores de 10 años y 110 más por mantener relaciones sexuales con otra niña. Lo que le aboca a un considerable número de condenas perpetuas según la legislación australiana.
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